El PSOE es el partido articulador por excelencia del régimen del 78. Durante la dictadura fue un partido muy débil; apenas existía en el exterior bajo la dirección de Rodolfo Llopis y sólo contaba con unos 2000 militantes clandestinos en el interior en 1974. Pero entre 1972, cuando los jóvenes de Sevilla se hacen con el control del partido y 1982, año de la aplastante victoria electoral de Felipe González, con el lema “por el cambio”, el PSOE navegó con audacia la Transición y se convirtió en el partido de las nuevas clases medias y en la fuerza hegemónica del sistema político español.
Es por ello que hoy decimos que la crisis del PSOE es la crisis de régimen, lo explicaba ayer Pablo Iglesias en un artículo con este título. Pero es la irrupción de Podemos lo que explica el golpe de régimen que ha sacudido al PSOE en los últimos días: un intento por parte de los sectores oligárquicos dentro y fuera del partido (propietarios de grandes grupos mediáticos y empresariales incluidos) para impedir cualquier posibilidad de acuerdo de gobierno con nosotros. Un intento desesperado de cerrar la crisis de régimen en un sentido oligárquico, aliándose los partidos tradicionales (con el concurso decorativo de Ciudadanos) para intentar asentar su posición de poder y frenar cualquier posibilidad de que Podemos gobierne. No es que Pedro Sánchez haya articulado una posición “de izquierdas” en el PSOE (conviene recordar que es Secretario General gracias a los sectores más conservadores de su partido). De hecho, Sánchez nunca se planteo gobernar con Podemos. Pero su obstinado “no” al Partido Popular (en sintonía con el deseo mayoritario expresado por las bases de su partido) podía llevar a una repetición electoral no deseable para esos sectores oligárquicos, o incluso a la remota posibilidad de que Podemos participase de un gobierno presidido por Sánchez. Lo demás ya lo conocen: se acabó la diversión, llegó Don Felipe y mandó a parar.
En lo que a España se refiere, la crisis del PSOE puede derivar en un gobierno austericida presidido por Mariano Rajoy o en una tercera repetición electoral.
Si nos enfrentamos a unas nuevas elecciones, el ciclo político actual seguirá abierto –aún con todas sus dificultades- para el espacio que representa Unid@s Podemos. Seguirá siendo posible que gobernemos, aunque de momento (y previsiblemente así seguirá siendo) esto sólo puede concretarse a través de un acuerdo con el PSOE. Por eso hasta ahora ha sido decisiva nuestra exigencia de respeto y consideración a los 5 millones de votantes de Unid@s Podemos, una exigencia de igualdad en el trato frente a sus intentos de subalternización. Más tranquilos se hubiesen quedado los sectores oligárquicos del golpe de régimen si el PSOE hubiera podido organizar la aritmética parlamentaria de forma tal que nuestro espacio político quedase desdibujado, opacado o subalternizado, si el PSOE hubiera conseguido gobernar dejándonos fuera del gobierno. Quienes nos animaban a abstenernos ante el acuerdo del PSOE con Ciudadanos para mostrar flexibilidad saben bien que esto hubiese acabado con Podemos como fuerza capaz de liderar el espacio político que representamos.
Si gobierna de nuevo el Partido Popular entraremos en lo que llamamos ciclo largo o escenario de “guerra de posiciones”. Un escenario que lejos de poder definirse como de “empate catastrófico” se caracterizaría por ser una “contienda asimétrica”, en la que el bloque popular ha conquistado posiciones clave en los últimos años, especialmente institucionales, pero en el que el bloque oligárquico sigue llevándonos ventaja.
Aunque el “ciclo corto” actual se prolongase con una nueva repetición electoral, en Podemos debemos trabajar para asentar nuestra posición articuladora del bloque histórico que ha de organizar y crear el cambio político en nuestro país. Siguiendo la metáfora de la “guerra de posiciones”, nuestra función es aprovechar las posiciones conquistadas para seguir cavando nuevas trincheras, a ser posible estratégicas o decisivas para conquistar la victoria. Se trata, en definitiva, de crear una nueva institucionalidad.
