Inhibirse ante Rajoy o intentar cambiar España

Nacho Corredor

Consultor político y politólogo —

En los últimos días se ha escrito mucho sobre los motivos que han llevado al PSOE a protagonizar una división sin precedentes en los partidos políticos españoles. En todo caso, vaya por delante la hipótesis que señalaba Borja González de Mendoza el jueves en Hora 25, donde advertía que la mediatización de la política (donde todos somos parte de la noticia y observamos su desarrollo casi en directo) contribuía enormemente a que pudiéramos vivir procesos similares con otros partidos en el futuro y que acabáramos relativizándolos.

La mayoría de analistas destacan que los socialistas atraviesan la misma crisis que viven sus iguales en la mayoría de países europeos, algunos añaden que hay un conflicto entre un regionalismo del Sur con voluntad de ser dominante en el conjunto de España y una visión más abierta del país y otros señalan que hay un pulso entre generaciones y con la vista puesta en Podemos.

Probablemente, el debate espectacular (por aquello de que es un espectáculo) que se nos ha retransmitido en los últimos días tiene relación con todo ello, pero en este artículo y a pocas horas de que el PSOE debata internamente el futuro más inmediato de su formación me gustaría centrarme en el que considero que ha sido desencadenante de la lucha interna por el poder del partido. Y es que algunos líderes territoriales pretendían con la elección de Sánchez como secretario general hace dos años ganar tiempo para que uno de ellos (una de ellos) acabara asumiendo las riendas del partido.

Pedro Sánchez asumió el liderazgo de los socialistas pocos meses después de que Podemos irrumpiera en el Parlamento Europeo y en medio de un amalgama de encuestas que situaban a esta formación en cabeza en caso de que se celebraran elecciones (por cierto, hoy ya no es así). Para la mayoría de ciudadanos, Sánchez era un político completamente desconocido que, además, había sido aupado por unas élites socialistas que querían impedir que Eduardo Madina (y la sombra de Rubalcaba) se hiciera con el liderazgo del partido. El plan de Susana Díaz, la principal valedora de Sánchez en aquel momento, consistía según algunas de las crónicas publicadas en la época en que el actual secretario general del PSOE le guardara la silla hasta nuevo aviso.

Sin embargo, a medida que pasaron los meses (y a medida que no sin dificultades, Sánchez se consolidaba entre el electorado y la militancia de su partido), el secretario general del PSOE dio los primeros síntomas de haber asumido que su legitimidad de origen radicaba en el voto de la mayoría de la militancia socialista y no en el apoyo circunstancial de determinados líderes regionales (como Ximo Puig). La destitución de Tomás Gómez como secretario general de los socialistas madrileños (por su aparente vinculación con un caso de corrupción) en contra del criterio de Susana Díaz fue probablemente el episodio que más evidenció la ruptura entre Díaz y Sánchez.

Los meses fueron pasando, se celebraron las elecciones autonómicas del año 2015 (el PSOE mejoró sus resultados en la Comunidad de Madrid en relación a las expectativas que generaba Tomás Gómez, y con ello la operación de Sánchez se vio avalada) y tras años en la oposición los socialistas empezaron a liderar algunos gobiernos autonómicos, pese a sus resultados adversos. El PSOE obtuvo en la mayoría de comunidades un resultado similar al que obtendrían después los socialistas en el Congreso de los Diputados (bolsas de voto entorno al 20%, resultados que comparados con situaciones anteriores se situaban a la cola y en muchos casos ni si quiera quedando en primera posición).

Tras esas elecciones autonómicas, Javier Lambán fue nombrado presidente de Aragón después de haber sacado 18 de 67 diputados, tras coaligarse con los nacionalistas de la Chunta Aragonesista (que en palabras del propio Lambán tienen un “independentismo durmiente”) y gracias al apoyo de Podemos e Izquierda Unida. El PSOE aragonés sacó un resultado más bien malo, quedó en segunda posición, pero eso no fue impedimento para que de la transigencia, la conversación y el acuerdo hoy haya un Gobierno progresista en Aragón.

Ximo Puig fue nombrado presidente del País Valencià tras haber obtenido 23 de 99 diputados, tras coaligarse con Compromís (donde están los nacionalistas del Bloc) y gracias al apoyo de Podemos. El PSOE valenciano sacó un resultado más bien malo, quedó incluso en segunda posición, pero eso no fue impedimento para que de la transigencia, la conversación y el acuerdo hoy haya un Gobierno progresista en el País Valencià.

Javier Fernández fue elegido presidente de Asturias después de haber sacado 14 de 45 diputados, gracias al apoyo de Izquierda Unida y con la abstención de Ciudadanos y Podemos (nota: aprendamos del sistema de investidura de Asturias, o del País Vasco, que impide el bloqueo. Con este sistema Sánchez hubiera sido presidente la anterior legislatura). El PSOE asturiano sacó un resultado más bien malo (aunque quedó en primera posición), pero eso no fue impedimento para que de la transigencia, la conversación y el acuerdo hoy haya un Gobierno progresista en Asturias.

Incluso Emiliano Garcia-Page es todavía presidente de Castilla-La Mancha (el gesto de Podemos dando por acabado el acuerdo de investidura, podría ser la antesala de lo que podría ocurrir en todas las autonomías socialistas si el PSOE facilita la investidura al PP) con 14 de 33 diputados gracias al apoyo de Podemos en su investidura. El PSOE castellanomanchego tuvo un resultado que quedaba lejos de las mayorías absolutas de la época de Bono (como pasa en todas las autonomías, excepto Galicia), quedó en segunda posición, pero eso no fue impedimento para que de la transigencia, la conversación y el acuerdo hoy haya un Gobierno progresista en Castilla-La Mancha.

