“Lamentamos el cierre unilateral de la estación esquí de Navacerrada”, así reza el comunicado de prensa de la Comunidad de Madrid al vencimiento de la concesión administrativa de aprovechamiento de terrenos públicos para la instalación de una infraestructura deportiva de alto impacto ambiental. Lo cierto es que no ha ocurrido nada especial. Ni siquiera ha afectado a terrenos madrileños. Simplemente, el Organismo Autónomo de Parques Nacionales ha decidido que esos terrenos que pertenecen a los Montes de Valsaín y que gestionan sus técnicos revierta su uso.
El proceso de creación del Parque Nacional de Guadarrama fue leonino y complejo. Varios grupos ambientalistas señalaron las paradojas que acontecían mientras se coordinaban las dos comunidades autónomas, Madrid y Castilla y León, se elevaba de forma independiente la petición por ambas partes para ser evaluada por el legislativo antes de que, finalmente, el gobierno de la Nación le diera luz verde. De manera esquemática, la principal preocupación ambiental que existía desde el minuto uno de esta propuesta era que la Comunidad de Madrid utilizara este proyecto de Parque Nacional para completar la oferta turística del parque temático en el que se ha ido convirtiendo la comunidad de Madrid al tiempo que se dotaba a los municipios del entorno con un motor para el desarrollo local, pervirtiendo el sentido de esta figura de protección, la máxima de nuestro ordenamiento jurídico. Sin entrar en valoraciones que el lector seguro que podrá hacer sin nuestra guía sobre las motivaciones últimas, fuimos muchos los que, aunque algo asustados, vimos en esta declaración de un nuevo parque nacional una oportunidad irrenunciable para la conservación de unos paisajes y de una diversidad biológica única. Los méritos ecológicos, geológicos, históricos y sociales de la Sierra de Guadarrama sumados a su vulnerabilidad por el cambio global y a su amenaza por las numerosas actividades de una población enorme, cercana y en constante expansión como es la ciudad de Madrid hacían más que necesario este esfuerzo por aumentar su protección. En ese contexto prioritario de conservación, el mantenimiento de infraestructuras de uso público masivo es una incoherencia difícil de disimular.
Es muy posible que la mayor parte de la ciudadanía ignore que España, además de ser una potencia planetaria en cuestiones de calado como el fútbol, está a la cabeza en algunas ciencias clave para el futuro de la Humanidad. Un ejemplo paradigmático es la Ecología, una disciplina que nos sitúa entre los primeros países del mundo con una producción científica muy diversificada y con grupos repartidos por todo el país, que mantienen una eficacia en el uso del dinero recibido que nos sitúa de largo a la cabeza si se atiende al nivel de financiación. Con cuatro duros se hacen maravillas. Puede, también, que no todo el mundo esté al día del patrimonio con el que cuenta España en términos de naturaleza, biodiversidad y paisaje; un patrimonio común que al contrario de muchos otros va al alza, es un pilar clave para nuestro futuro y resulta la envidia de países de nuestro entorno. Es posible también, que la gente no sepa que fruto de ese esfuerzo de investigación pública, España acumuló buena parte de las primeras evidencias sobre el efecto del calentamiento antrópico, quizás el motor de Cambio Global más dramático, y que éstas se situaban precisamente en la sierra de Guadarrama. Un desplazamiento altitudinal de la vegetación o de grupos completos de animales como las mariposas, o el desacople entre los recursos tróficos y algunas aves que vienen a criar en Madrid fueron avisos de lo que estaba por venir. Pese a ese esfuerzo y esa capacidad de influir con nuestro trabajo en la comunidad científica internacional, nuestro éxito para empujar las políticas ambientales y de desarrollo de nuestro país ha sido bastante limitada.
