Mientras 900 millones de personas viven en extrema pobreza, el 1% de la población mundial acumula tanta riqueza como todo el resto. Mientras un tercio de los alimentos producidos se desperdicia, casi 800 millones de personas pasan hambre.
Los problemas a los que se enfrenta la Humanidad no se deben a la falta de recursos: nunca antes hemos tenido tanto. El problema hay que buscarlo en cómo utilizamos lo que está a nuestro alcance, en nuestro modelo de convivencia, en nuestros principios y valores. Y esto tiene mucho que ver con el sentimiento religioso.
En la encíclica 'Laudato Si', el papa Francisco se dirige a todos nosotros, creyentes y no creyentes, para invitarnos a un “nuevo diálogo sobre el modo en que estamos construyendo el futuro del planeta”. La comunidad musulmana ha reaccionado también ante el reto de la sostenibilidad medioambiental y en agosto pasado hizo pública una declaración llamando a los 1600 millones de musulmanes de todo el mundo a actuar contra los efectos del cambio climático.
Tanto para cristianos como para musulmanes, la naturaleza está habitada por Dios, es un signo de la obra de Dios y sus bienes tienen un destino universal. Así, elementos como el agua, el sol, las cosechas y las tormentas han sido elementos que dependían más de la voluntad divina que de la humana, y han estado muy presentes en la práctica religiosa. Por ejemplo, desde las abluciones del islam al bautismo cristiano, el agua es símbolo de purificación. Las religiones panteístas han ido más allá: la naturaleza es Dios, por lo que el carácter sagrado se extiende a toda la Creación.
Hoy nuestro estilo de vida, que el Papa ha definido como “cultura del descarte”, nos ha conducido a un nivel de consumo sin precedentes, que ocasiona la destrucción ambiental y el cambio climático. Nunca hemos estado tan lejos de la naturaleza. Es más: “la degradación ambiental y la degradación humana y ética están íntimamente unidas.” (LS 56).
Sólo en este contexto de degradación humana y ética, son explicables los alarmantes datos señalados al principio de este artículo. Sólo dentro de una fiera competitividad, se explica la acumulación de riqueza en unos pocos y la severa exclusión social del 10% de esa humanidad de “sobrantes”, recurriendo de nuevo a los términos utilizados por Francisco.
Ante esta situación, los líderes religiosos han hecho saltar su alarma. “La casa común de todos nosotros está siendo saqueada, devastada, vejada impunemente. La cobardía en su defensa es pecado grave”. Con esta contundencia nos llama Bergoglio a movilizarnos.
En 'Laudato Si' se nos habla de una sola crisis socio-ambiental, en la que todo está interconectado y ante la que se propone una ecología con dimensión humana que pasa por replantear nuestro modo de relacionarnos entre nosotros y con la naturaleza. Replantear nuestro modelo de convivencia, buscando el bien común y situando a la persona en el centro de la economía.
El papel de los líderes y organizaciones religiosas para acompañar este cambio es fundamental. Son un referente moral con capacidad de movilizar a millones de personas. En el caso de Cáritas, somos testigos de cómo las personas en situación más precaria son sistemáticamente víctimas del cambio climático, y conscientes de ello, las Conferencias Episcopales de los cinco continentes ya se han movilizado.
La llamada a actuar por parte de la Iglesia es inequívoca. Se trata, además de un llamamiento que responde a una visión serena de la realidad y a una convicción profunda sobre lo que hay que hacer. No se trata de una moda pasajera y la Doctrina Social de la Iglesia de los últimos cincuenta años está llena de ejemplos. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y, simultáneamente, para cuidar de la Creación. Con los medios económicos y tecnológicos a nuestro alcance, esto es perfectamente realizable. Lo que necesitamos ahora es voluntad política. El domingo 29 en Madrid la exigiremos en una manifestación multitudinaria convocada por Alianza por el Clima, uniéndonos además a la Marcha Mundial en muchas otras ciudades del mundo.
Una reflexión final. Si algo caracteriza la fe cristiana es la esperanza. La esperanza es formidable porque permite seguir luchando. Está en la raíz del mensaje del Papa y también en de otros líderes religiosos, por eso es radicalmente optimista: podemos hacerlo y, cuando lo hagamos, el mundo será un lugar mejor.