Mis padres de la Constitución
La primera vez que me fijé en la palabra Constitución fue escuchando cantar a mi padre. Haciendo sonar una vieja guitarra que le regaló Paco Luque, un compañero de la tercera galería de Carabanchel donde estaban los presos políticos de base (los jefes estaban en la sexta) entonaba mi padre una poco conocida estrofa del himno de Riego que dice: “Si Riego murió en el cadalso no murió como infame traidor, que murió con la espada en la mano, defendiendo la Constitución”. No sabía nada yo entonces del heroísmo de nuestros militares liberales del XIX ni de la agitada historia de nuestro constitucionalismo.
Años después, estudiando segundo de BUP, empuñé por primera vez la Constitución del 78 como arma política. Acababa de ser elegido representante estudiantil en el Instituto Juana de Castilla de Moratalaz, y la dirección del centro nos impedía colocar carteles políticos aduciendo nuestra minoría de edad. Reuní a mis compañeros en casa y con mi madre, abogada en ejercicio, asesorándonos, estudiamos los artículos de la Constitución relativos a la libertad de expresión, reunión y asociación. Y allá que nos fuimos a la reunión del consejo escolar a decir que la Constitución estaba por encima de cualquier decisión de la dirección de nuestro instituto. Ganamos el derecho a pegar carteles pero no tanto por la Constitución y por nuestra oratoria persuasiva de entonces, sino por unos profesores y padres que valoraron nuestro esfuerzo y tenacidad contra una directora, a la sazón profesora de alemán, doña Rosa Recuenco, que defendió hasta el final que se restringieran nuestros derechos al tiempo que favorecía actos extra escolares del profesor de religión católica.
Poco después, ya siendo un adolescente enormemente politizado, conocí a Rafa Mayoral, quizá el mayor responsable de que me decidiera a estudiar la carrera de Derecho. El que fuera abogado de la PAH y hoy nuestro diputado, tenía a los 19 años aún más vehemencia que ahora y le recuerdo, con las pupilas encendidas, repitiéndome la clase de Derecho Constitucional que le habían dado, explicándome que el Derecho es fundamental para entender cómo funciona el sistema y que la Constitución es la expresión jurídica de la correlación de fuerzas.
Mi primer profesor en la facultad de Derecho de la Complutense fue el gran Pablo Santolaya Machetti. Recuerdo los maravillosos debates que favorecía en clase. Santolaya me dio mi primera matrícula de honor; decía que por mi madurez aunque hoy pienso que respondía más a mi pesadez. Me fascinaba el Derecho Constitucional entre otras cosas porque ofrecía enormes ventajas para entender muchas claves de la política que después explicábamos a los compañeros militantes que estudiaban otras carreras. De la profesora García Escudero, letrada de la Cortes, adquirí mis primeras nociones de Derecho parlamentario (esto no me entusiasmó ya tanto).
Un año de Erasmus en Bolonia me permitió conocer la constitución antifascista italiana, esa que como dice Enric Juliana [periodista de La Vanguardia] pactaron el partido del Papa (la DC) y el partido de Stalin (el PCI) y que los italianos acaban de defender frente al intento de Matteo Renzi de devenir en nuevo César todopoderoso desatado del parlamento.
Más tarde gané una beca de colaboración en el Departamento de Derecho Constitucional. Aunque ya entonces tenía claro que tras acabar la carrera me matricularía en Ciencias Políticas, allí conocí a algunos de los grandes nombres del Derecho Constitucional español.
Admiré a Jorge de Esteban, un gentleman de otra época, a pesar de nuestras diferencias políticas. Conocí al ya desparecido Pablo Lucas Verdú, anciano entrañable y muy conservador, que siempre me recordaba que fue profesor de Xabier Arzalluz –ex presidente del PNV– y que me conducía por las estanterías traduciéndome títulos del alemán, bajo la atenta mirada de Rocío, mi jefa, desesperada ante la posibilidad de que yo no fuera capaz de ordenar los títulos alemanes que desordenaba el profesor Lucas Verdú (pero quien ha sido becario de biblioteca sabe que las signaturas libran al peor de los políglotas de cualquier problema). Recuerdo que ante mi fascinación por Italia, Lucas Verdú me decía: “Hay que ver con los italianos; eran fascistas y luego se hicieron todos comunistas”. Yo pensaba para mis adentros: “Pues como tantos profesores españoles: eran franquistas y luego se hicieron demócratas”.
Conocí allí también al gran Raúl Morodo, a Carlos de Cabo, uno de los grandes constitucionalistas marxistas, a su hijo Antonio, que además de ser un excelente constitucionalista es un tipo extraordinariamente culto con el que he compartido militancias después. Conocí también a un profesor, a medio camino entre el fascismo y lo estrafalario, Hillers de Luque, que a pesar de todo era cualquier cosa menos un cobarde.
