¿Misiles para qué?
El 25 de enero de 2023 publicamos en estas mismas páginas una tribuna titulada ¿Tanques para qué? en la que sosteníamos básicamente que la entrega de carros de combate occidentales de última generación a Ucrania suponía un nuevo desafío para Rusia, pero no iba a cambiar significativamente el curso de la guerra, y menos aún propiciar una victoria ucraniana que veíamos ya entonces inverosímil. Veintidós meses después, la situación bélica de Ucrania respecto a Rusia es sensiblemente peor. Las tropas rusas no solamente mantienen la práctica totalidad del territorio ucraniano que ocupaban en aquel momento, sino que avanzan lenta, pero inexorablemente en la provincia de Donetsk, venciendo la oposición del ejército ucraniano que tiene graves dificultades para reemplazar a sus militares abatidos o agotados, y a los cada vez más numerosos desertores, mientras una mayoría de la población ha pasado de apoyar incondicionalmente la guerra a declararse en favor de una paz negociada. Y aún tienen que pasar un tercer invierno con importantes restricciones energéticas debidas a los ataques rusos a instalaciones y centrales eléctricas
El único éxito que pueden atribuirse las fuerzas ucranianas es la invasión y ocupación de una pequeña parte –en la actualidad unos 1.000 kilómetros cuadrados– de territorio ruso en la provincia de Kursk, en agosto de este año. Parece que el gobierno del presidente ucraniano Volodimir Zelensky desearía mantener a toda costa esta posición con el objeto de utilizarla como un elemento de intercambio en unas futuras negociaciones, aunque como baza negociadora tendría poco peso ya que el territorio que ocupa Ucrania en Rusia es aproximadamente una centésima parte del que Rusia ocupa en Ucrania.
Es precisamente este asunto concreto el que habría motivado que –ante la constatación de la presencia de tropas norcoreanas en la zona, que junto a las rusas sumarían unos 50.000 efectivos dispuestos a recuperar el territorio ocupado por los ucranianos, y el riesgo probable de perderlo– el todavía presidente de EEUU, Joe Biden, haya aprobado el empleo de los misiles ATACMS –que se entregaron a Ucrania a partir de octubre de 2023– contra territorio ruso internacionalmente reconocido, como había solicitado reiteradamente Zelensky. El martes día 19 de noviembre se lanzaron los primeros siete misiles contra un arsenal ruso en la provincia de Bryansk, de los cuales –según fuentes rusas– seis habrían sido derribados por su defensa antiaérea y el otro habría causado pocos daños en la instalación, aunque las fuentes ucranianas son mucho más optimistas. Apenas 48 horas después, 12 misiles británicos Storm Shadow habrían sido lanzados sobre la provincia de Kursk, aunque no hay confirmación oficial de que Reino Unido –con la aquiescencia de Francia, ya que se trata de un misil de fabricación conjunta– haya dado permiso para su uso contra territorio ruso
Inmediatamente se han producido airadas protestas rusas –habituales cada vez que occidente eleva cualitativamente su ayuda a Ucrania–, que han definido esta decisión, y el inmediato inicio de su ejecución, de escalada muy significativa, que tendrá una grave respuesta. No obstante, lo cierto es que la ampliación del ámbito de uso de los misiles occidentales no supone un gran cambio sobre la situación precedente. En primer lugar, porque los ATACMS y los Storm Shadow ya venían empleándose contra objetivos rusos en el territorio ucraniano ocupado, por ejemplo, en Crimea, que Moscú considera parte integrante de Rusia desde 2014, o sobre las otras cuatro provincias que Rusia declaró anexionadas en septiembre de 2022. Por lo tanto, la autorización ahora del empleo de los misiles sobre territorio ruso reconocido internacionalmente puede suponer un salto cualitativo para occidente, pero no para Rusia, puesto que ya se estaban usando para atacar territorio que ellos consideran tan ruso como el resto. Y, en segundo lugar, porque en el mes de mayo EEUU ya había autorizado el empleo de sus armas en territorio ruso, en la zona de Járkov, incluidos los cohetes dirigidos HIMARS que tienen un alcance de 80 kilómetros, son muy efectivos, y han sido empleados ya numerosas veces contra objetivos dentro de las fronteras reconocidas de Rusia y no solo en la zona de Járkov.
