El proceso de primarias en el PSOE para la elección de su secretario/a general es el paso previo a la celebración de un Congreso –previa elección, también, de los delegados que lo integrarán– que tendrá como principal misión la elección de su Comisión Ejecutiva y de su Comité Federal. Se inicia así, con estas primarias, la reconstrucción de los órganos de dirección o gobierno interno de PSOE, abruptamente destruidos por una coordinada y simultánea dimisión de suficientes miembros de su última Comisión Ejecutiva y por un posterior Comité Federal, celebrado el pasado 1 de octubre, que condujo a su secretario general, carente de otras opciones, a la dimisión.
Nada descubro diciendo que el PSOE no es cualquier cosa desde ninguna perspectiva. Se trata del partido que representa la concreción máxima de una cultura socialista o socialdemócrata que tiene raíces profundas en amplias capas sociales de nuestra sociedad. Es, por consiguiente, un actor de suma importancia en la vida política de nuestro país. La preocupación por el desenlace final de estas primarias y de su posterior Congreso, está fundada.
En este proceso electoral concurren tres candidatos que representan –en está ocasión, sí– diferentes concepciones políticas del PSOE y de la socialdemocracia. Por fortuna, sus estatutos establecen procedimientos internos impecablemente democráticos que garantizarán que la voluntad de sus afiliados, a través de sus representantes, sea la que gobierne y dirija el partido –las primarias no son otra cosa que el comienzo de las elecciones de sus representante–. De este proceso saldrá, pues, si no hay interferencias inesperadas que lo desvirtúen, un partido y una política cuya interpretación corresponderá a los integrantes elegidos para cada uno de sus órganos de dirección.
Leyendo las crónicas del acto de presentación de la candidatura de Susana Díaz a la Secretaría General del PSOE quedo preocupado... no por lo que representa la figura de la candidata, cuya opción es completamente legítima, si no por el argumentario que esgrimen en su apoyo no pocos dirigentes del PSOE, históricos y orgánicos, en muchas otras ocasiones distantes e incluso enfrentados, que ahora se unen en torno a la candidatura de Susana Díaz… El hilo conductor de este apoyo se sustenta en la defensa del PSOE como proyecto capaz de atraer a la mayoría social que les apoyó hasta 2008 y que ha ido perdiendo fuerza. El antagonista de este bloque de apoyo heterogéneo lo representa Pedro Sánchez, su último secretario general, a quien atribuyen la defensa de un proyecto orgánico y político asambleario ajeno al espacio socialdemócrata. Se trata, al parecer, de “Salvar al PSOE”. La gravedad de la situación, interpretan, viene dada por la debilidad electoral en la que ha caído el PSOE, por la fuerte crisis interna que tal situación ha generado y por la división sin precedentes del partido con la que la crisis se está manifestando.
Se trata, en definitiva, de una diatriba de argumentos en cadena sobre los que conviene hacer algunas precisiones para desbrozar el entendimiento de las posiciones que en estas primarias se dilucidará:
Empecemos por partes. ¿Los votos los perdió el PSOE de Pedro Sánchez?
En 2008 el PSOE ganó las elecciones con 11,3 millones de votos que representaban el 44% de los votos emitidos. Los había ganado el PSOE de la primera legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero. Sánchez no existía.
En 2011, el PSOE perdió las elecciones con un 28,7% (una caída de un 15,9%) y 4,3 millones de votos menos. Aunque al frente del PSOE se encontraba ya Alfredo Pérez Rubalcaba, sería injusto imputarle la responsabilidad fundamental de semejante debacle. Parece más bien que esa responsabilidad sería imputable al PSOE de la segunda legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero. que en 2010 había dado un giro espectacular a su discurso. “Cueste lo que cueste”. Pues sí, le costó a muchos españoles y a la credibilidad del partido. Sánchez, entonces, ni sabíamos que existía.
En las europeas de 2014, el PSOE bajó su porcentaje de votos al 23% sobre los emitidos. Un 5,7% por debajo de las elecciones generales anteriores. De votos ni hablemos. La abstención estaba ya haciendo sus estragos. El PSOE obtuvo una pérdida adicional de 3,4 millones de votos. Los había perdido el PSOE de Alfredo Pérez Rubalcaba. Sánchez todavía no estaba allí y Podemos apenas había asomado la cabeza con un 7,97% de los votos emitidos.
En las generales de diciembre 2015 el PSOE, contra muchos de los pronósticos demoscópicos, resistió como primera fuerza de la oposición con un 22,01% de los votos, una pérdida de sólo nueve décimas sobre las anteriores elecciones generales, las europeas de 2014, pero en esta ocasión en un contexto completamente nuevo que algunos esconden para sacudirse culpas: Podemos había multiplicado por 2,6 su porcentaje de votos, alcanzando el 20,7% sobre los emitidos. Pedro Sánchez ya estaba al frente del PSOE. La sangría se había cortado. Siempre me extrañó la indignación –un poco impostada, por cierto– de algunos destacados dirigentes del PSOE por la satisfacción que Pedro Sánchez mostró ante los resultados. Desde luego los resultados no habían sido para tirar bombas, pero sí habían logrado cubrir algunos objetivos cualitativamente importantes para el futuro electoral del PSOE. La impostura de la indignación ya apuntaba hacia un relato que todavía no se mostraba en todo su alcance.
