Leopardos en la estepa

General de brigada retirado y analista de la Fundación Alternativas —
23 de enero de 2023 22:36 h

0

Base aérea militar de los EEUU en Ramstein (Alemania), 20 de enero de 2023. El grupo de contacto para la defensa de Ucrania (OTAN + asociados) se reúne bajo la presidencia del secretario de Defensa, Lloyd Austin, para acordar la continuación de la ayuda militar a Kiev. Al empezar la reunión, Austin declara que este es un momento crucial para la guerra en Ucrania. No es la primera vez que lo dice en los últimos meses, pero ahora es verdad. La ilusión de una rápida derrota de Rusia se desvanece semana tras semana, a pesar de las ingentes cantidades de armamento y de dinero que ha recibido Ucrania. Las tropas rusas, lideradas por los mercenarios de la compañía Wagner, atacan sin descanso las posiciones ucranianas en Bajmut, cuya conquista les abriría paso hacia Sloviansk y Kramatorsk para completar la ocupación del Donbass.

La contraofensiva ucraniana que recuperó, casi por sorpresa, toda la provincia de Járkov, en el norte, y la ciudad de Jerson en el sur, se ha detenido y no puede continuar, con la misma táctica, contra las posiciones rusas, ahora organizadas y fortificadas. Hacen falta unidades acorazadas potentes, superiores a las rusas. Sin ellas, el ejército ucraniano solo puede defenderse, y los informes de inteligencia advierten de la preparación de una nueva ofensiva rusa en primavera, aunque tendría que ser antes, cuando la tierra esté aún congelada, porque con el deshielo llegará la raspútitsa y el movimiento fuera de las carreteras se hará casi imposible. Hay poco tiempo para reaccionar...o anticiparse.

Todas las miradas se vuelven hacia el recién nombrado ministro de Defensa alemán, Boris Pistorius. Desde hace semanas, Berlín está siendo objeto de una presión creciente por parte de Kiev y de la mayoría de sus aliados para que entregue a Ucrania carros de combate pesados Leopard II, o al menos autorice entregarlos a otros países -Polonia, Finlandia- que disponen de ellos como usuarios finales y han mostrado ya sus deseos de hacerlo. Los Leopard son tanques de cuarta generación, como los Abrams estadounidenses, los Leclerc franceses y los Challenger británicos, y pueden marcar la diferencia en el campo de batalla. Solo los T80 rusos podrían oponérseles, pero Rusia no dispone de muchos, y aún estarían en desventaja. 

Si Ucrania los tuviera podría organizar, junto con los blindados estadounidenses –Bradley– y alemanes –Marder-, y la artillería autopropulsada, que ya ha recibido o va a recibir, unidades de ataque completas que le proporcionarían una potencia ofensiva considerable, aunque, naturalmente, su capacidad de dar la vuelta a la situación y recuperar todo su territorio dependería de su número, y también de la reacción rusa. Probablemente, lo siguiente serán aviones de combate, pues sin una mínima superioridad aérea local una ofensiva con unidades acorazadas no tiene garantías de éxito. Hace meses que pilotos ucranianos se entrenan en el pilotaje de aviones en EEUU, y Países Bajos estaría estudiando la entrega de algunos F-16, lo que exigiría a su vez la autorización de Washington.

Pero Pistorius calla. La decisión aún no está madura. Los aliados, y en especial el Gobierno ucraniano, contienen su decepción, prevalece el deseo de mostrar unidad. Al fin y al cabo, el empleo de los Leopard exige un período de formación de unas seis semanas, que ya puede empezar, y el material también tiene que ser preparado. Si finalmente Berlín autoriza su entrega, al menos de los que puedan ofrecer otros países, no se habrá perdido nada. Alemania tiene dos problemas para tomar la decisión definitiva. El primero es que no quiere aparecer como líder o responsable principal de una escalada que puede ser muy peligrosa, quiere una corresponsabilidad, que haya un acuerdo colectivo en el que su compromiso se diluiría, y que otros países importantes asuman también el riesgo. Hasta ahora solo Reino Unido ha comprometido 14 Challenger. Berlín quiere que EEUU mande también tanques M1 Abrams, superiores incluso a los Leopard aunque más complejos técnicamente, por más que oficialmente se hayan desvinculado ambas entregas. 

La segunda preocupación alemana -más importante aún- es lo que pasaría con y en Rusia si la entrega de este material tuviera “demasiado” éxito. A diferencia de lo que pasó en la invasión de Irak y Afganistán y en el ataque a Libia -primero destruimos lo que hay y luego ya veremos lo que hacemos-, aquí hay gente, en algunas capitales europeas y en particular en Berlín, que está pensando en el día después, en las consecuencias últimas de lo que se haga. ¿Aceptaría Rusia sin más una derrota total que le obligara a volver a las fronteras anteriores a 2014 si una ofensiva ucraniana tuviera éxito? ¿Entregaría Crimea, que ha pertenecido a Ucrania -por una decisión arbitraria del Soviet Supremo de la Unión Soviética- solo durante sesenta de los últimos 240 años? Parece más probable que el Kremlin, antes de aceptar esto, se lanzaría a una guerra total de consecuencias imprevisibles, que podrían desbordar las fronteras de Ucrania, sin excluir en último término el uso de armas nucleares.

Hay políticos y analistas occidentales que creen –o dicen– que eso nunca pasará, que las menciones al uso de armas nucleares son solo una amenaza cuya única finalidad es intimidar a los países que apoyan a Ucrania. Claro, eso es así, se llama disuasión. Y funcionó durante cuarenta años de guerra fría ¿Por qué no iba a funcionar ahora? Si la OTAN no está presente con tropas en la zona de operaciones es por eso. Pero si Ucrania logra los mismos objetivos con armas y medios occidentales, el efecto desde el punto de vista ruso será el mismo. Aunque no sea probable, no se puede descartar completamente que la escalada nuclear suceda, si los dirigentes rusos se sienten acorralados. Es necesario pensar si queremos jugarnos tanto.

Pero incluso en el caso de que los actuales dirigentes rusos –que solemos personalizar en Vladimir Putin– fueran lo suficientemente sensatos para renunciar, aun en las peores condiciones, al empleo del arma nuclear, es muy posible que una derrota de esa clase les costara no solo sus cargos, sino el fin del régimen actual. Probablemente una verdadera revolución interna, tal vez solo palaciega o tal vez más extensa que podría afectar a la propia cohesión y estructura de la Federación tal como es hoy. Eso sería una excelente noticia si diera lugar a una democracia liberal al estilo de las occidentales, pero, ¿quién puede garantizar eso? Los dos partidos más votados después del actual partido hegemónico -Rusia Unida-, el Partido Comunista y el Partido Liberal Demócrata, son aún más nacionalistas. Y Putin pasaba por ser un “blando” antes de que lanzara la invasión de Ucrania ¿Quién nos asegura que después no tendríamos en el este de Europa un país más duro, más cerrado, más resentido, más agresivo, y todavía con capacidad nuclear?

Entonces, ¿qué hacer? ¿Dejar ganar a Rusia, en contra de la legalidad internacional y de cualquier legitimidad, abandonar a la Ucrania invadida, sometida, destruida? No, por supuesto. El apoyo es una obligación moral y política, y además Moscú debe convencerse de que Ucrania resistirá para que esté dispuesto a negociar. Pero una cosa es resistir y otra escalar. Si creemos que no hay ninguna solución militar buena, o ni siquiera posible, para ninguno de los contendientes –y es lo que cree, según sus declaraciones, el General Mark Milley, máximo responsable militar de EEUU-, ¿no sería mejor, sin dejar de apoyar a Ucrania, activar todos los mecanismos posibles para poner en marcha una negociación que detenga la guerra? Algunos creemos que hay cierto margen para alcanzar un acuerdo que pudiera ser aceptable –aunque fuera con carácter provisional– para ambas partes, si tuvieran suficientes incentivos para ello, y hemos dado algunas ideas de cuál podrían ser, grosso modo, sus líneas principales, pero es evidente que somos minoría. Al menos habría que intentarlo, pero parece que hasta ahora solo el presidente turco, Recep Erdogan, muestra algún interés en promover una solución negociada.

Tal vez a otros, que podrían hacer bastante en esta dirección, no les disgusten mucho los efectos colaterales de la absurda y criminal agresión rusa: Rusia se desangra, la Unión Europea se debilita, olvida sus ilusiones de autonomía estratégica y vuelve a refugiarse bajo las alas de Washington. La OTAN se refuerza, y EEUU se garantiza –o casi– el apoyo de Europa en su pugna con China. Solo hay una pequeña pega: miles de ucranianos están muriendo con la esperanza de una victoria que probablemente nunca llegará. Si finalmente no llega, no será fácil explicarles a sus familias, cuando esto se detenga, para qué han muerto. 

El caso es que, sea por intereses ajenos, por la necesidad de supervivencia de los dirigentes de los países en conflicto, o por la propia dinámica de la violencia, que se alimenta a sí misma con más muerte y más odio, la guerra no tiene visos de terminar por ahora. Así que es probable que, en un futuro próximo, veamos leopardos galopando por las estepas del este de Ucrania, e incluso puede que algunos de ellos lleguen desde España. No sabemos si sobrevivirán allí, ni durante cuánto tiempo, ni hasta dónde llegarán si sobreviven. Y, sobre todo, no sabemos a quién finalmente herirán sus garras, es decir, quiénes pagarán, en última instancia, las consecuencias de esta loca carrera de disparates que inició Rusia. Pero seguramente no estarán sentados en los centros de poder -políticos o económicos- de los países occidentales.