La diferencia es solamente de alcance, que en el caso de los ATACMS puede llegar a los 160 o a los 300 kilómetros –según la versión de que se trate– y en el de los Storm Shadow hasta 500 Estos alcances pueden obligar a los rusos a retrasar sus centros logísticos en perjuicio de las líneas de abastecimiento y recuperación, y por tanto dificultar sus operaciones, pero no gravemente. Por otra parte, no hay duda de que su empleo está sujeto a ciertas restricciones y es altamente probable que Kiev tenga que negociar en cada caso los objetivos contra los que pueden emplearse. Por ejemplo, en ningún caso se van a poder utilizar –al menos por ahora– contra núcleos de población rusos o instalaciones civiles. De hecho, en principio se difundió que los ATACMS solo podrían usarse en la región de Kursk para resistir en el territorio ocupado allí por Ucrania. Su primer empleo contra un objetivo en la provincia de Bryansk parece desmentir esta limitación, pero también se podría considerar incluido dentro del objetivo señalado, ya que de esta provincia podrían provenir parte de los ataques contra las fuerzas ucranianas que aún controlan parte del territorio ruso. Menos aún se sabe de las limitaciones que Reino Unido haya podido fijar para el uso de los misiles británicos, pero en ambos casos la utilización que Kiev haga en los próximos días o semanas de la luz verde recibida dará una indicación más clara de hasta dónde pueden llegar.
Por parte de EEUU y Reino Unido se trata de dar un paso más en su política de reafirmar su apoyo incondicional a Ucrania, perdurable en el tiempo cuanto sea necesario, e incluso su intención de incrementarlo cualitativamente, con la vaga esperanza de que Rusia se agote o se disuada de continuar con la guerra a la vista de la firme voluntad occidental de no ceder. Y también para auxiliar a Ucrania en un momento bastante crítico para sus fuerzas en la zona de operaciones.
En este último propósito se inscribiría la segunda iniciativa estadounidense en pocos días, que es la entrega de minas antipersonas a Ucrania, para ayudar a detener el avance ruso ante su escasez de efectivos para hacerlo. Este es un armamento que se considera altamente inhumano y peligroso para la población civil, porque se dispersa en el terreno y su remoción es muy costosa y requiere mucho tiempo. Cada año, más de 20.000 personas mueren o quedan gravemente amputadas por este tipo de minas, un 80% civiles, incluidos niños que las encuentran jugando. En 1997, la Convención de Ottawa estableció un convenio para su prohibición total, al que se adhirieron más de las tres cuartas partes de los países del mundo, incluida Ucrania que, de acuerdo con su compromiso, no puede recibirlas ni utilizarlas, pero que muy probablemente lo va a hacer, porque si no EEUU –que no es parte del Convenio– no se las daría. Rusia tampoco es signataria y ya ha sembrado minas antipersona en una buena parte de la zona de operaciones.
Aunque no suponga un gran cambio, Moscú considera el empleo de misiles occidentales en el territorio ruso reconocido, como la vulneración de una línea roja muy importante que cambiaría significativamente el carácter de la guerra. La tesis rusa es que estos misiles no podrían ser empleados por Ucrania sin el concurso de especialistas de los países de origen, que así se estarían involucrando directamente en el conflicto. Pero sobre todo lo consideran una escalada porque los países occidentales lo han hecho con esa intención. El mismo día que los misiles se emplearon por primera vez en este ámbito, el día número mil desde el inicio de la guerra, el presidente ruso, Vladimir Putin, aprobó una nueva doctrina para el empleo de las armas nucleares rusas en la que por primera vez se prevé su empleo para contrarrestar un ataque masivo o importante de un país que solo posea armas convencionales, pero esté respaldado por una potencia nuclear, algo que está formulado sin duda para el caso de Ucrania.
Los dirigentes rusos han señalado muchas veces con anterioridad sucesivas líneas rojas cuya vulneración significaría que la OTAN está involucrada directamente en la guerra, señalando que actuarían en consecuencia, e incluso amenazando con responder con armas nucleares, como la entrega de carros de combate, la entrega de aviones, las primeras veces que se han usado armas occidentales en territorio ruso... Los amigos de Ucrania las han ido ignorando una tras otra, y no ha sucedido nada. No obstante, comportamientos pasados no predeterminan comportamientos futuros.