Las montañas de clima mediterráneo como nuestra Sierra de Guadarrama, son una rareza a nivel planetario. La coincidencia de una ventana térmica con temperaturas lo suficientemente altas como para que las plantas y detrás de ellas el resto de los organismos, puedan sobrevivir, coincide con la sequía estival. Eso que a nosotros nos parece tan normal, es una peculiaridad de nuestras montañas con profundas implicaciones ecológicas. Los veranos rara vez van acompañados de sequías en las montañas del resto del planeta, de manera que las dificultades ligadas a las bajas temperaturas no van acompañadas de problemas con el agua. Todo ello hace que la vida en nuestras montañas sea extremadamente difícil y ha promovido una diversidad biológica única con una enorme cantidad de especialistas de área de distribución muy pequeña. Ese es nuestro patrimonio colectivo y en este contexto de urgencia climática, nuestra misión está clara: conservarlo.
Probablemente muchos lectores se han dado cuenta de que una de las respuestas más habituales en animales y plantas enfrentados al calentamiento es el desplazamiento, subiendo en las montañas o migrando al norte. Desafortunadamente, nuestro Sistema Central tiene una orientación este-oeste y una altitud modesta. Por tanto, las altas cimas guadarrámicas se convirtieron hace tiempo en pequeñas islas alpinas con superficies menguantes por la presión de la vegetación de las zonas bajas. Islas donde las plantas y los animales especializados en estos ecosistemas tan inusuales de montaña mediterránea tienen desafíos excepcionales para sobrevivir. No hay posibilidad de ir más arriba ni de desplazarse al norte. Nuestras montañas no ofrecen esos caminos y ahí entra en juego la gestión inteligente de nuestro patrimonio de biodiversidad y paisaje.
En ese contexto, cualquier medida que ofrezca espacio a esta diversidad, que limite el uso público de las zonas más sensibles y que priorice la conservación de algo tan escaso y valioso es tan bienvenida como necesaria. El esquí en estaciones como la del puerto de Navacerrada tiene un gran impacto ambiental. Se desarrolla en terrenos públicos en beneficio de unos pocos inversores y deportistas. Pero la montaña es mucho más que lo que vale esquiar y nos hace ricos a todos con su existencia. Es evidente que al desmontar una estación de esquí tan arraigada pero tan pequeña como la de Navacerrada se compromete el modo de vida de una minoría y algunas actividades que se han hecho ya tradicionales. Pero no es menos evidente que una montaña bien conservada es un atractivo para emprendedores y una fuente de bienestar para una mayoría. No es difícil imaginar la reconversión de actividades y la adaptación a un clima que cada vez trae menos nieve al Guadarrama. Es rentable desde todos los puntos de vista, incluyendo el económico, reconvertir las infraestructuras, reinvertir las prioridades y disfrutar de lo que la montaña mediterránea puede ofrecer.
Es paradójica la reivindicación de un neo-nacionalismo madrileño por parte de la presidenta de la comunidad de Madrid sin poner en valor los paisajes y la diversidad biológica de la cuna geográfica de su propio entusiasmo. Esta paradoja contrasta con buena parte de los movimientos políticos de nuestro entorno que construyen su discurso nacionalista sobre la tradición, las costumbres y, sobre todo, los paisajes. En el redescubrimiento de la capacidad de cohesión que tienen estas ideas tan antiguas, el PP madrileño se ha olvidado de nuestras montañas en favor de una explotación banal y cortoplacista del espacio, del paisaje y de la emergencia con lo que ella ha llamado “forma de vida a la madrileña” basada en la posibilidad de tomar una caña en una terraza. Si ese neo-nacionalismo se hubiera basado en una renacer de la historia y de los movimientos decimonónicos como aparenta, la presidenta hubiera puesto en marcha los mecanismos necesarios para que esa reversión a lo público y esa restauración ecológica de las tres pistas de la discordia se hubiera extendido al resto de las que caen en los terrenos realmente de su jurisdicción, los madrileños, de los que ella es responsable. La readaptación de esos paisajes y hábitats de montaña para su conservación auténtica hubiera permitido creer que su neo-nacionalismo no es impostado.