Por qué Gustavo Petro va a ser presidente de Colombia

27 de mayo de 2022 22:13 h

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En los aledaños de la calle 122 con la carrera 15, en el acomodado Norte de Bogotá, hay una pintada sobre uno de los bajos de los edificios de estrato seis que componen el barrio: “Cualquiera menos Petro”. Esta frase, que se ha convertido en consigna entre un sector de la élite colombiana, refleja también su estado de ánimo de cara a los comicios presidenciales, cuya primera vuelta tendrá lugar mañana.

La inevitable asociación del candidato de la derecha, Federico Gutiérrez, que se hace llamar “Fico”, con el uribismo -esa especie de poder en la sombra que desde hace tantos años funciona en Colombia- no le ha ayudado en un contexto de polarización máxima, donde las recetas populistas del expresidente Uribe muestran síntomas de agotamiento. Por varias razones, aunque, sin duda, entre ellas está el cambio sociológico que ha vivido el país en estos años de transformación y proceso de paz.

Antes de Fico, vivimos los intentos de posicionar a un desconocido Alejandro Gaviria e, incluso, de experimentar si podía funcionar como candidata Ingrid Betancourt. En ambos casos se demostró rápido que no era buena idea. Ahora, tarde ya, hay incluso quienes empiezan a ver con buenos ojos al liberal Sergio Fajardo, que ya tuvo su oportunidad hace 4 años y no supo, o no quiso, o no le dejaron prestar atención al momento de cambio que se empezaba a vislumbrar.

Enfrente, en cabeza en todas las encuestas, se erige Gustavo Petro, liderando un bloque amplio que agrupa a toda la izquierda y, por primera vez de forma clara, a sectores del liberalismo, dividido frente a la elección del domingo. Tiene a su favor que no es un líder improvisado, sino un histórico dirigente de la izquierda; algo que ayer podría restar pero que, hoy, le aporta un barniz de solidez frente a sus competidores. Es también un candidato con demostrada capacidad de resiliencia, con bases ideológicas marcadas pero también muy moduladas para esta contienda, a la que llega con las heridas de las múltiples derrotas acumuladas en su medio siglo de experiencia política, labrada más en los fracasos que en las victorias. ¿Por qué ahora ha llegado su momento? ¿Por qué un tipo como él en un país como Colombia?

A continuación, desgranamos cinco ideas -seguramente no son las únicas- que pueden ayudarnos a entender el momento que atraviesa el país.

Petro hoy es un candidato presidenciable e integrador

Lo cual quiere decir también que no siempre lo fue. Pero llega a estas elecciones tras haber hecho importantes renuncias y haber practicado un esfuerzo relevante para sumar y tejer alianzas. Supo leer bien que su candidata vicepresidencial debía ser la líder afrodescendiente Francia Márquez -que destacó por méritos propios en la consulta interna celebrada hace unos meses-, una elección reconocida como uno de sus principales aciertos en esta campaña. Integró, además, a figuras históricas del progresismo colombiano como Clara López y, a la vez, a liderazgos con futuro, como el del joven dirigente verde Camilo Romero. Y, sobre todo, construyó un programa y un discurso de base socialdemócrata que, a pesar de lo que digan sus adversarios, no escandalizaría a ningún partido de corte liberal en Europa.

El sector más audaz de la élite económica ya se ha hecho “petrista”

Existe en ellos la percepción de que es necesario liberar presión de la olla y que un parche continuista, lejos de ser una solución, podría agravar el problema. La polarización que vivió Colombia en los últimos años, cuyo punto álgido fueron las protestas de 2021, donde cientos de miles de jóvenes mostraron su descontento en las calles, sigue hoy presente en el clima político. La contradicción que tendrá que cabalgar Petro en sus primeros años de gobierno, en caso de que llegue al Palacio de Nariño, será precisamente esta: convivir con las aspiraciones de quienes, sobre la base de la movilización, le llevarán al poder porque le ven como un instrumento del cambio social que necesita el país, y hacerlas, al mismo tiempo, compatibles con los intereses de una élite que, sobre la base del mal menor, solo ve en él un instrumento coyuntural para desactivar el clima de tensión social existente.

No hay una alternativa sólida

Fico Gutiérrez no despierta demasiadas simpatías, ni siquiera entre sus partidarios. No ha sabido construir un discurso claro que compita con el de Petro, por ejemplo, en materia de políticas sociales. Prueba de su debilidad es también el crecimiento del tercero en la liza, el empresario Rodolfo Hernández. Además, no han hecho una buena campaña: no supieron reaccionar a hitos que se convirtieron en virales, aunque implicase distanciarse del radicalismo de un sector de sus bases. Así ocurrió ante los gravísimos ataques racistas contra Francia Márquez que, solo con su presencia, irritó a un sector, minoritario pero real, que cree que las mujeres afrodescendientes no pueden ser candidatas a nada (lo creen en pleno siglo XXI) ante la impávida presencia como espectadores de los dos hombres blancos, Fico Gutiérrez y Rodrigo Lara, de la candidatura alternativa.

La razón sociológica

Las nuevas generaciones de votantes ya no compran un discurso que, en un país con tan elevadas tasas de inequidad, ha desatendido sistemáticamente su agenda social para basarlo todo en soluciones militares ligadas a la seguridad, ancladas en el marco de la guerra. Esa nueva generación se hace preguntas distintas a las que se hacían sus padres o sus abuelos. Las Farc ya no existen y, con su necesaria desaparición, dejaron entrever más claramente el resto de las causas que originan la violencia. Colombia hoy es un país que vive uno de los procesos de paz más difíciles (más de 50 líderes sociales asesinados solo en el primer trimestre de 2022), pero también más irreversible de cuantos conocemos. Ni siquiera el presidente saliente, Iván Duque, discípulo de Uribe y crítico con el proceso de paz, fue capaz de poner en riesgo el proceso en sus cuatro años de mandato, más allá de puntuales intentos de desestabilización contra la Jurisdicción Especial para la Paz u otros organismos del sistema institucional vinculados al proceso de paz.

El contexto geopolítico y el fin del “castrochavismo”

En Colombia esa palabra es usada recurrentemente, como sustantivo y como adjetivo, para estrellársela a cualquiera que ose defender los más elementales postulados del estado del bienestar. Pero no parece muy original que, con Castro y Chávez ya fallecidos hace años, o mientras Biden manda a sus hombres a Caracas a negociar petróleo con Maduro, en Bogotá haya sectores políticos que sigan basando una campaña en el miedo. Especialmente, cuando enfrente existe una apuesta por alentar el sentimiento de esperanza, quizás uno de los mayores antídotos frente al miedo en comunicación política. Por otro lado, Colombia siempre se mantuvo al margen de las corrientes políticas del continente a causa de la guerra. Las Farc eran un anacronismo que distorsionaba enormemente el debate público. Sin embargo, hoy, en un contexto diferente, con las peculiaridades que queramos considerar, podríamos asistir al acoplamiento de Colombia a una corriente que llevó a Boric al poder en Chile hace unos meses y que, parece, hará lo mismo con Lula en octubre. Al fin y al cabo, pese a sus peculiaridades, superado el anacronismo de la guerra, Colombia no tiene problemas muy distintos de los que tiene el resto de los países del continente. Y, salvando la cuestión generacional, Petro, en la práctica, no parece muy distinto de Boric.