Desde luego ni Putin ni la gente que lo rodea están locos y no van a emplear las armas nucleares, lo que los llevaría también a su propia destrucción...salvo que se encuentren entre la espada y la pared y no tengan alternativa, bien porque esté en riesgo el régimen y su propia supervivencia –para lo que tal vez solo se necesitaría que perdieran la guerra–, bien porque este amenazada la integridad de la Federación rusa, o incluso tal vez solamente porque puedan perder Crimea. Los dirigentes occidentales lo saben y no van a llegar tan lejos, o eso esperamos. Pero no se puede descartar que, en cualquier momento, por ejemplo por un accidente, el conflicto se sitúe fuera de control extendiéndose a otros países con consecuencias catastróficas.
Lo que es prácticamente seguro es que el empleo de los misiles estadounidenses o británicos contra objetivos en territorio ruso reconocido internacionalmente no va a cambiar el curso de la guerra, como no lo hicieron los carros de combate, ni lo están haciendo los aviones occidentales. En primer lugar, porque la cantidad de estos tipos de misiles que posee Ucrania es muy limitada, y sus proveedores tampoco están en condiciones de entregarles muchos más. De hecho, el gobierno británico ya ha suspendido la entrega de Storm Shadow. Y tampoco su potencia de fuego puede marcar diferencias más allá de un escenario local y limitado. El problema de Ucrania es la desproporción de efectivos militares, y eso no se soluciona con el lanzamiento de unas pocas docenas de misiles. Si se constata esto, y es difícil no hacerlo, la pregunta es inevitable: ¿para qué?
¿Creen los dirigentes políticos que han dado este paso que va a servir no digo ya para derrotar a Rusia, siquiera para disuadirla o incluso para que acuda a una negociación en una posición más débil? ¿Creen que un retraso en el avance ruso en Kursk va a impedir que continúe su progresión? ¿Creen que prolongar la guerra favorece a Ucrania? En definitiva: ¿creen de verdad que Ucrania puede derrotar a la primera potencia nuclear del mundo? Porque si en realidad no lo creen, y podemos estar seguros de que sus Estados Mayores ya les habrán dicho varias veces que eso no es posible, ¿qué es lo que están haciendo y –sobre todo– para qué? A medida que pasa el tiempo la posición de Ucrania, en el campo de batalla o ante una previsible negociación, no es más fuerte, sino más débil, y no hay ninguna señal de que eso vaya a cambiar en el futuro.
A la luz de sus actuaciones anteriores, a algunos nos resulta poco creíble –por decirlo suavemente– que Washington o Londres estén apoyando a Ucrania por razones éticas o humanitarias, o para defender los valores de democracia, soberanía y libertad ante una agresión a un país soberano. Por el contrario, lo que parece es que les importa muy poco lo que le pase a Ucrania y la están sacrificando, prolongando inútilmente su sufrimiento, para favorecer sus intereses geopolíticos que no son otros que debilitar a Rusia y a la Unión Europea e impedir o retrasar por mucho tiempo un entendimiento entre ambos, que crearía un polo de poder muy inconveniente para el dúo anglosajón.
Es probable que cuando Donald Trump asuma de nuevo la presidencia, en enero, cumpla sus reiteradas declaraciones de que acabaría inmediatamente con la guerra. Tampoco lo hará porque tenga ningún cariño a Ucrania –que fue el origen de su segundo impeachment – ni a la paz –no la propiciará en Palestina–, sino por intereses propios, de su partido o lo que cree mejor para su país. En cualquier caso, si lo hace, tendrá un resultado positivo para Europa y también para Ucrania, incluso si la paz es injusta para ella. Pero también puede ser que Trump cambie de opinión o retrase su decisión, no sería la primera vez, solo lo sabremos cuando suceda. En cualquiera de los dos casos, los dirigentes europeos deberían plantearse si no deberían dejar de seguir acríticamente la política anglosajona, que está perjudicando gravemente a la UE y también al pueblo ucraniano, en lugar de repetir una y otra vez –por voluntarismo, por ignorancia o por demagogia – que Ucrania ganará la guerra.
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