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Novatos digitales

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A menudo escuchamos eso de que los jóvenes, sobre todo los más jóvenes, son nativos digitales. Este término fue acuñado en 2001 por Mark Prensky, escritor y experto en educación. Por el contrario, los que nacimos y nos criamos en un mundo netamente analógico, o casi, somos “inmigrantes digitales”. El término hizo fortuna, lo sabemos todos. Pero, como en todas las fortunas que no son fruto del trabajo y del acierto personal de quienes las atesoran, no es oro todo lo que reluce. 

No habría nada que decir si con el término nativos digitales se quisiese designar a quienes han nacido en un mundo de chips. Sin embargo, a menudo lo que quiere expresarse es que quienes tienen menos de 20 o incluso de 30 años no tienen en general problemas para entender y manejarse en el mundo digital. Hay muchas matizaciones que hacer a este planteamiento tan simple, por no decir simplista. Pensar que el hecho de crecer rodeado de móviles, computadoras y todo tipo de dispositivos personales, conlleva el comprender cómo funcionan y saber integrarlos adecuadamente en la vida personal y después profesional, es tan erróneo como pensar que nosotros, los ya mayores, por el mero hecho de haber nacido en un mundo de libros y libretas, podemos sin más profundizar en la obra de Platón, Ortega y Gasset o Nietzsche, y hasta entender el desarrollo de la relatividad general de Einstein. 

Disiento, y siento contradecir así a esos abuelos y padres que se jactan de lo preparados que están sus nietos e hijos para este mundo de máquinas, viendo que con pocos años manejan el móvil con la destreza suficiente como para instalar de corrido un sinfín de aplicaciones y manejarlas luego con la soltura con la que un funambulista pasea por un cable. 

Es más, considero que la mayoría de los nativos digitales son realmente novatos digitales. Han crecido, eso sí, rodeados de tecnología, en particular aquellos que viven o han vivido en familias acomodadas, pero la mayoría de ellos no han tenido una orientación ni una educación que los preparase para comprender lo que las tecnologías pueden aportar de positivo y, sobre todo, para reconocer y evitar los malos usos y hasta los abusos que también pueden asociarse a las mismas. No lean esto como una crítica a muchas madres y padres que, habiendo crecido en un pasado mundo analógico, no tienen la formación suficiente como para hacer mucho más que limitar el tiempo de uso de la videoconsola o del móvil, lo que ya no es poco, por cierto. No, mi queja se dirige más a las carencias de nuestro sistema educativo, que también en esto patina. 

Se corre un gran riesgo dando por supuesto que simplemente por haber nacido en un mundo de bits, nuestros hijos están ya preparados para vivir en él. Bien al contrario. Cuando algo es omnipresente en nuestras vidas suele desaparecer de nuestra lista de inquietudes. Vivir en un mundo digitalizado, automatizado, robotizado… no sorprende a los más jóvenes, y la sorpresa es la base del aprendizaje. Por eso es tan necesario que quienes diseñan e implementan las políticas educativas y quienes nos dedicamos al oficio de educar, nos tomemos muy en serio la diferencia entre usar bien las tecnologías y ser utilizados por medio de ellas, y, claro, actuemos en consecuencia. 

Los nativos digitales que creen que el mundo es básicamente el que ven en las redes sociales y en Internet, también los mayores que así lo piensan, acaban creyéndose que el mundo entero es digital, hasta que caemos en la cuenta, ¡o no!, de que quienes estamos hechos de átomos no estamos preparados de serie para vivir en un mundo de bits.