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Mensaje urgente del tronco desnudo de un ficus centenario

Imagen del ficus centenario de Sevilla con las ramas cortadas.
23 de agosto de 2022 21:41 h

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Mitad de agosto en una de las ciudades más calurosas de la península. Calles poco transitadas y mucha gente de vacaciones. En las redes se da la voz de alarma: “Acaban de cortar el tráfico junto al ficus. Posiblemente empiecen a talar”. Minutos más tarde, el alcalde de Sevilla confirmaba en redes el “apeo” de uno de los árboles emblemáticos de la ciudad: un ficus de 110 años, en terrenos de una parroquia dominica, con una imponente sombra sobre dos calles y todo un ecosistema a lo largo de sus más de veinte metros de altura. 

El primer día del proceso de tala, al ficus centenario le cortaron todas las ramas que habían nacido de las cinco copas principales, a pesar de las movilizaciones y recogidas de firmas meses atrás, de la protesta in situ de un centenar de personas, de las quejas en redes sociales y de la inexistencia de informes ambientales favorables a la tala. El segundo día amaneció con tres jóvenes subidos en él y una decena de personas que se fueron encadenando a las rejas de la parroquia que financiaba los trabajos, para evitar que continuaran. Los medios de comunicación se multiplicaron, y la movilización en redes comenzó a trascender más allá de la provincia. Después de cuatro horas de desconcierto institucional y de creciente interés mediático, la policía volvió a acordonar la zona y los bomberos bajaron del árbol a los últimos seres humanos que subieron, de las cuatro generaciones que han jugado en él durante un siglo. 

Las máquinas se pusieron en marcha de inmediato, mientras llegaba la admisión a trámite de la paralización de tala que se había solicitado el día anterior por parte de asociaciones expertas. Pero ni el ayuntamiento, ni la parroquia, ni la policía, ni las empresas que ejecutaban la pena de muerte escucharon las palabras del juzgado ni pensaron si había alternativas a lo que estaban haciendo. Ni siquiera cumplieron la jornada laboral. Nada hizo frenar a las motosierras, que no descansaron hasta que cayó la última copa del inmenso ficus centenario, pasadas las once de la noche. Nueve horas eternas de mutilación constante de un árbol único que rezumaba borbotones de savia en cada corte. 

Mientras me continuaba cayendo una fina y constante lluvia de astillas minúsculas de la última madera desgajada, recordé aquel proverbio: “solo cuando el último árbol sea cortado, el último río envenenado y el último pez pescado, el ser humano descubrirá que el dinero no se come”.

Es inevitable trazar cierto paralelismo sobre lo que ha ocurrido con este ficus centenario y lo que nos está ocurriendo con este planeta de miles de millones de años. Al día siguiente, cuando ya del árbol no quedaba ni una sola hoja que diera sombra u oxígeno, llegó la orden judicial de paralización de tala. Cuando ya tan solo latía el tronco principal, se consiguió una cobertura masiva en redes y medios de comunicación nacionales. Fue entonces cuando la ciudadanía llenó asambleas y grupos de mensajería. Aunque no hubo policía ni trabajador que desistiera el día de la tala, todos se cobijaron del sol de agosto bajo la sombra cada vez más pequeña del ficus centenario. Una sombra que iba menguando lentamente… hasta que dejó de existir para siempre. 

No nos podemos permitir el lujo de continuar en esta cómoda sombra del sistema en el que vivimos, porque cada vez es más y más pequeña. No nos podemos permitir el lujo de continuar procrastinando en la tarea más importante que vamos a tener en nuestras vidas: frenar y poner en marcha con urgencia otro modelo socioecológico, con una economía que sea capaz de regenerar la deuda que hemos ido acumulando con la naturaleza, y que se encuentre dentro de los límites biofísicos. Esperar a los grandes hitos del 2030 o el 2050 nos condena a que solo nos quede para entonces “troncos aislados” por defender que tardarán decenas de años en volver a dar sombra. Los océanos siguen siendo “talados” a diario. Nos resignamos a copiar el mismo modelo energético con consumos crecientes mientras apenas quedan “las raíces” de los glaciares y en nuestros bosques arden troncos y troncos por incendios de sexta generación. Nos resistimos a transformar un sistema alimentario que ya “ha podado” la biodiversidad, emite más gases de los que captura y condenará este año a pasar hambre a 200 millones más de personas. 

