Gaza y la fabricación de las imágenes de enemigo

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La destrucción de Gaza y la deshumanización hacia el pueblo palestino va a multiplicar los mecanismos ya existentes desde hace décadas de creación de imágenes de enemigo y la cultura del odio en la región. Intentaré mostrar aquí que los enemigos se fabrican, es una construcción. Hay toda una intencionalidad para crearlos, mantenerlos y cambiarlos, puesto que su mera existencia es de utilidad para algunos.

Las relaciones humanas funcionan a través del reconocimiento de que somos seres diferentes y únicos, indiscernibles, distinguibles, al tiempo que establecemos diferentes formas de vinculación, que puede ser muy intensa o lo contrario, de desconexión y de rechazo. El filósofo francés Paul Ricoeur, hablaba de la transición entre el “algo” y el “alguien”, y la construcción de otra transición, la del “alguien” al “sí mismo”, reconociéndose sus capacidades. Cuando nos referimos a la empatía, señalamos algo positivo e imprescindible, que es pasar del “yo” al “nosotros”. Pero también, y con suma facilidad, surge el “nosotros” y el “ellos”, una realidad que no sería de mayor problema si ese “ellos” no significara más que distancia geográfica, “los que viven lejos”.

El problema no es que existan “otros”, sino el asignarles cualidades nocivas y peligrosas, y despojarlos de caracteres morales. La complicación viene cuando esa distancia es de tipo emocional, está racionalizada y es percibida de forma amenazante y hostil, es decir, cuando todos los estadios son negativos y se devalúa la otredad. El “otro”, se convierte al final en “eso”, algo deshumanizado y que ya no necesita ser definido. Es la perversión de la clásica división moral axiomática, de que nosotros siempre somos los buenos, y los demás son los malos. Aquí no sirven las coordenadas geográficas: puede ser el vecino. Basta con percibir, con o sin motivos reales, con o sin una profunda reflexión, que el “otro” nos quiere mal, puede hacernos daño, es incompatible, sobra, molesta, es un traidor, pertenece “al otro bando”, va a la contra, etc. La amplificación o exageración de cualquiera de esos aspectos es fácil de hacer, de motu proprio o de forma inducida, instigada. Bajo este esquema binario y dicotómico, también queda sentada una antinomia, el conflicto entre dos actitudes, puesto que, por reacción, normalmente es bidireccional, pues quien es acusado acaba por hacer lo propio hacia el contrario.

A modo de síntesis, y en forma de secuencia, expongo varios de los mecanismos más utilizados para acabar construyendo las imágenes de enemigo. Dejo a los lectores evaluar cuántos de esos elementos están presentes en el conflicto entre Israel y Palestina. Son los siguientes:

Determinados desarrollos de prejuicios y estereotipos negativos, acompañados de estigmas, que deforman la realidad y facilitan, al final del proceso, la demonización del otro; las percepciones negativas o distorsionadas derivadas de lo anterior y de la influencia comunitaria; el paso de las emociones negativas y de la agresividad natural o benigna a la violencia; adoptar actitudes negativas sobre los demás y simplificarlas. La percepción es de una evaluación negativa sobre lo que hace y quiere el contrario. La tendencia a simplificar conduce a pensar en situaciones de “suma cero”, evitando la complejidad y la práctica dialógica; mantener la rigidez en las formas de pensar; actuar de forma impulsiva debido a factores emocionales e irracionales y la manipulación interesada de las emociones políticas.

También los mecanismos de persuasión para odiar a otros colectivos, la desconfianza y la aversión sobre las intenciones del percibido como extraño, contrario o contradictor (el exogrupo), que se ven como engañosas; las percepciones erróneas y deformadas de realidad, que impelen a tomar decisiones políticas precipitadas y de enfrentamiento, y provocan desconfianza e incomprensión; la utilización selectiva de la propaganda y los medios de comunicación, para crear y reforzar las imágenes y arquetipos negativos, creando nuevos consensos a quien odiar; el prestigio, orgullo, codicia, narcicismo e intereses personales de los líderes, y su capacidad para mantenerse a toda costa en el liderato, aunque vivan en una burbuja de cristal o en las nubes; la identificación con los líderes perversos, que suele ir precedido de una imitación consciente; la sumisión a un grupo (el endogrupo), derivación de los puntos anteriores.

Puede ser un acto voluntario y vivificante, pero también una adaptación pasiva e irreflexiva, más bien impotente. Va ligada al sometimiento, la obediencia, la docilidad o la dependencia. Existen colaboraciones inducidas; la construcción de narraciones históricas narcisistas, a veces basadas en mitos, y que pueden promover agravios imperecederos y espíritus de venganza. Es uno de los grandes obstáculos para procesos de reconciliación y de perdón; vinculado a lo anterior, mantener vivas las heridas y evitar la sanación de traumas, lo que impide romper con la transmisión generacional de la venganza; la glorificación de los símbolos y la defensa a ultranza y acrítica que lo que se considera el honor patrio, bases para el fanatismo; la amplificación de las diferencias entre los grupos mediante estigmatizaciones; la proyección sobre los demás nuestras propias debilidades y la necesidad de salvar la cara para no mostrarnos débiles, y convirtiendo al contario en chivo expiatorio; culpar al contrario de todos los males o adversidades e identificarlo con el mal; pensar en términos binarios: amigo o enemigo.

Predomina la perspectiva egocéntrica, lo que implica que el punto de vista propio representa la realidad absoluta; la ocultación de la pluralidad humana. Negar y desalojar la individualidad del otro, desemejarlo; el no reconocimiento de los demás; la ruptura de la configuración solidaria de las relaciones humanas; perder progresivamente en sentido de empatía, y abandono de la capacidad dialógica; la deshumanización del contrario, al desparece la responsabilidad personal, la culpabilidad, los escrúpulos, los remordimientos de conciencia, las normas éticos-morales; la desindividualización, como estrategia para eliminar el carácter humano del individuo y hacer desaparecer la conciencia del agresor; la demonización, quitando cualquier cualidad moral al oponente. En rigor, tanto la demonización como la deshumanización suponen un estadio superior al del “enemigo”, que al menos puede ser visto como un humano, por mucho que le desprecie y odie; con la deshumanización llega la cosificación, el convertir a las personas en simples cosas, y con ella, la posibilidad real de eliminarlas.

Evitar la profusión de fábricas de enemigos en la sociedad actual, incluyendo lo que ocurre en Gaza, pasaría por el elogio a la buena vecindad, la reflexión crítica, la comunicación completa, la capacidad dialógica, la restitución de lo negado y de lo invisibilizado, la empatía, el cuidado, la educación de los afectos, el apego, evitar las simplificaciones, fomentar la solidaridad, el reconocimiento de la alteridad, la relación de reciprocidad, la capacidad para actuar y obrar, el respeto mutuo por la individualidad y la singularidad de todos, la estima de la pluralidad, las mixturas y lo híbrido, la aceptación del disenso, la estima social, el reconocimiento de los propios límites, ser conscientes de los efectos y repercusiones de nuestros actos, el respeto (incluida a la Naturaleza), la confianza, la autoestima, la igualdad de oportunidades, la satisfacción de las necesidades básicas, salir de los marcos del conflicto permanente o redefinir las relaciones, entre otros muchos aspectos. Muchos de estos aspectos, están vinculados a la capacidad dialógica que permite afrontar y abordar sin violencia los conflictos, y su ausencia es lo que genera esta terrible situación sobre el pueblo gazatí.