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Opinión - ¿Misiles para qué? Por José Enrique de Ayala

Retos para el hombre post-pandemia

Politólogo interesado en masculinidades, género y políticas públicas —

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El fin del Estado de alarma y del confinamiento permite introducir en el debate público otras cuestiones. La gestión de la crisis sanitaria ha monopolizado los telediarios y las redes sociales, pero, pese a que aún queda pandemia por delante, parece que ya se puede comenzar a hablar de temas que habían quedado aparcados temporalmente y que podemos ir sacando del cajón de pendientes mientras mantenemos un ojo puesto en los rebrotes del virus.

Uno de esos asuntos sería el de qué hacer con los hombres y el feminismo. Hablar de nuevas masculinidades puede parecer algo muy actual, no obstante, replantear lo que significa o debe significar ser hombre ha sido un tema recurrente cada vez que el feminismo tomaba fuerza en la esfera pública. Pero también vivimos un momento de auge de la parte contraria, de la reacción al feminismo. Además, si como todo parece indicar este otoño se desarrolla en un contexto de crisis económica, este movimiento reaccionario se puede fortalecer

El ideal masculino en un sistema neoliberal es el del hombre hecho a sí mismo, esa promesa de que si se dedica por completo a su vida laboral, descuidando lo familiar, lo social o a uno mismo, tiene garantizado el éxito. Cuando se produce una crisis económica esa promesa se rompe de forma masiva lo que deja a un montón de hombres frustrados con una sensación de esfuerzo sin recompensa y con la necesidad de encontrar culpables. Es lo que Michael Kimmel denomina “derecho agraviado”, la sensación de que te arrebatan algo que te pertenece para dárselo a alguien que no lo merece tanto como tú. Es así como la búsqueda de culpables apunta hacia aquellos colectivos que están logrando pasos hacia la igualdad, como si fuese un juego de suma cero en el que los derechos no se pueden compartir.

La politización del malestar masculino fue un factor determinante a favor de Trump en la carrera por la presidencia de EEUU en 2016. En el caso de España es Vox quien capitanea la lucha por devolver al hombre a sus esencias más dominantes del pasado. En EEUU solo importa el ganador de las elecciones mientras que en España también puede considerarse un éxito conseguir un grupo parlamentario lo suficientemente grande como para tener influencia, es esto lo que ha permitido que Vox se especialice en cuestiones de género, habla más de estas cuestiones que aquellos partidos que se definen como feministas. De hecho, sin esta estrategia no se entendería su crecimiento ya que según las encuestas apenas un tercio de sus votantes son mujeres. Vox es el gran partido español de los hombres cabreados.

Por eso discutir sobre masculinidad debe ser un debate de primer orden para los que no queremos que la posición mayoritaria entre los hombres con respecto al feminismo sea la reaccionaria. No solo por una cuestión de justicia social sino también porque tenemos mucho que ganar.

¿En qué se traduce la necesidad de abrir debate público sobre la masculinidad? En establecer una serie de objetivos sobre los que entablar diálogo social. Sin ambición de enumerarlos todos, hay algunos que ya están presentes en el mundo del activismo y que convendría recuperar.

A nivel individual

Siguiendo la máxima “lo personal es político” tiene sentido que muchos de los objetivos que nos pongamos sean en el ámbito de lo individual. Posicionamientos personales a corregir.

