En los días de agosto en los que Salvini paseaba entre multitudes por beach clubs y playas italianas, escribí un artículo (La gran oportunidad) en el que reiteraba la necesidad de un proyecto progresista en España como antídoto contra el malestar que capitaliza ahora la extrema derecha.
Somos testigos globales, por un lado, de una nueva pluralidad, que se agita en cada una de las convocatorias electorales de no importa qué continente. Por otro, crece desde la calle la contestación planetaria al modus operandi que la globalización despliega desde la caída del muro de Berlín. Ambos hechos convergen, provocan vértigo ciudadano.
Vértigo por un tiempo inestable de acontecimientos, de mutación social que la crisis de 2008 ha multiplicado. La incertidumbre reina, la jockerización planea y ello dispara la percepción de estar en combustión en directo. Un cocktail tan explosivo como imprevisible, y que multiplican las redes sociales.
Ante eso, y aplicado a un país como el nuestro, azotado por una crisis económica primero, social y política después, y aumentadas las tres por la crisis territorial con Catalunya posteriormente, es necesaria una respuesta progresista si se quiere preservar, profundizar y adaptar el modelo de bienestar a los retos actuales.
La nueva pluralidad -fragmentación la llaman algunos- en la que ha acabado convergiendo esa falta de respuestas a un capitalismo que parece haber decidido autodestruirse, apunta a una voluntad que se expresa, aunque sea desde la frustración, la indignación o el voto antisistema, en una voluntad de cambio, de que se hagan política nuevas ante nuevas exigencias y más urgentes.
Tras una década de crisis, hay que reencontrar la senda de un modelo de convivencia que recupere un carácter profundamente social, y en el que hoy muchas personas en España y en Europa se sienten degradadas, invisibles y desclasificadas, que ofrezca respuestas creíbles a corto y medio plazo. Una base en definitiva de un “pacto social” que mejore, por encima de todo, nuestras vidas.
Es obvio que hay una revolución ruidosa en marcha. Por eso es tiempo de actuar. De dar soluciones con una hoja de ruta progresista que pilote y lidere el partido socialista.
Un proyecto con una profunda huella y dimensión social en lo económico y con un contrato ciudadano con políticas claras contra la desigualdad económica, cultural y territorial que muchos ciudadanos españoles y europeos sienten y perciben. Con una agenda clara en el ámbito climático, tecnológico y que contribuya a regular un neoliberalismo en crisis.
Se trata de propuestas que cohesionen o de lo contrario tendremos continuas reacciones simultáneas, a pequeña y gran escala. Los “incendios” que hemos conocido reflejan la contestación global -de Francia a Beirut, de Chile a Irán- a la que cada vez vamos a tener que convivir con más frecuencia. Y por eso precisamente la respuesta se hace más urgente que nunca.
Ante la universalización de la protesta y la vuelta a un tradicionalismo de barreras, autoritario y trufado de enemigos internos y externos (feministas, migrantes, izquierdistas, pro-europeos y multilateralistas son los nuevos demonios) políticas progresistas.
Políticas que ante la pluralidad existente requieren altura de miras. Es criticable que se hable de una abstención, hay que repetirlo, una abstención, para un acuerdo con partidos que tienen una hoja de ruta de confrontación.
Sin embargo, desde el prisma de que en Catalunya se vive un conflicto de raíz política que necesita de soluciones desde el diálogo y que ha incorporado actos de contestación global callejera en los últimos meses, sería en primer lugar poco democrático deslegitimar a un partido mayoritario y que además ha dado muestras durante los meses posteriores a la moción de censura de apoyar políticas sociales claramente progresistas.
En segundo lugar, ante un proceso de contestación en Catalunya que bebe de las fuentes de la irresponsabilidad de partidos que se autoproclaman de Estado pero buscan rentabilizar más la confrontación que la solución, la última opción es dar las riendas de la solución a los que no acertaron en ni una de las medidas que debían apaciguar el conflicto.
En tercer lugar, las políticas progresistas deben dar lugar a un nuevo pacto territorial, uno de los pilares de la Constitución que debe profundizarse, desde el diálogo, desarrollando un modelo federal que hoy seguro que seguirían reivindicando constitucionalistas como Jordi Solé Tura que permita encajar a Catalunya. Complejo, pero un paso fundamental necesario es sentarse y dialogar, en un marco de gobernabilidad estable, que además los ciudadanos reclaman mayoritariamente en Catalunya y España.
Por eso necesitamos una hoja de ruta que recoja la pluralidad en las instituciones en un marco de coalición progresista, con diálogo dentro por supuesto de las herramientas legales que nos hemos dado, y que permita dar un paso tras años de estancamiento.
Los ciudadanos votan pluralidad, y eso requiere de soluciones complejas. Es una gran responsabilidad, pero también una gran oportunidad para estar a la altura de sus demandas.