Nuestra tarea es construir comunidad. Facilitar y dinamizar procesos de organización popular que sean útiles para la vida de las personas. El Black Panther Party, por ejemplo, lo hacía a través de sus Programas de Supervivencia: desayuno gratuito para los niños y niñas, servicio intercomunitario de noticias, programas de intercambio de ropa, hospitales y centros de salud comunitarios, entre otros. Los Programas de Supervivencia permitían articular a la comunidad negra en los barrios y ciudades de EEUU. No sólo se trataba de procesos de organización popular basados en la fraternidad que permitían resolver necesidades materiales concretas: eran también procesos de construcción de sentido, repletos de rituales y prácticas colectivas que permitían a una comunidad inicialmente desvinculada (podríamos decir, inexistente como tal) en una comunidad de práctica con un importante nivel de organización social y a la vez constituida como actor político en el conjunto del país.
Nuestra tarea es construir comunidad con los más, con “los nadie”, con una mayoría social que ha quedado fuera de la “fiesta de los privilegiados” en los últimos años. Desde la diversidad de personas y actores sociales y políticos, el horizonte de construcción es preciso y colectivo: el de los derechos humanos y en consecuencia, la lucha contra la impunidad de los que han pretendido cercenarlos. Este horizonte, inevitablemente, implica un conflicto con las élites españolas y europeas, cuya posibilidad de existencia recae sobre la violación sistemática de esos derechos. También porque cuando hablamos de cumplir y hacer cumplir los derechos humanos tendremos que problematizar cuáles son esos derechos (ahora lo son la salud, la educación o la vivienda, pero ¿debería o no serlo el acceso a internet?), y quiénes acceden a su titularidad (por ejemplo, la nacionalidad o el padrón marcan actualmente límites en el acceso a derechos humanos para muchos de nuestros vecinos y vecinas).
Cavar trincheras exige también pensar cuántas y cuáles somos capaces de construir en este escenario de contienda asimétrica. Hay trincheras estratégicas que construir y conservar con especial cuidado. Las primeras, aquellas que permiten la autotutela de nuestros derechos y atajar la situación de emergencia social a través de la organización popular. Es en esta lógica en la que puede entenderse la iniciativa Vamos!, que arrancará el 17 de octubre exigiendo que este invierno no haya en nuestro pais nadie sin luz.
Son también trincheras estratégicas el conjunto de dispositivos de mediación cultural y construcción de sentido con los que la mayoría de la sociedad se socializa, especialmente los medios de comunicación (a los que ahora tenemos más acceso que en ningún otro momento desde el inicio de la crisis) y la amplia variedad de producciones culturales del cine, la música, el teatro o la literatura.
Una tercera trinchera estratégica es la institucional, en los gobiernos municipales, especialmente los ayuntamientos del cambio; los gobiernos autonómicos y también a nivel estatal. La política institucional es el espacio de negociación por excelencia con el adversario, una trinchera más fría y de ritmos más lentos, en la que como una suerte de “foto fija” se va plasmando en políticas y legislación concreta la correlación de fuerzas cambiante entre los diferentes bloques en liza. No hay precedentes en la historia de nuestro país de una fuerza política plebeya que irrumpa con tanta fuerza como hemos hecho nosotros en el parlamento. Esta posición conquistada puede ser aprovechada para traducir a la política institucional los conflictos sociales que afectan a la mayoría, posicionando nuestra labor del lado de la parte débil de esos conflictos. La Ley 25 es un buen ejemplo de ello. Pero también puede servir esta trinchera para construir y fortalecer desde ella sociedad civil organizada. Todo ello sin olvidar que la sociedad civil es un actor que puede llegar a ser determinante incluso en la aritmética parlamentaria. Así ocurrió cuando el movimiento por la vivienda generó tanto consenso social que ningún actor parlamentario pudo negarse en Cataluña a votar a favor la Ley de Vivienda.
Acabe como acabe la crisis del Partido Socialista, nuestra tarea más importante es construir comunidad. Desde el 20D el teatro partidista sobre los pactos de gobierno ha inundado la actualidad política y mediática, opacando la situación de emergencia social que se sigue viviendo en nuestro país y confundiendo el tira y afloja de la formación de gobierno con las posibilidades de acción de una formación política plebeya para empujar el proceso de cambio en España. Es así como nos han cercado, haciendo que solo hablemos y actuemos en un escenario en el que (casi) nunca jugamos con ventaja. Solo cavando trincheras, aprovechando las posiciones conquistadas y entendiendo que somos una herramienta para los más, podremos evitar el cerco que nos quieren imponer los poderosos y mantener viva la posibilidad de victoria.