La historia del capitalismo no se puede entender sin la existencia de poblaciones y países que han sido inferiorizados por Occidente, con el fin de explotarlos, saquearlos y expoliarlos.
Para que el capitalismo exista como forma de organización económica mundial, es necesario contar con una estructura política, social y económica que permita su implantación. En este sentido, la división jerárquica racial que surge a partir de 1492, con el colonialismo y su falso proyecto civilizatorio llamado Modernidad, se convirtió en la excusa perfecta para que emergiera el capitalismo y para que, posteriormente, se implantase a escala global.
Pero tal como afirma Castro-Gómez, el capitalismo es mucho más que la organización económica de los países. Además de mercancías, el capitalismo también produce fenómenos subjetivos intelectuales, simbólicos, culturales y emocionales que hacen posible su desarrollo material y social. Por decirlo de alguna manera, el capitalismo tiene una “macro estructura” epistemológica que ha dado origen a una sistema-mundo moderno-racista-colonial, occidentalocéntrico y eurocéntrico, es decir, que ha dado lugar a una subjetividad propiamente moderna.
Ante este hecho debemos preguntarnos, ¿qué tipo de cuestionamiento al capitalismo es el que surge desde la experiencia subjetiva que ha sido producida por este?, y ¿desde qué lugar de enunciación los movimientos críticos al capitalismo han construido al sujeto político que lo sufre?
Una de las consignas clásicas de la izquierda blanca es la conocida frase “Nativa o extranjera es la misma clase obrera”, consigna que seguramente escucharemos corear este 1º de mayo, como todos los años en esta fecha. Igual que el pez no es consciente del agua que le rodea, la izquierda blanca parece no ser consciente del sistema-mundo desde el que ha construido todo su cuerpo teórico. Parafraseando a Grosfoguel, el problema de la izquierda blanca es que critica el eurocentrismo desde el eurocentrismo. No es que no abandone su lugar de enunciación (que es un lugar de privilegio), sino que es incapaz de tomar conciencia de que habla desde ese lugar.
De lo contrario, no se explicaría que tuviesen como emblema una frase cuyo contenido deviene en una de las mayores falacias del movimiento obrero blanco.
Las cifras
Entender que una persona migrante obrera nunca es igual a una nativa obrera es tan fácil como entrar a Internet y leer. No hace falta esforzarse mucho ni recurrir a organizaciones poco conocidas, o “anti-sistemas”, para encontrar información que lo corrobora.
Así, vemos que en un informe de la UGT titulado “Efecto huida”, y publicado en 2015 con motivo del Día de la Eliminación de la Discriminación Racial, se señala que “la renta media de una persona de nacionalidad no comunitaria es un 48% inferior a la de una persona de nacionalidad española”, añadiendo que la población migrante “tiene una inserción laboral difícil o precaria, cobrando salarios de pobreza (…) y siendo objeto de discriminación en el mercado laboral, con independencia de su formación y/o su conocimiento del idioma”.
El informe también sostiene que al comienzo de la crisis económica los primeros en ser expulsados del mercado de trabajo fueron los inmigrantes, mientras que la tasa de paro entre las personas de nacionalidad española comenzó a ser evidente mucho después. Además, si entre 2007 y 2008 el paro entre las personas españolas llegaba a los 5 puntos, entre la población migrante alcanzaba ya los 10 puntos. En sus conclusiones, el informe sostiene que, a la luz de las cifras, la brecha salarial solo puede explicarse por razón de nacionalidad u origen.
Por otra parte, en su “Estudio sobre la situación laboral de la mujer migrante en España” también de 2015, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) afirma que “la población de origen inmigrante, y especialmente la población femenina, aparece conformando el último escalafón de la estructura social y laboral del mercado de trabajo en España”, a lo que agrega que se trata de “trabajadores migrantes concentrados en ocupaciones manuales, fundamentalmente de cualificación elemental”.