Estamos presenciando la tala de las últimas copas de esta naturaleza que nos ha estado sustentando, gracias a la cual comemos, respiramos y vivimos. No tenemos tiempo para esperar a que la justicia declare como ecocidio el uso de combustibles fósiles, la obsolescencia programada, la pesca de arrastre, los materiales de usar y tirar, o las macrogranjas. Por supuesto, la Tierra continuará latiendo miles de años, al igual que seguirá con vida el tronco desnudo de ese árbol en Sevilla. Pero es el ser humano quien padece las consecuencias de no tener una naturaleza sana y cercana, y quien más depende de la supervivencia de otras especies. Iniciativas como Rebelión Científica, que surgen a escala mundial con el objetivo de que se tomen decisiones basadas en datos científicos, nos movilizan ante la necesidad de construir alternativas que mejoren nuestra resiliencia ahora. 

Este ficus centenario nos ha enseñado que el tiempo importa. Y mucho. Aunque aún está vivo y podrán salir de él ramas si todo le va bien, pasarán demasiados años hasta que pueda llegar a dar sombra y hasta que puedan habitar pájaros. Muchas personas no llegaremos a ver en toda nuestra vida unas copas que cayeron frente a nosotros en apenas unos minutos.

Es importante que queden símbolos como el de este árbol, cercano y tangible, para no olvidar las consecuencias irreparables de las decisiones rápidas, inmediatas y unilaterales. Para no olvidar que la pérdida de biodiversidad diaria aumenta el riesgo de enfermedades. Para no olvidar que hace justo tres años nos movilizamos por unos incendios sin precedentes en el Amazonas, pero que la frontera agrícola y ganadera continúa ampliándose, debido a la pandemia y al aumento de las exportaciones por la falta de grano ucraniano. Y es que, en este mismo instante, hay centenares de motosierras talando árboles desde América Latina a la Cuenca del Congo. Desde Malasia a Siberia. Árboles que quizás serán la madera de muebles que terminarán en vertederos en pocos años. O árboles que ceden terrenos para pienso de nuestro ganado. Importar grano para nuestros cerdos desde regiones en las que cientos de miles de personas morirán de hambre los próximos meses, será, cuanto menos, un grave problema ético. Más aún cuando la tercera parte de la carne que producimos se sumará a la cifra de desperdicio alimentario.

Mientras la grúa bajaba lentamente la última copa del ficus, llena seguro aún de nidos y de vida, pensaba en el momento de ruptura que tenemos como humanidad y del que aún nos cuesta tomar consciencia. El tronco quedaba desnudo, inerte; como muerto. Ojalá sea el último. Ojalá no queden desnudos, inertes, como muertos, el Mar Menor, las Tablas de Daimiel, el Pantano de la Viñuela, O Courel, el glaciar Monte. Perdido… 

Qué poco se necesita para talar un árbol que ha tardado 110 años en crecer así. Solamente una voluntad, una motosierra y menos de un día. En tan solo tres generaciones hemos necesitado más planetas Tierra que en toda la historia del ser humano. Sin duda, la jugada no ha sido inteligente, porque no hay retroceso sencillo. 

Como reza el título del libro del maestro Joaquín Araujo, “los árboles te enseñarán a ver el bosque”. Sin duda, este ficus centenario, completamente mutilado ahora, que espera paciente y rodeado de gente la sentencia del juzgado, nos enseña que puede lograrse mucho gracias al movimiento ciudadano colectivo. Que la política no es solo lo que hacen los políticos sino lo que hacemos cada persona cuando tomamos decisiones diarias de consumo, de vida y de la forma en la queremos habitar el territorio en el que estamos. Que no podemos perder tiempo porque nuestra movilización será más fructífera si aún quedan hojas.

Más allá de matices conceptuales, de diatribas y de nomenclaturas, es urgente que nos identifiquemos quienes dentro de partidos, universidades, medios de comunicación, empresas, instituciones, asociaciones y ciudadanía estamos con la disposición suficiente para impedir que se siga talando cualquier rama de este árbol sobre el cual vivimos y que cada vez tiene menos sombra. 

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