Se aprobaba en el Congreso de los Diputados la ILP de Las 5 de la PAH, una propuesta que es un auténtico ejercicio de democracia. En todas y cada una de las asambleas de los barrios de Madrid, de los pueblos, de las comunidades autónomas, se ha participado desde abajo. Sin acumular títulos, sino experiencia, muchas personas han tenido la oportunidad de exponer, debatir y aportar. Un éxito que da fuerza para seguir luchando contra muchos desahucios, contra un sistema injusto y por una vida digna para todas y todos, que va mucho más allá de la vivienda, como por ejemplo el reconocimiento del derecho a la energía.
A pesar de ser una apuesta ciudadana que parte de las personas más desfavorecidas, la lucha por una vivienda digna se convierte nuevamente en una bandera. Un mensaje que intelectuales y grandes pensadores se apropian, considerándose los más adecuados para ser la voz de aquellas que son el producto de un sistema injusto y las obvias perdedoras que el sistema económico actual ha considerado personas sin derechos.
Es curioso comprobar como el luto con el que visten, el estrato del que vienen o la etnia a la que pertenecen serían en otras ocasiones razón suficiente para cambiarse de acera, no sea que te roben al cruzarte con ellas. Pero hoy lucimos con orgullo la imagen de una mujer luchadora vestida de negro, que incluso muchos sienten como una digna reivindicación, la bondad de lo humilde. Pero se equivocan: no han entendido que la humildad y la auténtica revolución es dar un paso atrás, asumir la invisibilidad por todas aquellas voces que no encuentran su lugar entre tanto “sabelotodismo”. Lo que, por cierto, es la primera lección del feminismo: “Hombres, habláis mucho, callad un rato”. La PAH nos devuelve ese aprendizaje: “No os apodereis de algo que no vivís y que no sentís como la pobreza más extrema”.
Este artículo, por tanto, no pretende más que dar voz a aquellas a las que se les ha negado, quizá porque no tengan títulos o másteres, pero, en el fondo, todos sabemos que vienen de la universidad de la calle y eso da muchas tablas. Es la voz de aquellas que llevan años peleando cual jabatas por una única razón, la justicia social. Unas reflexiones que debemos trasladar para entender precisamente a aquellas que sufren, obviando hacer cualquier disquisición que reinterprete desde el academicismo qué es lo que otras quieren decir. Valgan estas líneas para rendir un homenaje a todas aquellas personas que han puesto su piel y su alma en crear algo tan revolucionario y a la vez tan básico como es la PAH.
Porque si en algo tiene experiencia la PAH es en los aspectos sociales. En cada asamblea de cada barrio, cada semana, escuchamos verdaderos dramas que no solo son de vivienda. Una realidad que define la pobreza severa, esa pobreza que avergüenza a los que la sufren y a los que la ven y miran para otro lado, la mayoría impotentes pensando que no se puede hacer nada, que no está en su mano. Una violación de los derechos humanos que obliga a muchas a reconocerse como pobres antes de conseguir cualquier tipo de ayuda para alcanzar una vida digna, como si la pobreza se redujese a lo que tienes para llegar a fin de mes. Hay gente muy rica y a la vez muy pobre.
Esta falta de medios económicos que muchas veces empieza con despidos, con trabajos precarios o con pensiones de vergüenza y termina con cortes de suministros y con el desahucio, sea de tu casa por no haber podido pagar la hipoteca o por el alquiler, porque te lo suben tanto que no puedes hacer frente a los pagos, o bien porque no ha habido más remedio que ocupar una vivienda. Así se inicia esa espiral, conocida como la trampa de la pobreza, que ante la ausencia de un contrato (laboral y por ende inmobiliario) te impide empadronarte y, con ello, pedir asistencia social, un bono social o cualquier otra ayuda.
De la noche a la mañana pasas de ser ciudadana a ilegal, o peor: pobre. Un sinónimo de delincuente porque no te queda más remedio que pinchar la luz y el agua para vivir. Mientras pende sobre tu cabeza la espada del desahucio, guardando lo poco que tienes, tu vida y tus recuerdos en cajas de cartón.
Cuando ya han intentado desahuciarte varias veces y llama la policía a la puerta, estando sola en casa y sin el apoyo de tus compañeras, esa sí que es una auténtica “última llamada”. Si estás desahuciada es difícil ver más allá de la propia precariedad de buscarse día a día el pan para comer. Así, resulta cuando menos estúpido apelar a la importancia de derechos como la salud ambiental. Sin embargo, la solidaridad entre nosotras es mucho más poderosa que la escala de las necesidades, prueba de ello es como, a pesar de que lo cotidiano es una tremenda lucha, siempre hay tiempo para arropar a quien lo necesita. Aunque la lucha sea tan lejana como cerrar la central nuclear de Almaraz.
La lucha por una vida digna es el eje del feminismo, pues apela sobre todo a aquellas mujeres que, viviendo oprimidas por el patriarcado, son el pilar de la economía familiar, el motor de la dependencia o las arquitectas del concepto de familia. Nuestro feminismo es más de poner nuestro cuerpo para parar desahucios, de atender a nuestros 'compas' mayores y a los hijos e hijas de nuestras compañeras, y también estar en las manifestaciones convocadas por el movimiento feminista.
La vivienda es un tema central que afecta a toda la población pero especialmente a los más vulnerables como las mujeres y las personas más jóvenes y más mayores de la sociedad. Son ellas las que se reúnen bajo el paraguas de la PAH, las que han estado dedicando mucho tiempo a un proyecto común que redundará en el beneficio de la mayoría. Aunque el día de hoy existen miles de luchas más allá de la vivienda, como las pensiones, la sanidad o el cambio climático, no podemos permitir que nos dividan por parcelas. Al fin y al cabo, todas peleamos contra un sistema injusto que nos excluye. Y ha llegado la hora de cambiarlo.