En el caso concreto de las mujeres, el estudio de la OIM añade que las políticas institucionales creadas desde la administración determinan negativamente sus posibilidades laborales, entre otras cosas, debido a las dificultades administrativas para la homologación de sus titulaciones y competencias profesionales. De esta forma, sostiene la OIM, “las mujeres extracomunitarias son suavemente empujadas hacia determinados sectores y ocupaciones caracterizados por sus bajas condiciones de trabajo”.
La OIM se refiere al “papel de la etnicidad” o “discriminación étnica” como fuente de creación de condiciones de precariedad. Afirma que la “representación reiterada de la condición inmigrante como una condición social deteriorada, esto es, como una población amenazante y, al mismo tiempo, atrasada, dócil y premoderna, una especie de ídolo tercermundista, pobre y paternizado, que transita entre el hambre, la ignorancia y la barbarie; se convierte, en ocasiones, en el factor clave que legitima y nutre las condiciones de precariedad de los trabajadores inmigrantes en el mercado de trabajo”.
El racismo institucional
A las cifras, se añade un aspecto definitivo que prueba la falacia de la cuestionada consigna: el racismo institucional que condiciona la vida de las personas migrantes.
Tener que aceptar trabajos de esclavitud moderna, como les pasa a las personas migrantes del servicio doméstico y de cuidados, quienes trabajan hasta 70 horas a la semana, sin derecho a paro, para poder obtener un permiso de trabajo y no ser expulsadas del país, no es de nativas.
Ser condenado por la Ley de Extranjería a trabajar en la manta, soportando años de criminalización, persecución y violencia policial, día tras día, constantemente, no es de nativos.
Ser explotada laboralmente y violada en los campos de fresa en Huelva, no es de nativas.
Perder un trabajo y solo por ello perder tu ciudadanía, convertirte en una persona sin derechos, no es de nativas.
No poder sumarte a una huelga porque, si lo haces, puedes perder tu trabajo, con ello tu permiso de residencia y después quedarte sin papales, no es de nativas.
Perder un trabajo, tus papeles, y que como consecuencia de ello te lleven a un CIE y luego te deporten sin considerar que aquí tengas a toda tu familia, no es de nativos.
En definitiva, que tu vida solo sea valorada en la medida que sirvas como mano de obra, porque si no, te expulsan sin importarles nada, no es de nativas.
Violencia epistémica
El racismo cruza nuestras vidas en todos los ámbitos, incluido el laboral, y así lo avalan los hechos y las cifras de diferentes organizaciones. Ante esta situación, que salga la izquierda blanca con su frasecita estrella no hace más que ratificar lo lejos que está de su deconstrucción como movimiento surgido en el sistema-mundo moderno-racista-colonial, occidentalocéntrico y eurocéntrico.
Así como el movimiento feminista hegemónico invisibiliza la opresión racial cuando afirma que todas las mujeres estamos hermanadas por el género, la izquierda blanca invisibiliza la opresión racial cuando proclama la máxima de que nativa o extranjera es la misma clase obrera. Ambos movimientos teorizan desde el paradigma universalista. ¿Y qué es esta pretensión universalista sino uno de los fenómenos subjetivos modernos producidos por el propio capitalismo?
Alguna vez, participando en una manifestación, personas migrantes hemos alzado nuestras voces para gritar “nativa o extranjera NO es la misma clase obrera”, y lo que hemos recibido por respuesta han sido críticas, insultos y en más de una ocasión hasta nos han quitado el megáfono.
Cuando la izquierda blanca rechaza nuestro discurso emancipatorio lo que hace es reproducir una violencia epistémica basada en la creencia de que existe una cosmovisión única, hegemónica y correcta, desde la cual se desprenden sus análisis y teorías universales, aplicables a todas las vidas, a todos los cuerpos. Intentan imponernos su subjetividad, negando e invisibilizando nuestras experiencias. En otras palabras, niegan nuestra “posibilidad de ser”.
Para dejar de lado estas premisas falaces la izquierda blanca debe abandonar el paradigma universalista eurocéntrico, que insiste en ponerse a sí mismo como punto de partida (y de llegada) de toda categoría y análisis. Y entender que nosotras no dividimos ninguna lucha simplemente porque no existe `una´ lucha. Ponemos sobre la mesa esta realidad.