El azar ha querido que mientras terminaba la lectura de la que quizás es la más canónica biografía de Hernán Cortés, de Esteban Mira, y a pocos días de la conmemoración del día de la Hispanidad, haya estallado la polémica sobre la no invitación al Rey de España a la toma de posesión de la nueva presidenta de México, Claudia Sheinbaum. No cabe duda de que Cortés ha sido uno de los personajes más controvertidos de la Historia, puesto que lideró a primeros del siglo XVI la expedición que, con el objetivo de “conquistar” y evangelizar –hoy diríamos que de usurpar un imperio legítimo– puso punto y final a la confederación mexica para convertirla en la Nueva España.
Claro que Hernán Cortés fue un hombre de su tiempo, por lo que sus actos deberían entenderse en su contexto histórico. Éste es el problema que me suscita la doctrina de la cancelación. Otra cosa es que hoy en día preferimos destacar, por encima del ardor guerrero –como hacía el franquismo el “día de la Raza”–, otros valores como la humanidad, la indulgencia o la paz. Por lo que no debería acomplejar a nadie pedir perdón por las atrocidades o el dolor causado por nuestros antepasados. Desmanes que nadie puede poner en duda si atendemos al relato del propio Cortés en sus 'Cartas de Relación', por no hablar de los escritos de denuncia del padre Bartolomé de Las Casas, en los que se explican las animaladas cometidas por Cortés y sus huestes en Cholula o en Tenochtitlan, al parecer de una brutalidad estremecedora. Hoy en día, anteponer el celo de los “conquistadores” por dar gloria a la Corona de España o divulgar la fe cristiana, como hacía la historiografía clásica preliberal y predemocrática española, se nos antoja un despropósito.
La cuestión es que España tiene pendiente todavía ahora una petición de perdón, formulada por un Estado, por los abusos cometidos por Hernán Cortés. No en vano éste encabezó la “conquista” en nombre de la Corona española. Lo pidió el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en 2019. Ya en su día, este reclamo provocó una inusitada indignación por parte de las autoridades españolas, que no tuvieron en cuenta que se trataba de una demanda ampliamente compartida por el pueblo mexicano, como reveló una encuesta de MetricsMx para ElDiario.es y SDP Noticias, diario digital líder en México, que señaló que el 50,1% de los ciudadanos estaba de acuerdo.
La petición de AMLO, que envió una carta al rey Felipe VI, sugería realizar una ceremonia conjunta al más alto nivel, encaminada a que “el Reino de España expresara de forma pública y oficial el reconocimiento por los agravios causados” durante la “conquista” de hace 500 años. La Casa Real no se dignó ni a contestar y dejó la respuesta en manos del Ministerio de Exteriores del gobierno de Pedro Sánchez, que rechazó tal planteamiento en tono más bien áspero. Y ese es el punto de ignición del reciente conflicto diplomático provocado por la no invitación al Rey a la toma de posesión de la nueva dignataria mexicana.
AMLO también hizo la misma petición de perdón a los pueblos originarios de México al Papa, por la complicidad de la Iglesia. Y el papa Francisco lo pidió en 2015, durante una visita a Bolivia: “Se han cometido muchos y graves pecados contra los pueblos originarios de América en nombre de Dios”, aseveró. Al igual que el presidente francés Emmanuel Macron por las atrocidades de la guerra de Argelia, pese a las iras de los pied noirs. O los sucesivos cancilleres alemanes que se han esforzado por mostrar contrición por la responsabilidad vergonzosa de su país durante el Holocausto. Incluso los siempre orgullosos y muy colonialistas británicos lo hicieron con el pueblo kikuyu de Kenia, por los abusos a los que fueron sometidos en los años 1950 durante la campaña contra la guerrilla Mau Mau, aunque no han dicho nada todavía de los desastres de Tasmania, Jamaica, Irlanda, Irak, Malasia, Afganistán, África o India. Incluso Recep Tayyip Erdogan, cuando era primer ministro turco, pidió disculpas a los descendientes de los armenios masacrados por las tropas otomanas durante la Gran Guerra. Y Japón por los numerosos atropellos cometidos en Asia durante la Segunda Guerra Mundial, especialmente en Corea del Sur, Brimania, Filipinas o Indonesia, llegando a pagar en tiempos recientes cuantiosas indemnizaciones por las mujeres esclavizadas en Manchuria.
¿Tanto cuesta pedir perdón? La actitud española, además de incomprensible, es una mezcla de rancio orgullo patrio y de reaccionarismo por parte de quien se muestra todavía hoy comprensivo e indulgente con las atrocidades de la “conquista”; por parte de quien se cree que estos pueblos le deben estar agradecidos por su aportación al desarrollo y civilización. Se impone una rectificación.