La pandemia obliga a celebrar este 8 de Marzo con una presencia restringida en las calles. Y por ello, es nuestra responsabilidad estar más presentes que nunca en otros medios alzando la voz para mostrar cómo esta situación ha puesto más en evidencia las diferencias estructurales que aun persisten en lo referente a la igualdad. Las condiciones excepcionales, extremas, hacen aflorar de manera ostensible los comportamientos y modelos más primarios y profundos. Y así ha ocurrido con la crisis del Covid-19.
Hace ahora un año, en marzo de 2020, que la pandemia nos encerró a todos en casa durante semanas, convirtiendo nuestra vivienda en el centro de operaciones de nuestra vida. Todo ocurría ahí, en los muchos o pocos metros cuadrados de nuestras residencias. Y eso, aparentemente inocuo y neutro, acabó convirtiéndose en un foco más de desigualdades, marcando tanto las diferencias verticales por capas sociales (extensión y calidad de la vivienda, recursos informáticos disponibles, número de convivientes) y también horizontales dentro de cada hogar. Las mujeres se han visto afectadas por ambas y muy singularmente por la segunda. Nuestras casas se convirtieron en espacio de trabajo, de obligaciones domésticas y familiares y de ocio, donde los estereotipos de género se han mostrado descarnadamente. En el Día Internacional de la Mujer es necesario recordar algunos de los aspectos en los que las mujeres han sido más afectadas que los hombres por la pandemia.
Ya en marzo del año pasado, apenas llegada la pandemia, el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) alertaba, en su informe Covid-19: Un enfoque de género. Proteger la salud y los derechos sexuales y reproductivos y promover la igualdad de género, acerca del posible impacto específico de la pandemia sobre las mujeres. Por ejemplo, ellas representan el 70% de la fuerza laboral en el sector social y de salud y, por tanto, su exposición directa a la enfermedad era bastante más alta que la de los hombres. También advertía, literalmente, que “en épocas de crisis, como sucede durante un brote, las mujeres y las niñas pueden presentar un riesgo más elevado de padecer violencia infligida por la pareja y otras formas de violencia intrafamiliar como resultado de las tensiones crecientes en el hogar”. Riesgo agravado por la dificultad de solicitud de ayuda y la denuncia al aumentar el aislamiento y las barreras como señala también Miguel Lorente, profesor de la Universidad de Granada, y ex delegado del Gobierno para la violencia de género, en su artículo Violencia de género en tiempo de pandemia y confinamiento. Desgraciadamente todo ello ha sido la crónica de una predicción anunciada, como hoy bien sabemos y numerosos estudios rigurosos certifican.
El efecto del Covid-19 en la economía ha sido devastador. Y una vez más, dentro de ese inmenso desastre, la pérdida de empleo ha afectado más seriamente a las mujeres que a los hombres, en lo que supone un retroceso de más de una década, como señalaba el informe Diversidad de género y formación del BBVA, realizado a partir de datos del Instituto Nacional de Estadística. Al terminar el tercer trimestre de 2020, la tasa de paro en las mujeres era del 18,39% frente al 14.39% de los hombres, la mayor distancia entre ambos grupos desde 2007. Lo que no consiguió la crisis financiera de 2007 en varios años, lo ha conseguido la pandemia en varios meses.
Este desequilibrio se da, además, en todas las situaciones laborales. Desde el trabajo agrario al sector servicios y, también, en el ámbito docente e investigador. La Unidad Mujeres y Ciencia del Ministerio de Ciencia e Innovación presentó hace unos meses el resultado de un cuestionario sobre conciliación personal, familiar y laboral enviado al personal de organismos públicos de investigación. 1.563 personas respondieron de forma anónima. De las respuestas, casi el 50% de las mujeres se encargaba de manera exclusiva de la limpieza del hogar, frente a solo el 20% de hombres. Algo similar ocurría con el cuidado de personas a cargo. Resultados que concuerdan con los del estudio realizado en la Universidad Complutense por el proyecto europeo SUPERA, respondido por el 25% del profesorado, que muestra situaciones tan “simples” como que la cesión del ordenador a los hijos para el desarrollo de sus tareas escolares corresponde más a ellas que a ellos.
Al desequilibrio en el reparto del trabajo doméstico y familiar se añaden, además, otros desajustes más sutiles que, en realidad, suponen una gran brecha en las carreras profesionales de unas y otros. El estudio de la Unidad de Mujeres y Ciencia muestra que todas esas ocupaciones en casa han afectado de forma diferente a hombres y mujeres: el 33% de las mujeres opina, frente al 25% de hombres, que esas tareas han afectado negativamente a su productividad científica. El de SUPERA muestra diferencias significativas en el número de publicaciones enviadas por hombres y mujeres durante el periodo de confinamiento. Ese dato, la menor publicación en mujeres que hombres tiene, además, un efecto que trasciende a estos meses de pandemia ya que a la larga, supone repercusiones serias en la carrera profesional de las mujeres. Si ellos han publicado más, ellos tienen ventaja. Utilizando una expresión de esta misma unidad en Género y ciencia frente al coronavirus, “lo que ocurre en casa importa, también para el Sistema de I+D+i”. Queda claro que la neutralidad de todos en casa no es tal. Al contrario, las puertas cerradas de una vivienda, con frecuencia, actúan de sordina ante unos problemas que no llegan a tomar su dimensión real hasta que el ruido ya es ensordecedor.
Vivimos un 8M diferente en la forma, pero no en el fondo. La causa de la igualdad tiene aún un largo recorrido que debemos caminar de modo continuo, firme y responsable con las circunstancias, señalando las desigualdades y sin perder de vista el objetivo buscado.