Loros que escriben

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De niño le dije a mis padres que quería un loro para que me ayudase a hacer los deberes. No sé exactamente cuántos años tendría, pero alrededor de seis o siete. No teníamos tele en la que ver loros hablando, pero cerca de casa vivía una señora que los días de buen tiempo sacaba el suyo a la calle, no sé si para que el loro se distrajese con el ir y venir de las personas –pocos coches pasaban entonces por allí– o porque al pájaro le gustaba la luz y el calor del sol. El caso es que el loro le daba al pico de lo lindo, y nunca mejor dicho. Hablaba y hablaba, y tenía un buen repertorio de palabras, además. 

No era yo tan ingenuo como para pensar que el loro era capaz de hablar así a sabiendas de lo que decía y con capacidad de razonar, pero me encantaba verlo y oírlo, y me pareció que poniendo en valor pedagógico el parloteo del animal, me sería más fácil convencer a mis padres de que me lo comprasen. En particular a mi madre, que era la que decidía estas cosas, y casi todo lo importante en casa, realmente. Pero si yo no era ingenuo, mis padres mucho menos. Además, no había parné, y menos para cosas innecesarias. En todo caso, como había que cortar de una vez mi erre que erre con lo de tener un loro, mi padre me llevó a una pajarería para preguntar cuánto costaría uno. No recuerdo la cantidad exacta, pero hasta a mí, que era un niño y no conocía bien el precio de las cosas, me pareció un disparate, así que quedó todo dicho.

Hoy los loros sí pueden ayudarnos con los deberes. Incluso con los trabajos fin de grado y hasta con las tesis doctorales. También se están usando para redactar las densas memorias que se presentan para solicitar financiación para nuevos proyectos de investigación. Incluso para ayudar en la escritura de publicaciones científicas, y esto solo por poner ejemplos del ámbito académico. Estoy refiriéndome, eso sí, a los loros digitales, como ChatGPT.

Igual que la calculadora forzó que la enseñanza de las matemáticas o la física se centrase en comprender y resolver sus problemas, en lugar de hacer cuentas sin fin, las “calculadoras de la palabra”, como ChatGPT y otras herramientas basadas en los denominados grandes modelos de lenguaje, ponen aun más en evidencia lo poco útil que resulta enseñar a nuestros estudiantes a comportarse como loros, tanto en las clases como en las oposiciones.

Llegados a un punto en el que la capacidad de las máquinas inteligentes nos supera cada vez en más cosas, sobre todo en aquellas en las que la inteligencia humana no es especialmente aguda, propongo que no sigamos insistiendo en lo que las nuevas máquinas hacen mejor que nosotros. Comienzo por dos, pero son muchas más. Acabemos con el MIR y otros exámenes basados en la memorización-reproducción y con la hiperburocratización de las memorias de solicitud de proyectos de investigación. Estas fácilmente superan el ciento de páginas (mi récord personal lo he logrado este año con una de más de trescientas, y no por deseo propio, se lo aseguro).

ChatGPT ha demostrado que puede aprobar el MIR con buena nota, así que evaluemos a las personas por cosas que hacemos nosotros mejor. Respecto a lo segundo, no hace mucho que una persona reconocía haber ganado una beca de 6.000 euros tras haberse presentado a una convocatoria de investigación artística de la Generalitat, con una memoria redactada con la inestimable ayuda de este ingenio. Su caso llamó mucho la atención, pero no es una excepción. En una encuesta realizada por la revista Nature a 1.600 investigadores, se reveló que uno de cada cuatro ya utilizó la IA como ayuda para escribir publicaciones científicas y que más del 15% lo hizo para redactar las memorias de solicitud de financiación para proyectos de investigación.

Llegó el tiempo, espero, en que nuestras niñas y niños solo se parezcan a los loros en el vuelo de su imaginación.