1º De entre ellos, el más urgente es siempre la cuestión de la violencia. No me refiero exclusivamente a no ejercerla uno mismo sino de dejar de tolerarla en los demás. Romper el pacto según el cual cuando se está entre hombres se convierte en un espacio seguro para desarrollar prácticas que saben que ya no son toleradas en el espacio público. En esta línea, el pasado 25 de noviembre por el Día internacional contra la violencia de género el Ayuntamiento de Barcelona sacó una campaña en la que se mostraban hombres en situaciones cotidianas en las que se producían comportamientos machistas y las recriminaban en lugar de quedarse callados. Sin embargo, el motivo por el que se viralizó fue por una polémica en torno a los idiomas utilizados en uno de los vídeos que constituían la campaña. A lo largo del año pasado, en cada entrevista que concedía, la filósofa Judith Butler quiso remarcar la tarea que le correspondía a los hombres; “romped el pacto de hermandad y denunciad los abusos”. En lugar de evadir la responsabilidad con el clásico “Not all men” para señalar que son casos aislados, involucrarse contra los abusos, aprender a identificar las actitudes que preceden a la violencia y dejar de premiarlas. Porque además al “Not all men” le sucede el “Not Known Men”, esa tendencia de muchos hombres a denominarse feminista y condenar los abusos pero mirar para otro lado cuando el agresor es tu amigo, tu familiar, tu compañero de trabajo o tu compañero de partido.

2º Otra tarea pendiente, que además ha sido crucial en el contexto Covid-19, es la de los cuidados. Primero en el aspecto más evidente que es el de corresponsabilidad en tareas del hogar, necesidades de los niños, necesidades de los mayores... buscar el equilibrio entre la vida laboral y vida doméstica para descargar a la mujer de una cantidad de trabajo que pertenece a ambos. Y segundo en el aspecto emocional. Una de las grandes carencias del banco de herramientas de la masculinidad es la de tener instrumentos con los que saber gestionar tanto las emociones propias como las de aquellos que nos rodean y a los que nos gustaría poder cuidar. La realidad es que en muchos casos la familia de un hombre le resulta desconocida a sí mismo tanto por la necesidad sentida de volcarlo todo en lo profesional como por el desconocimiento de cómo gestionar las emociones. Porque, por mucho que esto le permita disponer de mayor tiempo de ocio o tener una vida laboral libre de cargas y con mayor perspectivas de ascenso, como dice Marc Fasteau en su libro La Máquina Masculina, “la mayoría de los padres, sin embargo, desean ardientemente sentirse próximos a sus hijos, aún si su concepto de lo que esto significa es vago e impreciso, y el alejamiento que su conducta actual origina constituye para ellos una dolorosa desilusión”.

3º Falta además que los hombres encuentren su lugar en la lucha feminista. No hay opción intermedia entre machismo y feminismo. No hay tres bandos en esta disputa, tan solo dos y al mismo tiempo sumarse al bando feminista se tiene que hacer sabiendo que no lo haces en igualdad de condiciones porque no todo el que se considere feminista tiene que realizar las mismas tareas. Es evidente que la carga más reivindicativa en materia de género la tienen las mujeres y es ahí donde tiene que estar el altavoz. En el prólogo del libro antes citado de Marc Fasteau, que está escrito por Gloria Steinem (ahora repopularizada por la serie de la HBO ‘Mrs. America’ sobre la lucha entre el movimiento feminista y colectivos conservadores de amas de casa a causa de la Enmienda de Igualdad de Derechos en EEUU) la periodista afirma refiriéndose al libro, y por extensión a los hombres feministas, que es “el complemento a la revolución feminista (...), la revolución de la otra mitad”. Ese es el papel que pueden empezar a cumplir los hombres que quieran colaborar, terminar con las discriminaciones en aquellos lugares a los que las mujeres no tienen acceso además de revisar sus propias actitudes y decidir qué parte de la masculinidad nos puede acompañar en una sociedad feminista y qué parte tiene que quedar atrás.

