Procrastinar es una palabra dura, difícil de pronunciar. Resulta tan complicada en nuestro idioma que muchas personas prefieren el atajo incorrecto del procastinar, así sin la segunda erre. Procrastinar es un término de moda, otro neologismo importado del inglés (aunque eso sí, con indiscutible etimología latina) que se ha impuesto en el habla común por describir, con más precisión que ningún otro, uno de nuestros peores hábitos actuales. Procrastinar es posponer, aplazar una tarea, pero, y aquí está su sentido exclusivo, es hacerlo como rasgo de carácter, como una práctica habitual y continuada. Nos hemos acostumbrado a posponer tanto que nuestro paisaje interior se parece cada vez más a un jardín de proyectos marchitos que no dejan de perder aroma y color cada día.
Donald Trump piensa que el cambio climático es un bulo inventado por los chinos. Lo más probable es que tenga razón. El hecho de que el más amplio de los consensos científicos afirme sin ningún género de dudas que la temperatura media del planeta está subiendo de forma alarmante por culpa de la acción humana huele a típica conspiración. La ciencia mundial, en oscura connivencia con el gigante asiático, ha capturado el imaginario colectivo con una fantasía que se desvanecerá, afortunadamente, en la enorme pira de carbón y gas de esquisto que el presidente norteamericano se va a ocupar personalmente de encender.
No es el único bulo que circula. Cada vez son más los organismos internacionales, medios de comunicación prestigiosos y hasta los bancos de inversión más globales y menos sospechosos los que afirman que las energéticas renovables han alcanzado plena madurez y que están en disposición de competir plenamente a las fósiles. Que, en buena medida gracias a la excelencia industrial de los taimados chinos, podemos transitar hacia un modelo energético limpio incluso a mayor velocidad de la que figura en la hoja de ruta de los acuerdos de París.
Pero el cambio climático no existe y las renovables son una utopía. No hay por tanto que pasar a la acción. Podemos posponer, aplazar, dilatar y relegar la transición energética hasta que Donald Trump dé literalmente la vuelta a toda la superficie del planeta y extraiga hasta la última gota de petróleo y de gas.
Aquellos que nos somos Trump, cuando leemos el artículo en el que se nos cuenta la velocidad a la estamos desquiciando los frágiles equilibrios climáticos, nos invade una intensa preocupación y la necesidad de actuar, de hacer algo. El chute de adrenalina. Pero a continuación y sin solución de continuidad la glándula de la procrastinación se activa y segrega el poderoso cóctel de falta de información, complejidad y desconfianza que nos devuelve a la posición de letargo. El siguiente artículo de la revista trata de oficios artesanos recuperados en la comarca del Alto Ampurdán. Un tema de indudable interés humano. El cambio climático puede esperar un poco más.
La campaña de desinversión en combustibles fósiles busca presionar a grandes instituciones para que saquen su dinero de empresas que explotan estas fuentes energéticas y lo reencaucen hacia empresas y proyectos de renovables y eficiencia energética. Un grupo de activistas se plantan delante de los despachos de las personas que tienen que decidir. No me voy a mover, dicen, hasta que hagas lo correcto. En realidad se plantan delante de la procrastinación, de la desesperante procrastinación que lo invade todo como un líquido pegajoso.
Cambiar el dinero de sitio es una buena forma de cambiar las cosas. Quien más quien menos tiene algún dinero ahorrado. En un plan de pensiones, un fondo de inversión o en la cuenta del banco. Ese dinero está en proyectos que no decidimos nosotros, y un porcentaje no despreciable del mismo está sosteniendo el modelo energético monstruoso que nos está llevando irremisiblemente a una catástrofe climática (sí, Sr Trump, a la catástrofe climática). Hay mucha gente que es consciente del problema y que quiere actuar para evitarlo. Y mucha gente detrás que no está tan concienciada, pero que daría los pasos correctos si la desinversión se generalizara dentro de nuestras sociedades.
El problema por tanto no es otro que la procrastinación. Los proyectos de renovables y eficiencia existen. Son proyectos rentables, sensatos financieramente. Un lugar razonable y bonito para colocar el dinero. Hay muchas personas además que nos lo creemos y que estamos dispuestos a dedicar todo el tiempo necesario para explicar qué se puede hacer y por qué es una buena idea. Si tuviéramos el antídoto contra la procrastinación, ese mal endémico de nuestra cultura, después de leer este artículo no pasaríamos de página. Empezaríamos a actuar.
Mario Sánchez-Herrero es codirector de Ecooo, una empresa de no lucro que ya gestiona 70 pequeñas plantas fotovoltaicas en las que han invertido más de 1.500 personas.