Sobre monstruos y oportunidades

Joan Herrera

Abogado. Director de Energía y Medioambiente de Ayuntamiento de El Prat de Llobregat. —

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El día siguiente será diferente porque nosotros seremos diferentes. Pero el tema es en qué líneas cambiará. Confieso haber leído visiones más optimistas, otras con una visión más inquietante. Desde la perspectiva de la defensa de lo público y común hasta la visión de honda preocupación ante las tentaciones efectivas y autoritarias ante una crisis como esta. La cuestión ya no es por qué visión decantarse, sino qué hacer.

Dicen que cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer es cuando aparecen los monstruos. El escenario post coronavirus es ciertamente estremecedor, con porcentajes de paro disparados y con un riesgo de exclusión que se multiplica.

No se trata de ser ingenuos. Es posible un escenario en que la crisis se resuelva con la vuelta al consumo desenfrenado, la vuelta al business as usual combinado con ciertas dosis de autoritarismo o restricción de libertades, ya que estas dicen ser más efectivas ante un marco de guerra –obviando que las respuestas comunitarias pueden ser tan o más efectivas sin debilitar nuestros derechos y libertades-. La crisis de 2008 pasó del eslogan de Sarkozy de refundar el capitalismo al desmantelamiento de la red de servicios públicos (sanidad, educación, dependencia) y la fragilización del trabajo. Es posible que ante un agravamiento de la situación social se vuelva a una ley de la selva más salvaje. Ciertamente, la agenda ambiental podría verse sepultada por la necesidad de una pronta recuperación. El género humano podría verse orillado ante tensiones identitarias o nacionales. La crisis que viene puede dar pie a los “monstruos” que describe Gramsci cuando lo nuevo no acaba de nacer.

Pero a pesar de todos los miedos –y miedo hay mucho- creo que podemos afirmar que las lecciones de lo vivido nos dan algunas pistas sobre las respuestas a la crisis, desde el plano público, ambiental e internacional.

Llevamos décadas en que se nos habla de la mayor eficiencia del mercado a la hora de repartir los recursos; se han mercantilizado derechos como la salud, la competitividad se ha impuesto a la cooperación. Pero la presente crisis nos aporta imágenes tan preciosas como la de Boris Johnson salvado por dos inmigrantes que trabajan en el depauperado sistema público de salud británico. Hoy estamos en condiciones para librar la batalla para hacer de lo público y lo común la manera de encarar el futuro. Si algo nos enseña esta crisis es que la máxima del “ande yo caliente” no vale para los nuevos tiempos. Se impone lo público, la desmercantilización de nuestros derechos, la cooperación.

Estamos en condiciones de proponer que la mejor manera de encarar la crisis está en la defensa de lo público, en revalorizar la economía de los cuidados. Es en este contexto donde debe tener un reconocimiento social y también económico distinto. ¿De qué sirve aplaudir a cajeras y personal sanitario cada tarde sin un reconocimiento económico de su labor? A su vez, la manera de encarar el futuro sólo puede salir de una lucha contra la desigualdad mucho más decidida y, por tanto, con una fiscalidad en la que las rentas de capital aporten mucho más.

El segundo ingrediente que quisiera destacar es la apertura de un nuevo tiempo. La crisis de la COVID-19 inaugura una nueva era: la era en que el colapso es posible. Y ello debería significar una manera distinta de encarar el futuro. La previsión debería ser una variable de peso a la hora de tomar decisiones presentes. Esta característica debería significar un enfoque distinto y, por tanto, responsable ante el principal desafío que tiene la humanidad: el cambio climático. ¿Alguien puede imaginar el planeta con tres grados más, más infecciones, más incertidumbre? Hoy, estamos en condiciones de afirmar, no como una prospección de futuro, sino como un hecho que condiciona nuestro presente, que la pérdida de la biodiversidad ha eliminado barreras entre especies animales portadoras y nosotros. La biodiversidad aparece con fuerza como un elemento clave en la supervivencia del género humano.