Gracias al que quizá sea el mejor profesor de Derecho que tuve, Enrique Olivas, supe de una apisonadora mental llamada Ordóñez. Ya en Políticas, recuerdo que entre algunos profesores se recordaba un mítico tête à tête en el que un jovencísimo Juan Carlos Monedero (aunque parezca imposible Juan Carlos Monedero fue joven) desafió al viejo león Ordóñez. Aunque el viejo león prevaleciera entonces, entre los honores intelectuales de Juan Carlos, está haber podido tener aquel debate.
Después, en la Fundación CEPS, conocí a los maestros que me enseñaron cómo el Derecho Constitucional puede servir para transformar la sociedad, prestando sus servicios en los procesos constituyentes. De Roberto Viciano, Rubén Martínez Dalmau, Albert Noguera o Marcos Criado no sólo aprendí constitucionalismo latinoamericano, sino la importancia política de las Constituciones para consolidar y proteger los avances sociales. También conocí por aquella época de la mano de Jaume Asens a Gerardo Pisarello. Ellos y Amaya Olivas me enseñaron del uso alternativo del Derecho.
Hoy, a 38 años de la promulgación de una Constitución que plasmó una dificilísima correlación de fuerzas en la que la oposición democrática tuvo que ceder más de lo que pudo arrancar a las élites de la dictadura, quiero homenajear a esos maestros que me enseñaron a entender la situación actual.
Hoy, los autoproclamados constitucionalistas (la triple alianza PP-PSOE-Ciudadanos) pretenden usar la Constitución del 78 para bunkerizarse y frenar los avances sociales que reclama nuestra sociedad. Si la reforma del artículo 135 fue una deshonrosa claudicación ante poderes exteriores, como reconocería incluso el destituido secretario general del PSOE, el atrincheramiento de la triple alianza para negar la necesidad de dar encaje constitucional a la plurinacionalidad y de avanzar en las cuestiones fundamentales que demanda la sociedad, revela que sólo entienden la Constitución como candado y no un texto resultado de una coyuntura histórica difícil (la metamorfosis de una dictadura) y de reformas discutibles, que es manifiestamente mejorable.
Hace exactamente un año propusimos cinco mejoras a la Constitución que seguimos defendiendo. Es necesario blindar en ella los derechos sociales, garantizar la independencia judicial, prohibir las puertas giratorias, cambiar el sistema electoral y dar encaje constitucional a la plurinacional constitutiva de nuestra patria. Frente a los que se atrincheran y se bunkerizan es necesario avanzar y modernizarse.
En esta legislatura es posible que los partidos del búnker busquen algún tipo de reforma. Estaremos como es lógico abiertos al debate pero no somos ingenuos. difícilmente los padres del 135 y los recortes van a poder asumir el desafío histórico que reclaman las gentes de nuestro país más allá de lo que voten. Por eso nuestro papel no debe limitarse a asegurar con nuestra fuerza en el Parlamento que cualquier reforma de la Constitución deberá ser sometida mediante referéndum a la voluntad del pueblo español, sino que debemos también sacar el debate a la sociedad para empezar a construir un espíritu constituyente que ya se intuye en los reclamos populares.
La indignación frente a los abusos de las eléctricas que cortan suministros a compatriotas; las luchas de la clase trabajadora por sus derechos (telemarketing, Coca-Cola); la defensa de las pensiones; la histórica reclamación del 15M del fin de las puertas giratorias y de un sistema electoral más proporcional; la justa reclamación del pueblo catalán de su derecho a votar y decidir; las reclamaciones de sectores populares con identidades que han padecido durante décadas la subalternización de un centralismo miope y antiguo; y la reivindicación de una justicia libre de amenazas e intromisiones del poder político y económico son temas que difícilmente van a asumir los partidos de la triple alianza parlamentaria si en España y sus pueblos no se construyen contrapoderes que den vida a un nuevo espíritu constituyente modernizador, tolerante y avanzado.
De mis padres de la Constitución aprendí muchas cosas, pero quizá la fundamental es que los avances sociales que recogen las constituciones no son el resultado del trabajo de especialistas y parlamentarios, sino del empuje democrático de los pueblos. Todo lo bueno de la Constitución del 78 tiene que ver con ese empuje, mientras que la mayor parte de sus deficiencias tiene que ver con la resistencia de las élites al cambio. Y si algo nos ha enseñado la Historia es que la democracia es el resultado del avance de los pueblos sobre las élites, del avance de los derechos sobre los privilegios.