El primo hermano de Franco casi destapa sin querer a un futuro 'killer'

13 de mayo de 2024 21:43 h

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En los años que siguieron a la muerte de SEJE (Su Excelencia el Jefe de Estado), uno de sus más íntimos colaboradores, y primo hermano, el teniente general Francisco Franco Salgado-Araujo (FFSA), fallecido también en 1975, publicó póstumamente dos libros que se vendieron como churros: 'Mis conversaciones privadas con Franco' (1976) y 'Mi vida junto a Franco' (1977). Revelan detalles inéditos, o muy desfigurados, sobre ciertos aspectos relacionados con el golpe de 1936 y de cómo el futuro Jefe del Estado actuó en él y después de él. A la vez eluden temas fundamentales que el autor conocía a la perfección. Pero, junto a las memorias de Sainz Rodríguez, constituyen una trilogía absolutamente indispensable. 

A los dos meses de ser destinado a Canarias, Franco visitó oficialmente por primera vez la plaza de Las Palmas el 25 de mayo, “para pulsar el ambiente de la isla (…) en relación con el movimiento militar que se preparaba”.  [Las citas son de las páginas del libro de 1977]. Allí se vio con el general Luis Orgaz, que acababa de llegar, residenciado por orden del Gobierno. Viejo conspirador monárquico desde el primerísimo momento, había acercado a los militares y a los civiles golpistas en torno a Calvo Sotelo. Hay que suponer que de ello informaría adecuadamente a Franco. Orgaz “no se separó [de los visitantes] y fue un colaborador muy valioso para Franco”. 

Si el jefe del Estado Mayor Central, Sánchez-Ocaña, había empezado a distribuir ya en abril de 1936 instrucciones sobre cómo prevenir una revuelta revolucionaria (que podría servir también para actuar en el golpe), no extrañará que estuviese en contacto con los comandantes de los archipiélagos, en el caso de Gran Canaria el general Amado Balmes. 

El hecho es que Balmes invitó a un comandante de su guarnición a que hiciera una exposición al respecto. Fue todo un éxito, aunque no sabemos si se basó o no en un proyecto que ya se hubiera enviado para comentar o se lo sacó del magín, lo que hubiese sido sorprendente. La conferencia versó sobre “el procedimiento de reprimir por el Ejército un movimiento revolucionario”. Según el memorialista, Franco sostuvo una larga conversación a solas con dicho comandante “de la que quedó muy bien impresionado”. Creía que “si llegaba el momento (…) sería un valioso elemento para que la guarnición de la isla se uniese al movimiento militar” [p.145]. No tenemos por qué dudarlo. No es verosímil que Franco le enviara a paseo. Los lectores militares podrían instruirme acerca de si hubiera existido la posibilidad de que Franco lo hubiese mandado a paseo por inoportuno o al calabozo como presunto rebelde.   

FFSA recibió a José Antonio de Sangróniz a las dos de la mañana del 16. El conspirador monárquico llevaba documentos urgentes para su primo. No debió de considerarlos como tales (o se olvidó de la fecha) porque le citó en la mañana del día siguiente en Capitanía a entrevistarse con su primo [p.151]. Las fechas no son inocentes porque, el mismo día 16, Balmes tuvo un accidente al disparársele, se dijo, la pistola con la que hacía ejercicios de tiro y querer desencasquillarla apoyándosela en el vientre. Una mentira como un pino. Todo lo que FFSA contó sobre el tema fue una fabricación a posteriori, excepto en un extremo en el que no reparó. 

En la p.152, FFSA indicó que había estado con su primo en Gran Canaria unos quince días antes en visita oficial. Era cierto, pero no fue en visita oficial, sino solapadamente, para tratar de convencer a Balmes a que se sumara a la sublevación. No lo hizo y con ello selló su destino. Al día siguiente preguntaron en Las Palmas: “¿Habría sido un suicidio o un asesinato provocado por su ordenanza?”. No les sacaron de dudas. Esto es también mentira. Los conspiradores sabían perfectamente lo que había ocurrido y evitaron que se repitiera la única noticia fiable sobre el suceso publicada por un periódico de la tarde, el Diario de Las Palmas, el día 16. El tema ha dado pábulo a múltiples escritos, y la versión más o menos definitiva, en la medida en que cabe hablar en estos términos en el escudriñamiento del pasado, la escribimos el eminente patólogo Miguel Ull Laita, mi primo hermano piloto Cecilio Yusta Viñas y un servidor en un librazo en 2018. 

