Hace unos días se abrió el proceso de la Asamblea Ciudadana de la Comunidad de Madrid. Comienza un periodo para repensar qué es Podemos, qué herramienta necesitamos para el nuevo momento político tras dos años marcados por el ciclo electoral. Un debate del que debe surgir un proyecto político estratégico común.
Mucho hemos oído desde las pasadas elecciones generales de que “hay que hacer un Podemos para los que faltan, que piense en los que faltan”. Pero, ¿quién falta? Hay quienes piensan que para ganar (lamentablemente, pocas veces se define bien qué es esto de “ganar”) lo que necesitamos es aparecer como más amables, ser más dialogantes, buscar el consenso, los acuerdos con los de siempre, renunciar al objetivo de transformar profundamente la sociedad y, en definitiva, parecernos más a los partidos tradicionales. En realidad, no se trata de ser más o menos radicales en lo estético o en una identidad de partido que siempre limita y delimita. Se trata de avanzar en nuestra propuesta programática, en la radicalidad de nuestros principios organizativos: democracia, pluralismo, transparencia, desprofesionalizar la actividad política. Mantener nuestra independencia, nuestra autonomía, frente a unos poderes que quieren mantener sus privilegios y aumentar el expolio. Ser una voz, una herramienta permeable, un instrumento para la gente del común, leal a nuestra gente, a toda esa gente que produce riqueza día tras día. Nacimos para escuchar, para mandar obedeciendo a las de abajo. Para escuchar y obedecer a los de arriba, a las grandes empresas, ya estaba lo que llamamos “casta”.
Si algo posibilitó el 15M fue que una mayoría social y sectores sociales hasta ese momento excluidos del espacio público –no sólo de la política institucional- tomó la palabra, se hizo voz, y se hizo protagonista de la política ocupando las plazas frente a unas instituciones agotadas y unos representantes que ya ni siquiera podían decir que representaban a los representados. Los que nunca están, las que nunca están, las invisibles, las que no salen en la foto, esas personas y sus intereses, situaciones, y propuestas, pasaron a ser el centro y se hicieron visibles. Se rompió el monopolio de la política, el cerco que unos pocos habían construido sobre la posibilidad de pensar presentes y futuros alternativos. Fue entonces cuando pasamos de hablar de partidos y líderes a hablar de las desahuciadas, los precarios, inmigrantes sin derecho a la sanidad, jóvenes que no pueden estudiar, ni tener derechos laborales. Todas estas personas pasaron de faltar a ser quienes marcaban el rumbo de este país. Y Podemos nació de aquel impulso, heredando los dos objetivos del movimiento: construir una institucionalidad democrática capaz de superar al putrefacto régimen del 78 y acabar con la austeridad neoliberal. Es decir, Podemos pelea ante todo por la dignidad, por “dejar de ser mercancía en manos de políticos y banqueros”. Que no se nos olvide.
Fuimos entonces capaces de construir una herramienta que no se dejaba encerrar en el tablero estrecho de los límites de una política construida contra las de abajo. Retomando lo que decíamos entonces: la democracia como un movimiento expropiatorio frente a los que viven del trabajo ajeno. Nacimos, precisamente, para impugnar a los partidos tradicionales y para que la economía dejase de ser una “ciencia natural” al servicio de una minoría y estuviese al servicio de la sociedad. Fuimos un gran rechazo gritando “No” pero afirmando la posibilidad de otra política, de otra democracia, de una economía al servicio de la gente trabajadora, defendiendo el programa de los movimientos contra la austeridad. El éxito de la “fórmula Podemos” fue construir una herramienta de cambio, abierta y porosa, para una sociedad movilizada frente a esas instituciones cerradas a la ciudadanía y al servicio de los poderosos. Ofrecer una propuesta que conectaba con el extendido rechazo a los partidos y sus miserias. Plantear una salida en ruptura con la crisis económica y a una democracia suspendida y en estado de excepción permanente.
Y, visto lo visto en este tiempo desde que algunas personas decidimos dar el paso de fundar Podemos, creemos que no nos equivocamos. Ni en una apuesta política que entonces parecía arriesgada (y que mucha gente no entendió en un primer momento) ni en la idea de atrevernos a intentar nuevas formas de hacer política. Mucho menos en la idea de que nuestra iniciativa debía ser desbordada por abajo y que mucha gente debía hacerla propia. Sin cumplir esa premisa no había proyecto viable. Pero el camino hasta aquí no ha sido fácil. Estos casi tres años de vida de Podemos han estado llenos de dificultades, contradicciones y riesgos. No podía ser de otra forma cuando estamos asumiendo desafíos tan gigantes como necesarios.
Podemos ha sido un torbellino a todos los niveles. Un torbellino que ha cambiado nuestras vidas y que ha puesto patas arriba la política y, sobre todo, las ilusiones de unos (y los miedos de otros). En este tiempo, Podemos se ha ido configurando como un instrumento difícil de definir, de encasillar. Como un dispositivo capaz de ir ensanchando los límites de las posibilidades de cambio y de agregación popular. De ahí la incapacidad del Régimen para entenderlo y subsumirlo, precisamente, bajo los estrechos límites de lo político sobre los que se ha cimentado durante las últimas décadas.
El bipartidismo se aferra a la “responsabilidad de Estado” y nos invita a competir con la buena gestión del régimen, Podemos en cambio solo será responsable ante el país que pide un nuevo marco, donde gestionar no significa perdonar deudas a los bancos y envalentonarse con quienes han perdido los pocos derechos que tenían o con las mujeres que cargan sobre sus espaldas con la crisis y los recortes en los servicios públicos. Cuando hablan de responsabilidad de Estado hablan de responsabilidad entre amigos, de devolver los favores recibidos. Nosotros somos responsables ante el pueblo y eso sólo es posible si seguimos siendo útiles para construir una alternativa sólida, con un programa que dispute a quién sirve la economía, cómo repartimos la riqueza, que expulse a los corruptos e inicie la renovación moral de una sociedad que no se merece tanta gentuza en el poder.
Hoy, ya en las instituciones y con un camino difícil recorrido, bajo el cuento de la recuperación económica y en una situación de parálisis social, mientras unos cuantos políticos vuelven a hacer de la política lo que siempre hicieron, una pantomima, un teatro, Podemos tiene que pensar en los que faltan. No debemos caer en la retórica elemental y en disputas autorreferenciales desvinculadas de la sociedad, porque eso es precisamente lo que les interesa a quienes hoy, por desgracia, siguen viviendo apoyados en un régimen político que aunque se ha tambaleado ni mucho menos ha caído. No caer en la indiferencia respecto a lo social, ni en los discursos vacíos, que se acoplan al sentido común dominante porque piensan en cómo sobrevivir, asumiendo que no hay alternativa. No caer en las peleas de unos cuantos cargos, políticos profesionales, alejados de los problemas de la gente común, de la gente corriente.
Por eso tenemos una responsabilidad en este proceso abierto. Porque tenemos que hablar más de política, de proyectos, porque una organización que se aleja de sus objetivos y de sus principios puede acabar perdiendo su propia razón de ser. Y se trata de pensar qué organización necesitamos, cómo somos a la vez una herramienta para la lucha social y una alternativa de gobierno al bipartidismo. Nosotros creemos que la democracia, los feminismos o el municipalismo no son palabras para una campaña, sino prácticas políticas para que sea la gente del común la que se auto-gobierne.
Por ello debemos de afrontar este proceso con la idea de trabajar en el proyecto más que en las caras que lo representen, porque nosotros no peleamos por un sillón, peleamos por una sociedad justa y democrática. Seamos implacables, antagonistas de los de arriba, irreconciliables con ese sistema político y económico enfermo, pero dialogantes y honestos en el debate entre nosotros. Sólo si conseguimos abrirnos a la sociedad, construyendo nuevos movimientos sociales e instituciones desde abajo podremos tener un futuro. Solo haciendo de Podemos un espacio integrador de la diversidad y la pluralidad incorporaremos a los que nunca estaban pero que son imprescindibles. Este domingo 18 de septiembre, a las 11h en el Centro Cultural Casa del Reloj de Madrid, tenemos un encuentro para comenzar a pensar ese proyecto en común.
Tenemos en el futuro inmediato desafíos tremendos. Desafíos inexplorados hasta ahora que nos obligan a hacernos preguntas pero también a responderlas. Sin escapismos ni simplismos. Es, por tanto, el tiempo de la política. De una política para la emancipación. De una política del conflicto entre intereses antagónicos e irreconciliables entre los poseedores y los desposeídos. De una política que se afirma en la democracia y en los derechos.
Miguel Urbán es eurodiputado e Isabel Serra diputada en la Asamblea de Madrid por Podemos.