Viajar es llegar a lo desconocido. Viajar a España, desde Argentina, no es viajar. Es descubrir en Valencia el mismo modo de edificar chiringuitos en la playa que en Mar del Plata. Es encontrar en El Rastro una copa que vistió de festividad la infancia. Es recordar en un mercado de Madrid el sabor que las familias convidaban como tarta gallega y confundirlo en una carta con el tartar de atún que no se le parece. Es recordar a Benito, mi abuelo, que bajó del barco con su familia para sobrevivir a la pobreza de Galicia y es ver su apellido, Villanueva, cuando perdes el tren a Huesca. No es viajar. Es reconocer tu nombre es un pueblo. Y, sin embargo, ser una sudaca cada vez que te destratan.
Encontrada y perdida. Enraizada y expulsada. Abrazada y despreciada. La relación de España y Argentina no se puede escribir en un mapa solo político, solo económico, solo cultural. La migración fija en la memoria y cala en la sangre sensaciones que no tienen embajada, visas o carnet sanitarios que piden las burocracias que ponen fronteras donde no las hubo. No hay tiempo de expulsión para los sabores que marcaron los brindis o para el duelo interminable de las tías que cumplían con chocolate y que las recordas en misa golosa cuando hundís las penas en San Ginés y revivís con amigas bailando a Nathy Peluso. “Hay que aprender a amarse, perras”, cuelga un cartel. Y todas entendemos lo que nos quiere decir. Pero hay algo mas que dice Nathy: “Todos queremos la revolución pero quién le dedica un momento?”.
Las mujeres le dedicamos un momento, un momentazo a la revolución, y la hicimos. En la escala de las revoluciones actuales, radical, masiva, mundial, popular, pero vertiginosa y frágil. Lo mejor: la hicimos juntas. En España se aprobó, en el 2004, la Ley Integral contra la Violencia de Género. El expresidente José Luis Zapatero dijo que el combate a la violencia machista tenía que ser una prioridad en su agenda. “Queremos que la lucha contra la violencia de género, que se ha convertido en una de las prioridades de España, sea una de nuestras señas de identidad”, expresó el 15 de junio del 2009. En marzo de ese año el Congreso argentino aprobó la Ley de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia Contra las Mujeres. La exdiputada Marita Perceval promovió la iniciativa. Sus asesoras se inspiraron, en gran parte, en la ley española. Esa misma ley incluye, ahora, la violencia digital que afecta, a periodistas y mujeres públicas y la violencia política que atacó, particularmente, a mujeres como Irene Montero, Ada Colau, Yolanda Díaz y que también impacta a Pedro Sánchez en lo personal y, como él asumió, por estar “profundamente enamorado” de su esposa Begoña Gómez. El amor no es otro capítulo. Justamente la violencia de género vino a interpelar sobre las formas en que nos contaban el amor: las mujeres no tenían que aguantar maltratos en nombre del amor y los hombres podían nombrar el amor y, también, si una forma de lastimarlos a ellos se perpetraba a través del daño de las mujeres que ellos quieren, igual que en las violaciones masivas en la ex Yugoslavia o en Colombia.
Irene Montero y José Luis Rodríguez Zapatero se dieron la mano después de firmar para lograr el tratamiento de la Iniciativa Ciudadana Europea para blindar el derecho al aborto en la Unión Europea, en el marco de la campaña “Mi Voz, Mi Decisión”, en las jornadas “La extrema derecha global contra las mujeres”, realizadas el 8 de mayo, en el Centro Cultural La Corrala, de la Universidad Autónoma de Madrid. Sostener la mano en agendas comunes es un gesto. La extrema derecha no sostiene ni gestos, ni diplomacias, ni protocolos, ni estados de derecho. Por ahora tienen el gesto de lograr llegar al poder a través de elecciones. Y ya tres veces, cuando pierden, no respetan el resultado electoral, como lo demuestra la toma del Capitolio después de la derrota de Donald Trump, en Estados Unidos; la retención del mando como con una jugarreta judicial de Alejandro Giammatteia para impedir la presidencia de Bernardo Arévalo en Guatemala y el intento de golpe de Jair Bolsonaro a Luiz Inácio “Lula” Da Silva que se procesa actualmente en un juicio en Brasil. La extrema derecha no tiene límite si no se le pone límite.
En visita no oficial a España, en el acto “Viva Europa 24”, convocado por Vox, en el Palacio de Vistalegre, en pos de las elecciones europeas del 9 de junio, el presidente argentino Javier Milei tildó de “corrupta” a Begoña Gómez, la mujer de Sánchez. Una vez desatada la crisis diplomática, Milei declaró: “El cobarde de Sánchez se metió debajo de la pollera de las mujeres y me mandó a hacer agredir por las mujeres (…) Están buscando este tipo de provocación para acusarme de misógino”. No hace falta acusarlo. En Argentina hay récord de femicidios, según La Casa del Encuentro y el presupuesto para atender la violencia de género bajó un 65%, según el Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA). No es personal, sus políticas son misóginas.