Se impone una pequeña digresión. 

La guerra civil no recoge grandes triunfos militares republicanos, salvo el haber defendido Madrid hasta el final y ocupado Teruel, única capital de provincia que cayó brevemente en sus manos. Su defensor, el coronel Domingo Rey d´Harcourt, firmó el acta de capitulación. En la posguerra ello le valió cuantiosos dicterios. En Wikipedia cabe encontrar un resumen. El diccionario biográfico de la Real Academia de Historia (RAH) ignora a dicho coronel. 

Hay, con todo, otro caso de derrota que no ha levantado tanta polémica: el retroceso ante el impulso republicano de la 21ª División en tierras de Extremadura a finales de agosto de 1938. El 25, Franco nombró al general Jesualdo de la Iglesia para que abriese una información rápida sobre las causas del descalabro. Hoy su nombre no figura ni en Wikipedia ni en el diccionario de la RAH, pero fue un hombre temible. Llevó la instrucción con toda energía, no toleró divagaciones y puso al jefe de la 2ª División, un teniente coronel habilitado de coronel, a un consejo de guerra. Se trata de la causa 1441/38. Dicho caballero había estado sometido a procedimiento desde el 1 de enero hasta el 3 de febrero de 1939. La causa seguida fue por delito de negligencia. Se le condenó a dos años de prisión militar correccional con la accesoria de suspensión de empleo a tenor del número 2 del artículo 277 del Código de Justicia Militar (CJM). Una reducción con respecto a la petición del fiscal, pero el efecto fue devastador. Implicaba la pérdida de funciones y sueldo y, sobre todo, la posibilidad de ascender (artículo 193). Queipo de Llano aprobó la sentencia sin plantear objeción alguna. 

Ahora bien, el CJM aplicable era el de 1890 restablecido en la zona franquista el 31 de agosto de 1936. Atribuía a los jefes de los ejércitos de operaciones las funciones jurisdiccionales que correspondían a los capitales generales de distrito, como eran la aprobación de los fallos de los consejos de guerra cuando el delito fuera, entre otros, el de negligencia en actos de servicio. Es decir, el Cuartel General no tenía nada que decir en tales casos. 

Sin embargo, lo dijo. El 28 de junio de 1939, y previa rescisión de la sentencia, el asesor jurídico del Cuartel General de S.E. el Generalísimo comunicó la conmutación de la pena impuesta al habilitado coronel por la de seis meses de arresto menor. En consecuencia, quedó en libertad y Queipo de Llano lo destinó, como disponible, a Las Palmas. La venganza del pollo. 

No encontramos, quizá por impericia, ningún otro caso parecido ni tan flagrante. En enero de 1940 el todavía teniente coronel fue destinado, para más oprobio, al 39º Regimiento de Infantería Canarias, donde se le asignó a Mayoría. Una nota de su expediente señala que tal jefe “no debe ser colocado en ningún destino sin consulta previa por medio del Sr. Director General”. Quedó, pues, marcado. Para colmo, el comandante militar de Las Palmas, general José de Rosas Fernández, que no consideraba al todavía teniente coronel “acreedor a recompensa alguna que significase no ya méritos, sino ni siquiera cumplimiento del deber”, se opuso a que se le concedieran las condecoraciones de la campaña. Una bofetada en toda regla, pero que el caído en desgracia esquivó. No sabemos cómo. Es más, ascendió a coronel. Finalmente, tuvo que dejar el Ejército, ingresó en los sindicatos verticales y se dedicó a dar coba al Generalísimo, a pesar de los malos informes que su desempeño suscitó. Terminó  su vida activa como gobernador civil. 

Pregunta: ¿Por qué este trato de privilegio tras la deshonra inicial? No conozco ni he leído de otro caso similar. Respuesta: su participación en el caso Balmes. Franco no fue ecónomo en derramar su gracia sobre quien le había servido bien hasta el crimen. Hoy los últimos honores que se le habían tributado en la plaza de Badajoz se le han quitado. ¡Ja, ja, ja!