1. Europa. El embrión de la actual Unión Europea surgió de las cenizas de una guerra para evitar otra. Ahora estamos, de facto, en una situación de guerra: en estado de alarma, confinamiento domiciliario, cifras de muertos y hospitalizados propias de una guerra, y la previsión de funestas consecuencias económicas y sociales para familias, trabajadores, autónomos y empresas. Por ello, Europa debe ser fiel a su origen. No caben políticas erráticas, graduales o timoratas. La calculadora debe volver al cajón. No basta con avales, con aparcar el rigor fiscal o con rescates condicionados. Urge una emisión de deuda pública europea. Hay que mutualizar esta desgracia con los eurobonos. De las posguerras se sale con un Plan Marshall. Es imprescindible un Plan Marshall europeo de reconstrucción. Es ilógico afrontar una crisis global sin respuesta global. Ante esta desgracia mundial que va a afectar a todos los países europeos, la UE debe contestar a una pregunta: ¿somos un club de 27 mercados o una gran familia de 446 millones de personas que atraviesa su peor momento en 75 años? De su respuesta dependerá el futuro de la Unión. Y la suerte de millones de europeos.
2. En el frente. En esta guerra, la primera línea no la ocupan militares ni armamento, sino hospitales y profesionales de la sanidad. Nuestro ejército, en ese sentido, se ha demostrado de una fortaleza admirable. Era el momento de demostrar las primeras promesas del juramento hipocrático de la profesión médica: “Prometo solemnemente dedicar mi vida al servicio de la humanidad” y “Velar ante todo por la salud y el bienestar de mis pacientes”. Así lo están haciendo. Todo el personal sanitario merece más que nuestro reconocimiento. Merecen las mejores condiciones para poder desempeñar su crucial trabajo de salvar vidas. En eso estamos. Con todo lo que podemos hacer en estas difíciles circunstancias. Sin escatimar en nada. Sin conformarnos con el material que nos pueda llegar. Todo es siempre mejorable, por supuesto. Pero son nuestra prioridad. Al resto de personas que también están trabajando para que la sociedad pueda continuar con lo básico, gracias. Recordemos que detrás de la mirada agradecida que dedicamos a una cajera de supermercado está el agricultor, la cooperativa, el transportista, el empleado de la gasolinera, el personal de limpieza y una larga cadena que hacen posible nuestro aprovisionamiento.
3. Retaguardia. Los tópicos pesaban sobre un pueblo en apariencia disoluto y laxo con normas estrictas. Justo ha ocurrido lo contrario. En este momento, la ciudadanía ha demostrado su responsabilidad. La guerra, en tiempos de paz, también exige del compromiso individual. De todos y todas. Quedarse en casa, aunque cada día pueda resultar más pesado, es el gesto que enorgullecerá a un pueblo entero cuando pase esta crisis. Hacer lo que hay que hacer. Nadie puede fallar. Nadie puede incumplir su misión para romper la cadena de contagios y proteger a los demás. Porque fallaría al conjunto de la sociedad. El presidente de la región italiana de Emilia-Romagna, Stefano Bonaccini, me lo recalcó esta semana: la clave, en este momento del confinamiento, es no relajarse lo más mínimo. Aislados, venceremos. Desde la resistencia. Desde el civismo.
4. Aliados. Muchísimos empresarios y empresarias de nuestro país han demostrado estar a la altura del momento. Han ofrecido sus hoteles, sus transportes, la reconversión de su producción en material sociosanitario, su dinero. También autónomos y profesionales han tenido la iniciativa de ayudar con sus propios y esquilmados medios. Que nadie lo olvide después. No solo crean riqueza; crean lazos que unen a una sociedad.
5. Mayores. Son los que más están pagando el coste de esta guerra contra el virus. Nueve de cada diez fallecidos tienen más de 75 años. Tantas muertes en residencias nos invitarán a hacer una reflexión conjunta y más humana sobre la vejez en nuestra sociedad. Algunos, por los protocolos de seguridad establecidos, han tenido que morir sin poder despedirse de sus familiares. Solo con imaginarlo, ese momento resulta terrible e inhumano. Es lo que más debemos lamentar: el adiós de quienes levantaron, con su esfuerzo, nuestro Estado del bienestar.
6. Unidad. Lo he agradecido personalmente y en público. Lo vuelvo a hacer. Todo el arco parlamentario está y debe estar a la altura del momento. Por supuesto que pueden discrepar, preguntar, sugerir. Faltaría más. Pero saben que la situación actual requiere de unidad de acción. Unidad de país. Unidad social. No podemos permitirnos lo contrario; sería una frivolidad imperdonable. Lo leí hace poco: habíamos olvidado todo aquello que nos une de verdad. No lo olvidemos enseguida.
7. El día después. Esto pasará. Lo sabemos. Pero habrá que extraer lecciones. Sobre la necesidad de fortalecer unos servicios públicos que puedan dar respuesta a estas situaciones sobrevenidas. Sobre la necesidad de que la comunidad esté por encima del individualismo. Sobre la necesidad de que lo urgente en el día a día de cada cual no eclipse lo realmente importante: salud, familia, amigos. Pronto volveremos a abrazarnos y a besarnos. Y a llenar de nuevo las calles. Hoy no lo hacemos para que ese día esté más cerca. A todos y a todas, en este momento –el momento–, gracias, fuerza y adelante.