Por fin ha llegado el día. No recuerdo cuándo fue la última vez que esperé con tanto anhelo que alguien firmara un papel. Tendría que haberse firmado en noviembre, y ha habido que esperar hasta mayo. Pero para entender de verdad lo que supone, habría que retrotraerse mucho más atrás en el tiempo, a los momentos de zozobra que llevaron a muchas familias a instalarse en los recónditos parajes de lo que llamamos los de por allí, ‘El camino sin asfaltar’.
Si hay algo que genera quebranto es sin duda el aislamiento. Nuestra esencia, lo que nos constituye y da sentido a lo que somos, es nuestra capacidad de relacionarnos con otros. Pero el ‘camino’, tan lejos de todo durante tanto tiempo, lacera esa misma esencia, simplemente, por aislamiento. Llegar al camino sin asfaltar nunca resultó sencillo: escondido al final del sector 6 durante mucho tiempo exigía o tener un vehículo 4x4 para acceder, o mucho desapego por la integridad de los bajos de tu coche. Más de una vez ha habido que ir a recoger a alguien que se había quedado enganchado en un barro tan absorbente como el propio aislamiento que te succionaba en el camino.
Y la distancia acrecentaba también las ausencias, especialmente la ausencia de agua y la ausencia de luz. Demasiado lejos de cualquier sitio, ni siquiera el enganche ilegal a los suministros resultaba fácil. La distancia, el barro, el frío, la lluvia, se convirtieron en factores que hacía heroico el inocente viaje de aventura de los niños y niñas para ir al cole cada mañana. Y hacía también heroico el tesón de las madres para que los uniformes escolares estuvieran preparados y limpios, tarea imposible por demás.
Salir del Camino, por eso, restituye el encuentro y de su mano la dignidad y la identidad. Pero recuperar lo que somos en un encuentro que no se ha producido en tanto tiempo, curiosamente, también genera la ansiedad propia del miedo a dejar expuesto el corazón a la vulnerabilidad de la presencia de otros. A veces, hasta un ambiente de lejanía, distancia y soledad, se termina convirtiendo en un espacio de confort. Y salir de todo espacio de confort supone también el valor de asomarse a un mundo desconocido.
Y ahí es donde nos encontramos ahora con el reto a conseguir. Hacer un tránsito acompañado en el abandono de la lejanía en la distancia, del aislamiento y, por ende, de la exclusión que esconde.
Sería torpe por nuestra parte pensar que con esta firma del convenio de realojo ya hemos conseguido todo. No, no es eso. Es todo lo contrario. Ahora comienza el reto. El desafío inmenso de acabar con la situación de irregularidad del Camino sin asfaltar desde el punto de vista urbanístico es un desafío minúsculo y hasta ridículo. El verdadero desafío consiste en hacer que el camino del realojo sea un camino únicamente de ida, jamás de ida y vuelta. Es un reto por el que las personas que salen de esta parte de la Cañada no vuelvan jamás ni a esta ni a ninguna otra Cañada de aislamiento y por eso de indignidad. El verdadero reto es conseguir que se restituya lo que jamás de los jamases debiera haber ocurrido nunca.
Hagámoslo bien, sin prisas y sin pausas, acompañando los miedos, generando seguridad y estabilidad. No lo hagamos solos. Somos muchos compañeros de camino, administraciones, técnicos de entidades sociales, vecinos, ciudadanía en definitiva con capacidad de organizarse y de organizarse bien, con posibilidad de hacer de este camino sin retorno un viaje hacia la dignidad y la libertad.
Bienvenida sea esa firma tan esperada.