La propuesta debe ser una (renovada y efectiva) agenda ambiental. Dicha propuesta será dibujada y caricaturizada por negacionistas o insensatos como un freno a la “necesaria recuperación económica”. Pero dicha tentación hay que contraponerla con hechos: la humanidad no debe ni puede vivir a espaldas del planeta, y los vagos compromisos en la agenda climática no pueden continuar aceptándose. Hoy la biodiversidad no es un capricho de ecologistas, sino que se demuestra una barrera de protección para el ser humano. Un trato más equilibrado a nuestro animales no es sólo una cuestión de mayor sensibilidad, sino que evita que granjas en condiciones de extrema insalubridad aumenten los riesgos de causar enfermedades. Hoy, mucho más importante que ampliar determinadas infraestructuras, es conseguir espacios en nuestras tramas urbanas que sean reservas de la biodiversidad o de producción agrícola de proximidad.

A esta agenda ambiental se le suma un elemento añadido de cambio del modelo productivo. Nuestra economía es una economía volcada a los servicios que necesitará de una fuerte reorientación. Debemos encarar la necesidad de cadenas de valor, producción y distribución más locales, que a la vez nos haga más resilientes –¿o no afecta a la seguridad que determinadas cadenas de productos básicos estén a kilómetros de distancia?-. Otro elemento que caracteriza nuestra economía es una fuerte dependencia energética -tres de cada cuatro unidades energéticas consumidas vienen de fuera- pero a diferencia de hace 10 años la alternativa renovable no es solo posible sino más barata. Se trata por tanto no sólo de hacer un New Deal, sino un Green New Deal, asumiendo no una política de crecimiento sino una propuesta que asuma los límites de nuestro crecimiento y que cambie las bases del modelo productivo y de consumo.

La solidaridad y cooperación internacional. Éste debería ser el tercer ingrediente en nuestra respuesta. Y es sin lugar a dudas donde están las dudas. Hoy, a pesar que el desafío es para el género humano, la cooperación internacional es inexistente, manteniéndose la competición versus la cooperación para conseguir algo tan básico como una vacuna. La ausencia de liderazgo norteamericano, la falta de proyecto europeo, es contrarrestada por una propuesta en la que la salida autoritaria se vislumbra como la única posible. Y precisamente por ello deberíamos exigir una respuesta europea distinta, basada en la fraternidad y la solidaridad. Hoy existen posturas parecidas a las de 2008, con esa visión calvinista y austera centroeuropea. Pero a la vez, las lecciones de la anterior crisis, sumado al marco planetario deben obligar a un cambio de políticas europeas. O Europa cambia o no habrá proyecto europeo. En cualquier caso, no vale esperar. Es necesaria una postura y una política desde el sur de Europa. Y para que esta tenga fuerza se necesita compartirla con nuestros vecinos y, en segundo lugar, intentar alcanzar el mayor grado de consenso en torno a las mismas.

Por último está el cómo hacerlo. Necesitamos que lo que hoy es denominador común, que es defensa de lo público, reducción de la desigualdad, poner en valor la economía de los cuidados, garantizar una salida equilibrada con el medio y que encare la transición energética formen parte de una agenda compartida más allá de los partidos de Gobierno. Y a pesar de que habrá resistencias partidarias, debería haber también presión por parte de aquellos sectores económicos más sensatos y equilibrados para evitar que el escenario de desastre y cataclismo social dé pie a que aparezcan los peores monstruos. La agenda es a mi entender una agenda ecosocialista. Tiene mucho de New Green Deal. Pero hoy puede ser una propuesta compartida por amplios sectores de la sociedad que antes de esta crisis entienden que pueden compartir estos denominadores comunes.

Esta es una crisis que nos marca el distanciamiento físico, pero que nos exige la proximidad social – a diferencia de lo que marca la consigna oficial-; cuando todo se desploma, lo individual pesa poco. Vale lo compartido, lo común, lo público. Dicen que las crisis son escenarios que cambian la manera de pensar y de actuar. Se nos abre un crisis, y disculpen el tópico, se nos brinda una oportunidad. En un momento de crisis, las mentes también pueden cambiar con rapidez. Lo más relevante de esta crisis es que recupera de nuestra desmemoria el concepto de género humano y la noción de bien común y de servicio público. Tal vez los elementos éticos más valiosos con los que comenzar a construir otra manera de vivir.