Una respuesta tajante que afirme o niegue esta situación sería tremendamente arriesgada por mi parte. Espero no decepcionar si mi respuesta más inmediata se queda en la duda. Sería frívola cualquier otra pretensión en un asunto tan serio. Pero lo realmente relevante es que tampoco nadie parece saberlo, a pesar de todas las recomendaciones que hemos podido escuchar alertando de su uso y recomendando subirse al coche. ¿Por qué las autoridades, con el Ministerio de Sanidad al frente, han hecho campañas demonizando al transporte público sin haber evidencias científicas ni en un sentido ni en otro? Es algo evidente, pensarás. Tanta gente pegada en un metro o en un autobús no necesita de ratificación científica. Ya, igual de evidente que era que la COVID-19 era un constipado que no nos iba a afectar o que no era necesario el uso de mascarillas.
Hasta ahora lo que sabíamos es que el transporte público no era un lugar especialmente relevante para la transmisión de virus. ¿Qué significa esto? Que no hay un riesgo mayor de contagio en el transporte público que en otros espacios. Un estudio desarrollado en Berlín sobre el primo hermano de la COVID19, el SARS-CoV-2, dio como resultado que el transporte público podría ser el responsable de cerca del 10% de los contagios totales. En un estudio similar, esta vez en Nueva York, esta cifra se reducía al 4%. Luego, es evidente que hay contagio en el transporte público, si bien este último estudio indicaba que eran los hogares (30%), centros docentes (25%) y centros de trabajo (9%) los lugares con mayor riesgo.
Se podría pensar que los mensajes actuales tienen una base más reciente, no tan relacionada con lo que se sabía hasta ahora. Si existe un estudio absolutamente clarividente que justifique un mensaje tan claro como el que se ha proyectado, debe estar al alcance de todo el mundo y ser citado recurrentemente. Tras dedicar muchas horas a investigar, no lo he encontrado. Todas las referencias llevan a dos artículos.Uno es un estudio de trazabilidad de los contactos coincidentes con un pasajero de autocar de larga distancia, sin circulación de aire exterior en un viaje de 4 horas, que muestra cómo otros 7 pasajeros coincidentes también se contagiaron y otro más que subió después de 30 minutos. Este estudio se publicó el 6 de marzo en la revista china Practical Preventive Medicine en chino. Imagino que todos los que lo han tomado de referencia o saben chino, o en lugar de leer la fuente original han leído un resumen en inglés publicado en el noticiario digital South China Morning Post por un alumno de la universidad de Shantou. Una conclusión interesante del estudio es que ningún pasajero con mascarilla resultó infectado y los autores recomiendan que se viaje con mascarilla en transporte público como solución. Al menos eso se desprende del resumen elaborado por el estudiante. De momento no me manejo con el chino.
El otro artículo ha tenido mucho más recorrido. Se trata de un working paper escrito por un economista que no ha sido publicado en ninguna revista científica ni superado ningún proceso de revisión inter pares, donde se establece una correlación entre zonas con mayor índice de contagio y uso del metro en Nueva York, atribuyendo aparentemente a la correlación una causalidad. Este trabajo ha sido extensamente esgrimido como justificante del riesgo del transporte público, incluso por alguna experta del Comité Científico que ha asesorado al Gobierno. Sin embargo, este “trabajo” ha sido ampliamente contestado y duramente desacreditado por otros investigadores que llegan a la conclusión contraria: el propagador del virus en Nueva York puede haber sido el uso del coche. Es curioso como los múltiples trabajos que evidencian la falta de rigurosidad de este paper no han contado con la misma difusión.
Sobre esos dos artículos se ha construido el relato actual. Sin evidencias científicas se ha recomendado dejar de usar el transporte público mientras se recomendaba otro modo sobre el que hay evidencias de sobra en relación a los efectos perversos sobre nuestra salud. Existen, además, múltiples estudios basados en simulaciones de propagación y opiniones no contrastadas con evidencias de casos reales, como las hay para cualquier otra actividad, por cierto. En aquellos países donde se ha realizado estudios completos de trazabilidad con seguimiento de clusters no aparece el transporte público como lugar de especial contagio, en contra de hoteles, residencias u otras actividades. El responsable del Ministerio de Transportes de Corea, que ha desarrollado una plataforma de trazabilidad de la COVID en el transporte público, ha llegado a afirmar que no hay contagios entre las personas que utilizan el sistema. ¿A qué se deberá este desigual trato a los distintos modos de transporte? ¿La recomendación del coche responde únicamente a criterios sanitarios? ¿A cuáles?
Es difícil explicar el señalamiento que ha sufrido el transporte público. Hace poco días asistimos a la polémica de un viaje en avión con el pasaje lleno y vimos cómo la patronal aérea salió al día siguiente a defender que era una situación segura. De hecho no hay ninguna normativa, a día de hoy, que exija medidas de distanciamiento social en los aviones. El Gobierno permite el uso de vehículos privados de 9 plazas con hasta 6 pasajeros. Empiezo a pensar que la explicación la encontramos en que el transporte público no tiene un lobby que pueda ejercer presión sobre las decisiones de los gobiernos. O, si lo tiene, es muy malo haciendo su trabajo.