Al poco tiempo de llegar al ayuntamiento, acuñé la expresión “reuniones de hombres de más de 40 con corbata”. Me parecía bastante ilustrativa de un tipo de reuniones que se convertirían en habituales en mi vida a partir de entonces: consorcios, juntas directivas, consejos de administración, y que ejemplificaban algo que ya sabíamos, pero que algunas no habíamos vivido nunca: los hombres son los que están en los puestos directivos, en los espacios de decisión y representación, un sesgo de género, y también de edad que salta a la vista, a la vez que se manifiesta en la forma de ser y estar en las reuniones. Aquellos espacios que hacen que la expresión “feminizar la política” se cargue de sentido.
Esta semana he asistido a una de esas reuniones de hombres de más de 40 con corbata. Empresarios y representantes de la administración. Es un lugar al que voy regularmente. Muchas veces, llego justa a la reunión. En las primeras reuniones, en las que no conocía a nadie, me iba directamente a mi sitio, ese indicado con el cartelito de “Gala Pin” plastificado. En la segunda reunión, llegué con un poco de antelación, me fui a mi sitio y me senté con el ordenador. Al llegar el presidente, saludó a las personas que estaban de pie. Al acercarse a mí, hice amago de levantarme para darle la mano, pero se me quedó encajada la silla y no pude levantarme rápidamente. El presidente quería saludarme, así que, ni corto, ni perezoso, me dio un beso en la frente. La primera en la frente. Sesgo de género, de edad y de clase. No se lo hubiera hecho a otras mujeres presentes en la sala. No supe reaccionar. O más bien, me contuve la reacción. Hace tiempo que aprendí que mi cuerpo tiene una reacción muy primitiva cuando me enervo (antes me pasaba una o dos veces al año): se me eriza el cabello de la nuca. Es imperceptible al ojo humano, aunque yo sí que lo noto. En ese momento, sentí cómo se me erizaba el pelo de la nuca, que desde hace años es una señal que he aprendido a interpretar como “no reacciones de manera visceral ahora, porque después te arrepentirás”. Así que me quedé perpleja. Y frustrada.
Esta semana, un año después, me ha saludado dándome la mano. “Bien, Pin, machote”, he pensado. No había una asistencia masiva, aun así, las mujeres éramos clara minoría: cuatro frente a 12 o 14 hombres. Una de las mujeres es la persona que toma el acta (aún no he visto a un hombre tomando acta). Después de varias intervenciones, alguien llamó la atención al presidente sobre el hecho de que había un nuevo miembro (una mujer, la cuarta mujer) en la sala que se incorporaba en esa reunión sustituyendo a un antiguo miembro. Transcribo: “¡¿Claro que sí, cómo se me iba a pasar a mí esta belleza?!”. “A esta belleza estamos encantados de tenerla aquí”.
Perplejidad (que aquí quiere decir “pelos en la nuca erizados”). La reunión siguió su curso, y, qué casualidad, me tocaba hablar a mí. Dejé para el final la petición contundente de que no se vuelva a interpelar a una mujer por su aspecto físico, el tono fue de rechazo y cierta repugnancia. “No será este presidente el que no lo haga, que es un donjuán”. Risas adolescentes de los hombres de más de 40 con corbata, comPAdreo. Perplejidad. Viaje en el tiempo.
Era el turno de palabra de otro hombre. Al final de su intervención, aprovechó para sumarse a mi solicitud. El único. Cuchicheos. La mujerBellezaNuevoMiembro, que en realidad, es la MujerRepresentanteDeUnImportanteSectorEnLaCiutat, se sintió interpelada. Así que intervino tímidamente para decir que a ella ya le estaba bien. Perplejidad con desazón. Al acabar la reunión, el presidente vino a hablar conmigo. Me comentó en tono jocoso que si yo supiera los comentarios que le hace a su mujer, no sé lo que podría llegar a enfadarme.
Reuniones de hombres de más de 40 con corbata. En un mundo de hombres, con mirada de hombres, con gestos de hombres, con trato de hombres, con sordera de hombres. Lo que se viene llamando heteropatriarcado.