En las generales de junio 2016, contra todos los pronósticos y en especial contra el pronóstico de Podemos –que obsesionado con el sorpasso había incorporado a sus filas los restos de IU y ya se llamaba Unidos Podemos– el PSOE de Pedro Sánchez Castejón mejora en seis décimas el porcentaje obtenido seis meses antes con un 22,66% de los votos emitidos y mantiene al PSOE como primera fuerza de la oposición. La herida por la que el PSOE se estaba desangrando empezaba a ser restañada. Unidos Podemos pierde más de un millón de votos. Pedro Sánchez estaba al frente del PSOE.
Primera conclusión. Los votos perdidos por el PSOE desde 2008 no los perdió el PSOE de Pedro Sánchez. Los perdieron los PSOE de Zapatero y de Rubalcaba y, además, los perdieron en un contexto político mucho más favorable –Podemos o no había nacido o apenas había llegado a mostrarse como alternativa en el espacio de la izquierda– que el que tuvo que afrontar el PSOE de Pedro Sánchez.
Y ahora continuemos con lo segundo. ¿Quién ha generado la “división sin precedentes” en el PSOE? ¿Ha sido Pedro Sánchez o han sido quienes, sin decir ni anunciar por qué, han dejado al PSOE sin gobierno o, en todo caso, bajo el gobierno de una gestora que ha incumplido su misión estatutaria de restituir en plazo razonable y urgente los órganos de dirección del partido?
La lengua con las que nos comunicamos está viva y tiene la capacidad de acuñar nuevas palabras con capacidad de definir situaciones complejas. Estamos asistiendo a la “política de la posverdad”. Posverdad, sí. Neologismo que abrevia lo que realmente es, simplemente, mentira, estafa o falsedad escondida en un relato que se lanza en estas primarias contra los antagonistas de Susana Díaz. Como nos transmiten los cronistas que siguen la política, “Decenas de dirigentes del PSOE, distantes e incluso enfrentados en muchas etapas… atribuyen (además) a Sánchez unos postulados ajenos al PSOE… (entre ellos)…su llamada a la unidad de acción de las fuerzas de la izquierda y las sindicales… (y) la sustitución total de los órganos representativos por la consulta a la militancia para la toma de decisiones”.
Que yo sepa, o los cronistas se están informando mal –que no lo creo– o alguien les está mal informando. Nunca el PSOE ha dejado de tener en su ADN “la unidad de acción de las fuerzas de la izquierda y las sindicales…” y si este fuera el argumento de quienes están detrás de la candidatura de Susana Díaz, está claro –meridianamente claro– quienes son los que están detrás de una “división sin precedentes” en el PSOE. El relato de la posverdad acaba revelando la verdad.
Soy un economista que creo no estar aislado de lo que piensan tantos economistas que como yo, se consideran “economistas progresistas” y estoy seguro que como a mí, a ellos también les cuesta encontrar diferencias –si acaso sólo de matiz– entre las posiciones de los sindicatos o de las fuerzas políticas “a la izquierda” del PSOE y las posiciones del PSOE aprobadas en sus congresos y en sus conferencias políticas.
'Economistas Frente a la Crisis (EFC)' es meridianamente claro al respecto. Sus análisis y propuestas difícilmente son cuestionables desde quienes se reclaman de izquierdas. Son muchos los documentos de esta asociación de economistas progresistas los que abundan en el tema. Basta consultar su declaración al respecto –anterior a las últimas elecciones generales de junio 2016–. Y la economía no es otra cosa que política concentrada, la médula de la política. ¿Por qué, entonces, no ha de buscar el PSOE la unidad de acción con las fuerzas de progreso? Esa búsqueda ha estado siempre en su ADN. Otra cosa es que lo haya logrado o no. Otra cosa es que no haya sido capaz de ser creíble ante sus interlocutores. Otra cosa es que sus interlocutores hayan sido leales o no con sus propias convicciones. Otra cosa es que se hayan mezclado mezquinos intereses de poder de unos y otros… pero otra cosa muy diferente es que esa “unidad de acción” no sea parte del ADN del PSOE… desde 1879.
Y ¿dónde está el asamblearismo de la candidatura “Somos socialistas”? Otra posverdad. ¿O acaso es asamblearismo que los representantes consulten a los afiliados –que les eligieron– el cambio o no de políticas que fueron las que les llevaron a ser elegidos? Algunos hasta piensan que elegir al secretario general mediante primarias también es asamblearismo.
Sí. Las crónicas políticas sobre las cuitas del PSOE, suponiéndolas, como la supongo, bien informadas, son preocupantes. El PSOE no es cualquier cosa como para quedar abandonado a quienes “cimentan” sus argumentos en los relatos de la posverdad.