Oigo en una tertulia comentar las revelaciones sobre los negocios al margen de la ley de Juan Carlos I. Nadie los pone en duda ni los desmiente (algo que no ha hecho siquiera el interesado), nadie cuestiona su gravedad. De hecho es precisamente su gravedad la que lleva a una participante en la tertulia a justificar implícitamente que se evite investigar las comisiones, el blanqueo, las cuentas suizas, los testaferros… Se abriría el debate sobre la monarquía y “España no está preparada” dice textualmente y sus compañeras de tertulia asienten.
No es ninguna reaccionaria. Es el último argumento decente que se puede oponer a la investigación de hechos gravísimos en la cúspide del Estado. En 2018. España (los españoles) no está preparada. Seguimos siendo menores de edad. No estamos preparados para debatir y decidir cómo queremos que sea nuestra democracia.
En 1978 no es que no estuviéramos preparados, es que teníamos que ser prudentes, había pistolas apuntando, no se trataba de elegir monarquía o república sino de elegir democracia. Ahora podríamos situarnos en un debate parecido. No se trata de elegir monarquía o república sino de elegir democracia. Y democracia sería tener un debate público, razonado, plural. Y someterlo a la decisión de todos los españoles. Lástima que no estemos preparados.
Desde hace años hasta los monárquicos más oscuros son conscientes de que al menos la monarquía debe eliminar la discriminación de género. Al menos durante el par de décadas previas a la crisis económica ello habría sido relativamente sencillo: un par de votaciones absolutamente mayoritarias (quién sabe si unánimes) en las Cortes Generales y una votación popular. Pero no se ocultó el miedo a que una votación aislada sobre cómo debe ser la monarquía se convirtiera en realidad en una votación sobre si queremos tener monarquía o no. Así que no se hizo la reforma y los monárquicos tuvieron la suerte de que el segundo embarazo de los reyes fuera de una niña. Los españoles seguramente no estábamos preparados para una reforma tan trivial, así que seguimos anclados en fórmulas arcaicas y machistas.
Desde que empezó la crisis territorial, hubo un argumento democrático contra el referéndum catalán que trataba de evitar caer en un nacionalismo primordialista español: no es que la unidad de España fuera sagrada porque España sea una nación milenaria y eterna, sino que si hay que votar algo que afecte a toda España, como sería su unidad territorial, no lo pueden votar sólo los catalanes o los vascos sino todos los españoles. Mariano Rajoy lo explicó con nitidez: “lo que sea España es una decisión que compete a todos los españoles, que son los que tienen la soberanía nacional, y no le corresponde a ningún Gobierno, ni partido, ni a ningún Parlamento.” Si eso valía para la unidad de España ¿no valdría para la forma de gobierno democrática de España?
No estamos aún en el momento de decidir lo que sea España, sino de enterarnos de quién ha sido Jefe de Estado de España durante casi cuarenta años, de si es un corrupto rodeado de gánsters que ha estado usando a España para labrarse ilegalmente un inmenso patrimonio o si por el contrario unos gánsters están atacando a un anciano inocente que lo ha dado todo por su país. Sólo quienes piensan lo primero (que al parecer es todo el mundo) pensarán que esa investigación puede llevar a poner en jaque a la monarquía. Y que entonces los españoles tendrían en su mano decidir lo que sea España. Están tan convencidos de que Juan Carlos I es un corrupto que lo que cuestionamos, por fin, es que España no está preparada para gobernarse, para decidir sobre sí misma, que España no está preparada para la democracia.
El debate, previo (aunque consustancial) a la monarquía es si los españoles somos mayores de edad. Hay que querer muy poco a este país, tener muy poco respeto por nuestros ciudadanos, haber estado muy poco atento a las ejemplares respuestas populares que hemos dado en los momentos más duros de nuestra historia reciente, para negar la madurez democrática de nuestro pueblo. No estamos ante un riesgo de involución hacia una dictadura militar como en los 70 sino en todo caso ante distintas formas de gobierno democrático (aunque reconozcámoslo, en ese debate sería difícil sostener que la monarquía es más democrática, moderna, transparente, feminista…).
Claro que España está preparada. Los españoles hemos demostrado mucha más madurez ciudadana y democrática que la que nos suponen. Busquen argumentos para el debate pero no nos nieguen el debate. Somos mayores de edad, estamos preparados: eso es la soberanía popular. Afortunadamente los complejos sobre el pueblo español quedaron apartados en un rincón mugriento y reaccionario de nuestra historia. España está preparada, mucho más que sus élites, para saber qué ha ocurrido y construir libremente y sin ataduras su futuro.