Hace 46 años, un domingo 4 de diciembre de 1977, casi dos millones de andaluzas y andaluces salieron a la calle con un sentimiento compartido de responsabilidad histórica. En plena conformación del hecho democrático en una España que apenas iba a empezar a vivir en libertad tras décadas de dictadura, el carácter masivo y unitario de aquellas movilizaciones impuso una idea que aún hoy continúa vigente: nuestro país no acabará nunca de entenderse si no es con el protagonismo de Andalucía.
Aquel 4 de diciembre facilitó el reconocimiento a Andalucía del máximo rango constitucional, como nacionalidad histórica, y evidenció que existía una forma andaluza de reivindicar su autonomía política sin agravios, en positivo, solidaria y que se sostenía en la memoria colectiva de un pueblo trabajador que anhelaba mayor justicia social. En Andalucía no cabe proyecto político que no se construya sobre la imperiosa necesidad de mejorar la vida de la gente.
De esta forma, para comprender Andalucía, para saber interpretarla y hacerla protagonista de un proyecto progresista veraz, hay que partir de las brechas de desigualdad estructural que siguen explicando su lugar en el mapa. Las repetidas promesas de convergencia estatal y europea han caído en saco roto, y eso forma parte de la realidad cotidiana que viven millones de hombres y mujeres. Los indicadores relativos al desempleo, la precariedad laboral o la pobreza reflejan la incapacidad de diferentes gobiernos por revertir desigualdades no solo respecto a otros territorios, sino también entre quienes viven en Andalucía. Si en cuatro décadas –incluido un proceso de descentralización y la incorporación a la Unión Europea– no se han visto reducidas ni las brechas territoriales ni las sociales algo ha fallado con Andalucía, y es la política. El bipartidismo, que ya es historia en nuestro país, no fue capaz de afrontar esa deuda.
En España la deriva reaccionaria de nuestras derechas extremas pasa, entre otras cosas, por la reescritura descarada de determinados hitos históricos que han sido fundamentales para nuestra democracia: la conquista de las libertades y de los derechos democráticos que da pie el logro constitucional, la arquitectura del Estado de las Autonomías, el carácter social y económico de nuestro Estado de Derecho, etc. Reescribir el pasado para obstaculizar cualquier avance en el presente y cancelar la posibilidad de un futuro diferente. Y, de la misma forma, en Andalucía hay un esfuerzo inusitado por parte del aparato institucional de la Junta de Andalucía por reescribir la historia de luchas del pueblo andaluz por su autonomía como vía para desplegar sus potencialidades y superar desigualdades, entre ellas las intrínsecas. Moreno Bonilla desea proyectar la idea de que solo hay una manera de defender Andalucía, como solo habría una manera uniformada de ser andaluz, invisibilizando así el deterioro crónico y estructural que sus políticas han acabado por implantar en los mejores instrumentos de corrección de desigualdades que tiene cualquier sociedad, sus servicios públicos. Hoy en Andalucía hay más de un millón de personas que aguardan en listas de espera para ser diagnosticados por un médico especialista o a ser intervenidos quirúrgicamente, lo que viene a ser la peor tasa de España. Esto es muy grave porque refleja una mayor dificultad para superar determinadas enfermedades por el simple hecho de vivir en Andalucía, fruto de los recortes austericidas que ha venido sufriendo el sistema público sanitario andaluz. Al drama sanitario hay que sumar los indicadores crecientes en lo relativo a la segregación escolar, la asfixia financiera a la que se viene sometiendo al sistema universitario público andaluz o la incapacidad manifiesta por reconducir la estructura productiva de una tierra que, lejos de revertir la desindustrialización sufrida a costa de otros territorios en el pasado, consolida la terciarización de su economía en detrimento de sectores que pudieran generar mayor empleo y redistribución de riqueza. Y el enorme reto de la emergencia climática, que puede afectar gravemente a Andalucía y la protección efectiva de su riqueza natural, como Doñana. De nada de ello desea que se hable el actual presidente de la Junta de Andalucía, porque hacerlo sería reconocer que continúa extendiéndose la deuda política histórica que se contrajo con Andalucía y de la que él es hoy máximo responsable.
Pero hay que hablar de ello para dirigir la mirada hacia un porvenir que, por ser realista, aporte esperanza. Las andaluzas y andaluces han tenido siempre que disputar su espacio en la historia común. Fue así en 1977, de forma incomprensible para muchos, cuando salieron a la calle para construir a su manera el hecho democrático autonómico. “Libertad, amnistía y estatuto de autonomía”, fue uno de los gritos ese día. Aquel domingo, teñido de rojo por siempre por el asesinato del sindicalista Manuel García Caparrós, supuso la constatación de una manera de ser y entenderse para las mujeres y hombres de Andalucía. Desde la conciencia de no querer ser subalternos, construir una sociedad libre de desigualdades. A ese reto se incorpora Sumar como proyecto político de progreso de y para Andalucía. Hay camino por recorrer, hay mucho trabajo por hacer. Pongámonos a ello. ¡Viva Andalucía Libre!