La última estrategia de descrédito hacia quienes abrazamos la posición pro-derechos, en materia de prostitución, es la de tildarnos de neoliberales. Parece mentira, pero esta acusación en gran medida descansa en que aceptamos el consentimiento de quienes manifiestan ejercer por decisión propia el trabajo sexual. Se debe, entonces, a que respetamos la decisión de ejercer, a que no cuestionamos la libertad individual como argumento, a que no impugnamos los testimonios y la voz de las prostitutas por decisión propia.
1. Cualquier decisión se encuentra, inevitablemente y de entrada, condicionada por estructuras de opresión y condiciones materiales. Además, según cuántas y cuáles sean las estructuras que atraviesen a cada persona y su intersección, el abanico de opciones de cada decisión será más o menos limitado. Ya se sabe que no es lo mismo ser una mujer blanca cis de nacionalidad española que una mujer negra trans migrante. Ahora bien, que toda elección se encuentre de base condicionada no es lo mismo que decir que está determinada por dichas estructuras. Por tanto, aunque no sea del todo preciso hablar de elección (porque estrictamente hablando nadie es libre), sí de decisión y de capacidad de agencia.
Lo curioso de este tipo de argumentos que buscan rechazar la validez del consentimiento es que solo surgen en torno al trabajo sexual: ¿por qué?, ¿qué diferencia al trabajo sexual de otros trabajos? Un ejemplo: trabajar en una mina con exposición al amianto puede recortar de 15 a 20 años la vida de la persona trabajadora y desencadena frecuentemente en varios tipos de cáncer. Es una profesión de alto riesgo y, sin embargo, no existe un movimiento por la abolición de la minería ni artículos que impugnen la decisión de ejercerla, sino una lucha obrera por el reconocimiento de una legislación diferente vinculada a los problemas de la profesión.
¿Qué distingue a la prostitución de la minería?: el estigma. Un estigma que no solo tiene que ver con la discriminación y la moral sexual interiorizada, sino también y principalmente con la construcción del género femenino, sus límites y fobias. Hablar de estigma es hablar de feminismo, pero eso daría para otro artículo.
2. Al margen del anacronismo de situar la prostitución como necesariamente vinculada al neoliberalismo, convendría recordar que esta opción ha sido desde siempre la estrategia de supervivencia económica de las mujeres más pobres. No es nuevo. Las hijas de las clases bajas, las que sufren de manera directa la feminización de la pobreza, son las que a lo largo de la historia han decidido realizar el trabajo sexual; e impugnar su decisión, como si las pobres no tuvieran agencia, es clasismo.
En el imaginario abolicionista las pobres son objetos pasivos de las circunstancias y en el mismo gesto en el que se les relega a un espacio de subalternidad, las réplicas a este argumento se ceban con las escorts que pueden y quieren dar la cara. Clasismo no es solo silenciar a las pobres, sino también asumir que es un discurso propio de las que ejercen de manera mejor remunerada. Se ignoran los testimonios de prostitutas por decisión propia como las de la Agrupación Feminista de Trabajadoras del Sexo (AFEMTRAS) que manifiestan palabra por palabra la misma decisión que sus compañeras. Pero claro, no conviene visibilizar a quienes captan su clientela en la calle, son mayoritariamente migrantes y, a menudo, mujeres trans. Se desmonta el hombre de paja si las mujeres que sufren la intersección entre estructuras de opresión tales como el racismo, la transfobia y la precariedad reivindican su decisión de prostituirse y querer hacerlo con derechos laborales que las protejan.
3. La falacia de composición o de tomar la parte por el todo asume que aceptar la decisión individual de ejercer la prostitución realizada en un marco capitalista supone entonces aceptar, celebrar y estar de acuerdo con el capitalismo en sí mismo. No. La conquista de derechos sociales, civiles y laborales en un marco de creciente neoliberalismo salvaje es y sigue siendo una lucha propia de las posiciones políticas progresistas. Precisamente porque el modo de producción se ceba con las personas más vulnerables, combatir este sistema a menudo consiste en trabajar para que nos convirtamos en dueñas de nosotras mismas, en acompañarlas en su empoderamiento, en establecer alianzas para expulsar la desigualdad del marco. Feminista es trabajar por ampliar nuestros márgenes de seguridad personal, de autonomía y de autoestima. Feminista es reafirmar sus decisiones, sean continuar en el trabajo sexual o abandonarlo.
Mientras llega la prometida revolución, la lucha no debería ser contra putas y aliadas (difamando, caricaturizando, desinformando, acosando o tildándoles de alienadas o no representativas, cuando no de privilegiadas). Quienes deseen abolir la prostitución pueden trabajar para que existan opciones laborales mejor remuneradas para quienes quieran dejarlo y para que el Plan Integral de Lucha contra la Trata de Mujeres y Niñas con Fines de Explotación Sexual (2015-2018) deje de ser una coartada para perseguir a la inmigración irregular. Apoyar a las prostitutas no es ni puede ser nunca apoyar las multas contra sus clientes y/o contra ellas, ya que precarizan aún más su situación, aumentan su vulnerabilidad frente los abusos, clandestinizan su trabajo y las relegan a una mayor inseguridad favoreciendo que todas entren a trabajar para terceros, donde la ausencia de legislación ampara todo tipo de abusos laborales. Apoyar a las prostitutas tampoco puede ser nunca desentenderse de las asalariadas, como si combatir la explotación laboral no fuese una causa de este movimiento. Apoyar a las prostitutas no puede ser jamás hacerse eco del estigma machista acosando, deslegitimando y ridiculizando a las escorts.
4. Con todo, nuestra defensa del reconocimiento de la prostitución como trabajo no se centra en la libertad y voluntariedad de quien ejerce (aunque también, porque como feministas no podemos olvidar las mismas consignas que enarbolamos cuando defendemos el derecho al aborto). No. En primer lugar, porque esa libertad no es precisamente individual. Las putas empoderadas, organizadas reclamando derechos, se convierten en sujetos políticos. Y lo que hace a la libertad un asunto político –diría Hannah Arendt– es que es esencialmente colectiva. En segundo lugar, el ejercicio perverso de reducir esta postura a un mero asunto de libertad individual invisibiliza las auténticas razones de la denominación de feministas pro-derechos. Se trata de garantizar el acceso de todas las mujeres a los derechos humanos, la efectiva igualdad entre todas las personas, de frenar los abusos y la explotación laboral, la vulnerabilidad y la violencia institucional, la discriminación y el estigma.
Ojalá habitáramos en un mundo en el que porque hubiese consentimiento y voluntariedad el neoliberalismo fuese coser y cantar para las feministas. Precisamente porque no es así, precisamente porque la decisión de ejercer el trabajo sexual es solo la primera piedra para ponerse en marcha, trabajadoras del sexo y activistas seguiremos luchando.