Rusia ha celebrado el pasado 4 de noviembre su fiesta nacional, atendiendo a la victoria en el siglo XVII sobre el invasor polaco. Desde 2005 no lo hace en el 7 de noviembre, fecha -según calendario de Occidente- en que se conmemora la Revolución de Octubre. Ni el centenario como motivo ha sido acogido por Putin y sus correligionarios como razón suficiente para darle realce a la efeméride de un acontecimiento que, sin duda, es clave en la historia contemporánea, no sólo de Rusia, sino de Europa y el Mundo. Me impresiona y me acongoja que se pase de largo sobre lo que significó un hecho tan crucial y lo que supusieron sus efectos dentro y fuera de la URSS, a la que la Revolución bolchevique dio paso. ¿No queda nada de la revolución? ¿A dónde fue a parar el esfuerzo titánico de todo un pueblo durante décadas? ¿No hay nada que decir de la memoria, también, de los millones de víctimas que el stalinismo arrojó al agujero negro de la historia?
El problema no sólo se nos plantea por la programada desmemoria impulsada por Putin. Nos podemos mirar a nosotros mismos. El mundo occidental puede estar cómodo, a pesar de los pesares, recordando la Revolución Francesa, poniendo en ella, en buena parte, el origen de nuestras democracias. ¿Pero qué líder político reivindica hoy la Revolución de Octubre? En la misma izquierda se pasa de puntillas sobre su recuerdo, como si nadie la quisiera en su haber, temiendo que se la cuenten en el debe. Queda para estudio de historiadores o actos culturales. Sin embargo, fue un acontecimiento como pocos, punto de inflexión de la historia –empezando por hacer posible el final de la Gran Guerra, que no se veía en el horizonte-, concreción de una acción política donde partido –de inmediato los bolcheviques monopolizaron el protagonismo revolucionario- y pueblo, éste con un campesinado en rebeldía y un proletariado escaso pero combativo, abrieron camino al “experimento” de construir una sociedad socialista, con las miras en horizonte comunista. Desgraciadamente, entre guerra interna, acoso externo y la deriva dictatorial consumada por Stalin, el proyecto pronto se torció. Le quedó la gesta de la lucha heroica contra el nazismo. Al cabo de décadas, la URSS desapareció, por implosión, en el fin de etapa de un sistema que llegó a ser totalitario y nunca salió del burocratismo en que se fraguó su fracaso, incubado al calor de la Guerra Fría.
Aun con todo ello, la Revolución de Octubre también fue nuestra revolución. De sus consecuencias indirectas nos beneficiamos, de su inicial impulso emancipador nos enorgullecemos, de sus errores aprendemos y a su memoria nos debemos.