Sin embargo, las condiciones en las que todos estos líderes regionales asumieron su poder institucional (resultados adversos, quedar en segunda posición, pactos con Podemos y nacionalistas) son exactamente los mismos motivos de los que se sirven para argumentar (y lo hacen desde diciembre del año pasado) que Sánchez debe asumir responsabilidades, que el PSOE no puede liderar una alternativa de Gobierno y que quizá es necesario revisar el liderazgo del partido. ¿Por qué Lambán, Fernández, Puig o incluso Page no animan a Pedro Sánchez a seguir su ejemplo?

Gracias a las encuestas sabemos que solo el 9% de los votantes del PSOE prefiere que este partido se abstenga ante la investidura de Rajoy, mientras que casi el doble prefieren un acuerdo entre el PSOE y los nacionalistas (eso incluye a los catalanes) y la gran mayoría prefiere que se conforme un gobierno a partir de un acuerdo con Podemos y Ciudadanos. ¿A qué intereses distintos a los de sus votantes representan esos dirigentes territoriales que en circunstancias similares fueron investidos presidentes y no quieren que Pedro Sánchez haga lo mismo?

Pedro Sánchez se ha visto limitado desde las elecciones del pasado 20 de diciembre a la hora de intentar sumar mayorías similares a las que los líderes territoriales descritos consiguieron conformar en sus autonomías. Desde diciembre de 2015, la mayoría de líderes territoriales le insisten a Sánchez en que no se puede favorecer un Gobierno de Rajoy, exigen multitud de condicionantes para alcanzar acuerdos con Podemos, prohíben siquiera el diálogo (a diferencia de lo que hizo el propio Rajoy en su ronda de consultas previa a su fallida investidura), hablar con los nacionalistas catalanes y, en esta legislatura, añaden que tampoco quieren elecciones. ¿Qué es lo que quieren que haga el PSOE, entonces?

En los últimos días hemos encontrado alguna respuesta a esta pregunta. Algunos quieren que dimita. Quieren que dimita porque el PSOE ha obtenido resultados similares a los que obtienen los líderes territoriales que piden la dimisión y gracias a los que gobiernan y quieren que dimita porque aparentemente se está acercando a hablar con partidos que son precisamente los que sustentan sus Gobiernos autonómicos. Pero, ¿para qué quieren que dimita? ¿Qué soluciona en estos momentos para el PSOE la dimisión de Pedro Sánchez? Y sobre todo, ¿qué posicionamiento político debe asumir el PSOE tras una hipotética dimisión de Sánchez y a quién beneficia y a los intereses de qué votantes responde?

No parece que los votantes que apostaron por la mayoría de esos líderes territoriales vean con malos ojos buscar una alternativa al PP (como pasa en la mayoría de autonomías) y no parece que en nada pueda contribuir su dimisión a que en caso de elecciones el PSOE pueda mejorar su resultado. Y ahí está, probablemente, la clave de la dimisión. Quieren que dimita, pero añaden además que quieren que una gestora lidere la transición, que una gestora diluya las responsabilidades de los que la impulsan en la decisión que tome ante una hipotética nueva investidura de Rajoy y luego, como dijo Susana Díaz, ya decidirán los compañeros y las compañeras quién asume el liderazgo del partido.

Que dentro de unas horas se vaya a celebrar el Comité Federal que propuso celebrar Pedro Sánchez hace unos días es un éxito del secretario general. Y me atrevería a decir que lo es también de los que consideran que a estas alturas facilitar un Gobierno del PP en nada ayuda al futuro del PSOE, y en nada contribuye a mejorar la vida de los españoles, especialmente de los que confiaron en ellos.

No parece que el posicionamiento de los que querían que Sánchez dimitiera, se creara una gestora, y luego ya veríamos, fuera claramente mayoritario en el Comité Federal propuesto por su secretario general. Si lo fuera, probablemente no hubiéramos visto en los últimos días el alzamiento vía dimisión de 17 miembros de la dirección del partido que quería evitar la celebración de ese debate, pretendía el nombramiento de una gestora donde nadie que quiera liderar el futuro del partido tuviera que asumir responsabilidades y que ha creado una situación de inestabilidad sin precedentes en el PSOE.

Por ello, el debate que está a punto de vivir el partido en las próximas horas es una excelente oportunidad para visualizar de una forma clara qué planes tienen unos y otros, qué posicionamiento defienden en relación a lo que hay que hacer en las próximas semanas o cómo se resuelve el trilema del 'no' a Rajoy, 'no' a Podemos y nacionalistas, y 'no' a terceras elecciones.

Es también una excelente oportunidad para explicar la contradicción de impedir a Sánchez plantear lo mismo que otros hacen en sus regiones en las mismas circunstancias y con los mismos resultados y para ver si, efectivamente, el PSOE opta por encumbrar al líder que amagó con tener imaginación e intentar liderar un proceso de cambio en nuestro país (sin éxito garantizado) u opta por inhibirse las próximas semanas, dejar gobernar a quien han responsabilizado de gran parte de los problemas de España y entonces (con lo que quede de partido, y de España) dar rienda suelta al plan que algunos líderes territoriales tienen previsto desde hace más de dos años.

Nacho Corredor es consultor político y politólogo por la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona.