Para quienes conocemos de cerca el mundo de la defensa, sin ser por ello militares, resulta melancólico leer el manifiesto que, con el tenebroso título de “Declaración de respeto y desagravio al general Don Francisco Franco Bahamonde. Soldado de España”, acaban de suscribir un amplio grupo de militares retirados. A mi juicio no solo se equivocan, sino que hacen un flaco servicio a la institución militar de la que formaron parte salpicando de ese modo una de las instituciones mejor valoradas por la sociedad.
Me siento obligado a escribir no tanto por refutar el torpe argumentario del texto, cuanto por el contexto y por la personalidad de muchos firmantes. Por el contexto, ya que, al hilo de defender la permanencia de los restos de Franco en el Valle de los Caídos, abordan una revisión heroica de su figura como militar llegando a justificar el golpe militar y la dictadura. Pero también por los firmantes, personas con arraigo en el estamento militar que pueden hacer creer que ese pensamiento está extendido entre los miembros de nuestras Fuerzas Armadas.
Afortunadamente vivimos en un Estado de derecho en el que es posible publicar y apoyar un manifiesto como ese, que defiende la figura de un espadón golpista, un dictador, un tirano, sin que nadie acabe en el juzgado. Pero no deja de ser paradójico reivindicar la figura de quien hubiera llevado a la cárcel al que pretendiera denostarlo o se le opusiera, y también resulta paradójico que le defiendan antiguos militares que desempeñaron con éxito sus funciones bajo un sistema democrático y gozando de derechos y libertades que Franco nos negó a todos.
En un ejercicio de funambulismo, el manifiesto pretende presentar la figura de Franco como un militar digno de todo respeto, crisol de todas las virtudes propias de un soldado, como si aquel ‘segundo teniente’ que se forjaba como militar en Marruecos hubiera acabado su vida en una trinchera y no en el palacio del Pardo, tras una cruel dictadura de casi cuarenta años y después de haber mostrado eso que Hobbes definía como “un ansia de poder y más poder todavía, que solo cesa con la muerte”.
Obligados los firmantes a exonerar de culpas al dictador, llegan a justificar el golpe militar que dio lugar a la guerra civil y a la posterior dictadura diciendo que su lealtad a la República es cosa probada hasta que “llegado aquel momento crucial para la supervivencia de la nación española, asumió la responsabilidad que le entregaron sus compañeros de armas para ejercer el mando único…”, como si de ese modo se hubiera visto obligado a sacrificarse para defender un bien superior que solo anidaba en su cabeza y la de sus conmilitones. Seguramente, éste es el párrafo más desazonador de todo el documento ya que no solo justifica la deslealtad a la Constitución que debía defender, sino que otorga a los militares golpistas, “sus compañeros de armas”, la condición de salvadores de la patria legitimando la usurpación de la soberanía popular y la terrible represión.
No, no es posible separar la figura de Franco en tanto que militar, de su figura como dictador. Franco fue militar toda su vida y, en tanto que militar, faltó a su juramento de lealtad. Es más, si Franco pudo imponer un régimen dictatorial fue precisamente por su condición de militar capaz de implantar, junto a los que le apoyaron, el régimen de terror que asoló España durante tantos y tan tenebrosos años. Y, para que nadie dudara de su condición de militar, lució el uniforme hasta su muerte y se hizo llamar Generalísimo.
Pero el manifiesto también pretende atribuir a Franco los valores propios de un buen militar con arreglo a las Reales Ordenanzas, llegando a decir de él que fue “un militar ejemplar”, el depositario de la tradición militar española y de los que deben velar “por la continuación de su obra”. No, nada más lejos de la realidad, Franco no representa a nuestros militares ni hay nada admirable en él que deba servir de guía a nadie. Nuestros soldados de hoy tienen otros valores, trabajan por nuestra seguridad nacional dentro y fuera de nuestras fronteras sin interferir en la política, sin pretender cambiar el orden constitucional, sin conjurarse para golpear al Estado, sin firmar sentencias de muerte, sin expoliar a sus víctimas, sin privar a nadie de su libertad.
Finalmente, el manifiesto también dice querer establecer lo que llaman “la verdad histórica”, y se atreve a imputarnos a todos los que pensamos de otro modo el afán insidioso de querer borrar la memoria de medio siglo de historia. No, no es posible borrarla, como tampoco es posible que nos devuelvan el tiempo que nos robaron ni reparen el daño producido. En todo caso, en estos tiempos de revisionismo histórico hay que huir de quienes se empeñan en inculcarnos eso que llaman “la verdad histórica”, porque la historia para ellos es su historia, un dogma. Yo pienso que debemos ser más humildes y limitarnos a combatir la mentira y a mantener viva nuestra memoria.
Tuve la oportunidad de aplicar la Ley de Memoria Histórica en el ámbito militar durante mi etapa como secretario de Estado de Defensa y puedo decir que fuimos el primer ministerio que erradicó todo símbolo conmemorativo de la guerra civil y de la dictadura en los cuarteles y las instituciones militares con la máxima colaboración de todos los mandos. También puedo decir con orgullo que España tiene hoy un modelo militar moderno, profesional, capacitado, cuyo mayor activo son sus recursos humanos, sus soldados y sus mandos, ocupados en mantener la seguridad nacional y en el éxito de sus operaciones por la paz mundial.
Ese documento es indecente y los firmantes deberían hacérselo mirar porque un país decente es aquel que no ensalza a sus dictadores ni los exculpa. Por fortuna, el manifiesto es hoy algo tan ajeno a la realidad que parece escrito en un idioma que dejó de hablarse hace mucho tiempo, en una lengua muerta, tan muerta como el dictador.