Hay mantras tan repetidos que acaban adquiriendo la categoría de verdades incuestionables con resultados que, como veremos, están lejos de ser inocuos. Una de ellas es que en España se pagan muchos impuestos, más que en otros países europeos. Nada más lejos de la realidad, la presión fiscal española es 6,9 puntos inferior a la media de la zona Euro y nuestro esfuerzo fiscal -entendido como lo que recauda un estado en relación a su capacidad recaudatoria potencial- está al nivel de Hungría y es la mitad que el danés.
En la última década, ha sido el impuesto de sociedades el tipo impositivo que ha arrastrado hacia abajo nuestra recaudación; muy especialmente en lo que respecta a la contribución los grandes grupos consolidados, cuyos tipos efectivos son más bajos que los de las empresas más pequeñas (6,14 vs. 15,4). En 2007, 22,3 de cada 100 euros recaudados provenían del impuesto de sociedades, ahora sólo son 12 de cada 100. Lo que ha subido es el peso de lo recaudado que cae sobre familias en forma de IVA e IRPF, lo que puede hacer compresible que haya quien crea que en España se pagan muchos impuestos¸ ya que una parte desproporcionada de ellos salen de sus bolsillos.
Recaudar poco sale caro, muy caro. Oxfam hace público hoy su informe anual denunciando la crisis de desigualdad global y coincidiendo con el inicio del Foro Económico de Davos. En él hablamos de cómo durante la crisis en España la desigualdad se desbocó y durante la recuperación no la hemos controlado; la distancia entre el 10% de la población con más ingresos y el 10% con menos es la segunda de la UE que más ha crecido desde 2008 tras Bulgaria. A diferencia de lo que pasa a nivel Global y en muchos otros estados en los que la desigualdad se explica por el acaparamiento de la riqueza en manos de un puñado de hombres muy afortunados (a nivel global, cada día durante del año pasado el patrimonio de los más ricos aumentó en 2.500 millones de dólares), en nuestro país lo que pasó es que se descalabraron las familias de menos ingresos que perdieron una parte desproporcionada de sus ingresos y que no han recuperado.
No sólo los más pobres son mucho más pobres; si no que hay un mayor porcentaje de población que vive por debajo del umbral de pobreza, un incremento que se ha hecho a consta de las clases medias, especialmente de la clase media baja. Acabada la crisis, una de cada seis familias de este nivel de ingresos había caído en la pobreza y muchas de ellas ahí siguen. La tasa de pobreza aumentó 4 veces más de lo que se ha reducido desde que se inició la recuperación.
Hasta la primera década de este siglo y con el estallido de la crisis, nuestra sociedad había sido capaz de ir reduciendo paulatinamente la desigualdad y la pobreza, cohesionándonos por el medio. Sin embargo, nos hemos polarizado a consta de un adelgazamiento de las clases medias. Es precisamente nuestra incapacidad de recuperar a muchas de las familias que se empobrecieron y rebajar la tasa de pobreza lo que sale especialmente caro de ese recaudar poco.
No es casualidad: si recaudamos menos no podemos invertir más; si nuestra presión fiscal es 6,9 puntos menor que la media de la zona euro, será comprensible que, igualmente, invirtamos 5,7 puntos de PIB menos que Alemania en protección social –pensiones excluidas- o 6,8 menos que Francia. Incrementar lo que recaudamos y aumentar los fondos dedicados a transferencias de lucha contra la pobreza y la exclusión, ayudas a la vivienda o protección a la familia, no es radical, no es insostenible, es simplemente europeo.
Que no podamos dedicar más presupuesto a transferencias públicas del sistema de protección social es parte de la razón de que, sin contar las pensiones, nuestro sistema reduzca la pobreza 8 puntos menos que la media europea. Mientras que Finlandia, Dinamarca o Irlanda sacan de la pobreza gracias a transferencias públicas a 1 de cada 2 personas; nosotros no llegamos ni a 1 de cada 4. Habrá más crisis en el futuro y si no rescatamos a los que cayeron en esta última, tampoco podremos hacerlo con los que suframos las siguientes. Aprovechar los periodos de crecimiento para reformar y hacer más eficiente nuestro sistema de protección social contra la pobreza es prepararnos para cuidarnos los unos a los otros cuando las vengan mal dadas.
No reducir la desigualdad y la pobreza son malas ideas por muchas razones: menos cohesión social, menos crecimiento económico y, para muchos, un disfrute desigual de derechos y oportunidades. Precisamente es para estos hogares para quienes sale más caro que no nuestra reducida presión fiscal no nos permita invertir más en protección social contra la pobreza. Sin mecanismos que ayuden a las familias, la pobreza se convierte en una losa, una condena sine die que, en una sociedad más desigual, se hereda en mayor medida de una generación a la siguiente. Padres y madres del 10% más pobre de los hogares tendrán que esperar a sus tataranietos para que, tal y como estas las cosas a día de hoy, una generación de su familia llegue al nivel de ingresos medios.
Para borrar la falsedad de que se pagan muchos impuestos, que no pese sobre las voluntades y discursos de aquellos que tienen que reformar nuestro sistema fiscal en aras del bien común y lograr los fondos con los que desarrollar un mejor dotado y más eficiente sistema de protección social contra la pobreza, Oxfam Intermón lanza hoy no sólo un informe si no una campaña pública (www.elprivilegiodedecidir.org), donde mostramos el impacto que la desigualdad y la pobreza tienen en esas familias a las que no se las apoya como debiera. Para que las mentirijillas con importancia sean sustituidas por verdades inaceptables.