Los “padres” de la Constitución forjaron ésta en base a tres principios (entre muchos otros). Y son estos los principios y cómo interactúan entre ellos lo que está en juego en las negociaciones para investir el Presidente de la XV legislatura de España.
El primer principio es favorecer la gobernabilidad del Estado y de sus instituciones. Viniendo de donde veníamos, este principio era, sin duda, el más importante. Había que recuperar las instituciones, separar los poderes y, en definitiva, la soberanía para el pueblo y las ganas de gobernar(se) para éste.
El segundo es fomentar grandes consensos o, directamente, favorecer la creación de mayorías amplias en el diseño de las instituciones. También veníamos de donde veníamos, así que, si tenía que haber dos Españas, que una fuese lo suficientemente mayoritaria como para evitar, por construcción, episodios pasados. Es decir, que a simple vista fuese una única España.
Por último, como Españas haberlas haylas, el tercer principio de la Constitución –y especialmente las leyes que la desarrollaron después– era dar acomodo la diversidad de sentires y estares nacionales y plurinacionales que mejor o peor conviven en el estado español.
El problema de los trípodes es que, para que se sujete, las tres patas deben funcionar. Una forma de definir un trilema es que, cuando tenemos tres condiciones, solamente pueden cumplirse dos y que, precisamente por ello, la tercera queda automáticamente y por definición fuera de juego. En La paradoja de la globalización, el economista Dani Rodrik sostiene que de la tríada democracia, soberanía nacional e integración económica solamente podemos tener dos de las tres a la vez. Por ejemplo, si Europa se hace fuerte definiendo las leyes y la economía, los estados miembros pierden soberanía, etc.
La Constitución para la gobernabilidad basada en amplios consensos en una España plurinacional es, en el fondo, un trilema. Un trilema que, generalmente, se ha resuelto contra el tercer principio: las grandes mayorías del bipartidismo han favorecido la gobernabilidad a costa de los (mal) llamados nacionalismos periféricos. En los mejores casos, vendiendo estos el tercer principio a buen precio; en los peores utilizándose como arma electoral y vector de confrontación.
Pero el bipartidismo ha visto reducido su poder de determinar la balanza significativamente. Por una parte por el crecimiento de otros partidos, a derecha e izquierda del hemiciclo, que han hecho más difícil construir la gobernabilidad desde la mayoría numérica. Por otra, porque las mayorías no solamente se han hecho más exiguas, sino que han pasado a responder a varios ejes dando lugar a muchas más combinaciones: el consabido eje social, o derecha-izquierda; el eje nacional, nacionalidad española – nacionalidades periféricas; y el eje democrático, instituciones – antipolítica.
La gobernabilidad del estado, hoy, así como la estabilidad a largo plazo, ya no pasa por sumar mayorías, sino por aglutinar las minorías de la España plurinacional, aquel tercer principio que quedó en el artículo segundo para instrumentalizarlo hasta la saciedad.
La paradoja de la gobernabilidad es tener que sustentarse en fuerzas centrípetas que, no obstante, tienen en común el deseo de una buena gobernanza. Seguramente distinta, pero basada en el respeto por el pacto, por la negociación, por la deliberación. En definitiva, por las instituciones. Superada la visión fácil de ver todo como un “chantaje” o una “ruptura inconstitucional” está la oportunidad de utilizar la política para hacer política, para la toma de decisiones colectivas, de forma civilizada y dialogada. Y, ante todo, dinámica, flexible, constante.
Siendo como es un trilema, no se podrán tener las tres cosas: gobernabilidad, mayorías y minorías. Pero la gobernabilidad sigue siendo posible y es un error pensar que solamente puede conseguirse mediante mayorías que ya no existen, o que aglutinar minorías es una opción menos legítima o incluso contraria a la gobernabilidad.
Las nuevas mayorías se construyen, hoy, no tanto por el deseo de gobernarse de la misma forma, sino por el deseo de gobernarse y de gobernarse bien. Europa es un ejemplo de ello. En el otro extremo habita la antipolítica y la extrema derecha, es decir, lo contrario a las instituciones, a la gobernabilidad, a la estabilidad, al progreso, a los derechos, a los proyectos de país, sea el país el que sea. Esa es la verdadera pata inconstitucional del trilema que tenemos entre manos.