España retiró a la Embajadora María Jesús Alonso de la sede de la Embajada en Buenos Aires. A pesar que, en cualquier otro gobierno, generar la ruptura diplomática con España hubiera tenido un costo político altísimo por dejar a la Argentina aislada del mundo, el líder de la extrema derecha festejó -como si se tratara de una realidad realmente virtual- que le hizo “match point” a “Pedrito”, a quien trato en un evidente diminutivo, en una pelea de señores que se creen más que los otros a los que minimizan e infantilizan y llevan a un estereotipo de ridiculización. Pero, aún en la añeja medición de fuerzas, según los valores neoliberales, siempre los más fuertes económicamente van a ser los ganadores y ese no es el presidente de un país más endeudado, más pobre y con menor poder en el reparto mundial.
“Ya lo tengo match point a Pedrito Sánchez”, se burló el 21 de mayo a la noche en el aniversario del Instituto Argentino de Ejecutivos de Finanzas (IAEF). “Es una máquina de cometer errores no forzados Sánchez, está haciendo un papelón internacional”, reforzó ante los micrófonos. Además, tuiteó que tiene planeado volver a España el 21 de junio y provocó, como un deporte sin riesgo: “Veremos si su gran complejo de inferioridad le permite que los liberales españoles puedan galardonarme en persona”.
Pero la pelea no es por proteger a Argentina, sino, al contrario, para regalarla. Es más chavista que el ex presidente venezolano (Hugo) Chávez a cambio de nada. Aunque, esta vez, el Rey no le diga: “¿Por qué no te callas?”. No es una pelea por defender -mal o bien- los intereses nacionales o regionales, sino que más que presidente es un embajador mundial de la extrema derecha. Y para ese puesto ya no se necesita diplomacia ni embajadas. “Soy el máximo exponente de la libertad a nivel mundial”, se autoelogia Milei. Y se inflama de un ego robado al Joker de Jack Nicholson “Yo estoy en otra liga”. Si Ronald Reagan había sido payaso y después fue presidente, Milei fue, es y será payaso -esa estrategia no sorprende pero tiene efecto en la era de la política polvorizada al circo- pero no es solo un mandatario (de un poder político que ya no manda), es un embajador del fascismo trashnacional con sede en X.
Es más común que un mozo o un taxista conozca a Milei en España a que un mozo o un taxista conozcan a Sánchez en Argentina. La batalla cultural no coloca presidentes, financia embajadores. Por eso, España hizo bien en quitar a su representante de un país con un gobierno que no respeta reglas internacionales, pero es la diplomacia feminista de la Unión Europea quien tiene que tomar la palabra. No se puede dejar en una disputa de varones los derechos de las mujeres. Aunque sea con una mujer de por medio- como ya pasó, en el 2019, con Emmanuel Macron y Jair Bolsonaro, cuando el expresidente brasileño se burló de la primera dama francesa por su edad - aunque con un comentario en Facebook que queda chico al lado de la bravuconada de Milei en vivo y de visitante.
No importa quién tiene la embajada más chica o grande, no es cuestión de ver a hombres midiéndose y llegando cada vez más lejos, sino de que se defiendan -de verdad- los derechos de las mujeres y la diversidad sexual. Las extremas derechas son una multinacional del odio. Saben que las que pusimos el cuerpo, el tiempo, el trabajo para gestar esas revoluciones que laten mostrando que todavía el futuro de nuestras hijas puede ser mejor al pasado de nuestras abuelas somos las mujeres. Un país con crisis económica y falta de soberanía -por el dictado del Fondo Monetario Internacional, el Club de París y otros acreedores fruto de la desigualdad entre países centrales y periféricos- no alcanza para contrarrestar a la internacional reaccionaria. No podemos solas. Pero ahora sí estamos solas.
Necesitamos que los organismos internacionales pongan un límite a Milei y garanticen la libertad de expresión feminista, que se proteja a las que están perseguidas por hablar, por defenderse o por no dejar que el país se regale sin -ni siquiera- espejitos de colores, solo por el espejo de un ególatra que entrega a empresarios que quieren una postal all inclusive masculina del mundo, un país de avanzada como viaje de vuelta a la Inquisición. Ese viaje no tiene nada para descubrir porque es una postal ya gastada. No es solo por una mujer. Es por todas. La historia nos muestra que sí vale la pena. Y que hay que hacer puentes para que no pase el momento de las revoluciones.