A nivel político-social

Pero, a parte de la esfera personal, entender que los hombres tienen que tener un papel activo contra la desigualdad y que, además, eso se hace replanteando de forma individual y colectiva lo que se debe esperar de un hombre, implica la necesidad de articular de forma política las demandas sobre masculinidades. En España llevamos ya muchos años tomando medidas en pro de la igualdad en materia de género si bien hasta ahora apenas habían tenido recorrido las políticas públicas que atiendan a la cuestión de la masculinidad. Por lo general aquello que copa mayor presupuesto dentro de las políticas de igualdad es la atención a víctimas de violencia (y con razón), sorprende entonces ver que se aborda muy de forma escasa la promoción de masculinidades alternativas y no violentas, falta atajar el origen de la discriminación. Quienes trabajan en el área de las políticas públicas de igualdad hacen malabares con presupuestos muy reducidos, no se trata de añadir más responsabilidades a quien poco más puede hacer sino que se puede aspirar a introducir una mirada más transversal que reparta el peso económico de las políticas con enfoque de género y masculinidad entre otras áreas con competencias relevantes para el caso como son la educación, la sanidad o el deporte.

1º La gran relevancia del deporte en esta materia está en la cuestión de los referentes. El carácter altamente competitivo del deporte así como la importancia de la fuerza física lo convierte en una fábrica de referentes de la masculinidad, un espejo en el que gran parte de los hombres quieren verse reflejados. El hecho de ser referente no es por sí negativo ni positivo, dependerá del uso que se le dé. Un ejemplo fue la llamativa reunión del ministro de Sanidad, Salvador Illa, con futbolistas de la talla de Gerard Piqué del FC Barcelona o Dani Carvajal del Real Madrid el pasado 2 de junio buscando su complicidad en su papel de referentes de los jóvenes para extender un comportamiento responsable y seguro ante la amenaza del coronavirus. La iniciativa la tuvo tras ver unas imágenes del multitudinario macrobotellón que se produjo en Tomelloso por esos días. Esta estrategia no es de un solo uso, también se puede utilizar para fomentar actitudes igualitarias. Además cabe recordar que el incumplimiento de las normas de seguridad en contexto de covid-19 así como las reticencias al uso de la mascarilla son comportamientos mayoritariamente masculinos.

2º En esta línea es también importante exportar el enfoque de masculinidades alternativas a las políticas de salud. No solo por la cuestión del coronavirus, también por la enorme diferencia que hay en consumo de drogas y alcohol en función del género (consumo diario de alcohol 16,6% de los hombres frente al 5,2% de las mujeres, según datos del Gobierno) o por el papel del hombre en la trasmisión de virus como el VIH ya que la mayoría de los nuevos contagios que se producen son en hombres. Se echan en falta políticas públicas que en este sentido promuevan y velen por el autocuidado entre los hombres.

3º Una de las herramientas para conseguir ese cambio de actitud es la educación. El ámbito educativo lleva bastantes años siendo campo de batalla entre feminismo y reacción. La pelea por la implantación de la coeducación en valores igualitarios supone una singularidad en cuanto a la amplitud de miras en políticas de igualdad. La coeducación aúna bajo una misma lucha los enfoques feministas, de diversidad sexual y de nuevas masculinidades.

4º Por último, entre tanto desierto en materia de implicación de las distintas administraciones en la cuestión de la masculinidad hay ejemplo que urge ser exportado a otros lugares del país, la iniciativa Gizonduz. Es un proyecto derivado del Instituto Vasco de la Mujer y supone un modelo de todas las acciones que se pueden desarrollar para concienciar y lograr la implicación de los hombres en la lucha por la igualdad. Difusión de contenidos en redes sociales, cursos de sensibilización y formación a grupos de hombres, sindicatos, empresas..., un videojuego para prevenir actitudes machistas para su uso en centros, la creación de un grupo de hombres políticos para que promuevan la igualdad en su ámbito de influencia, además de muchas otras acciones más. Es un experiencia positiva, si bien no hay nada parecido a Gizonduz en ninguna otra autonomía más allá del País Vasco, síntoma de lo atrasado que está lo público en esta materia.

En definitiva, ya sea tomándolo como un proceso de reflexión interna o movilizándose para pedir políticas públicas, los hombres tenemos mucho que hacer y mucho que reivindicar cuando se hable de feminismo y género. Nos quedan ya pocas excusas para quedarnos como espectadores.