Un rey solo

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Una vez que se ha visto a Juan Carlos I en Abu Dabi, Felipe VI ha quedado como el único rey de España en España. Así que, en los montes de El Pardo, en el territorio de La Zarzuela y aledaños, ha quedado solo un rey. Y solo, en dos sentidos, único rey y en soledad.

Independientemente de la fiesta de Moros y Cristianos en la que parece convertir este sainete el anterior rey -qué dirá el pueblo llano cuando el ABC, el siempre fiel a la Corona, anuncia que está en un hotel de 11.000 euros la suite, acogido por uno de los árabes que presuntamente le hizo múltiples regalos-, la decisión de Juan Carlos I magnifica esa soledad.

Felipe VI está solo y enfrentado al desprestigio que suponen las continuadas denuncias de graves actuaciones de su padre.

Juan Carlos I sigue manteniendo “el uso con carácter honorífico del título de Rey, con tratamiento de Majestad” que le otorgó el gobierno de Mariano Rajoy mediante un decreto firmado por el propio Juan Carlos I, pero lo hace ahora en el exilio.

Y aquí se quedan, con una familia real descompuesta, el actual rey y su sucesora.

El padre de Felipe VI y el abuelo de su padre, los dos reyes anteriores, tenían a su alrededor una corte borbónica.

Alfonso XIII se rodeaba de ministros y militares de su cuerda, y de empresarios que reían las gracias del monarca mientras se aseguraban prebendas del Estado.

Juan Carlos I, en un tiempo más moderno, mantuvo ese sentido de Corte. Aduladores que reían también sus gracias y se felicitaban de la campechanía del monarca, mientras no olvidaban hacer negocios a su sombra.

El actual monarca carece de corte borbónica y eso acrecienta su soledad, aunque puede ser un valor para recuperar la reputación.

A pesar de que seguramente en los últimos años las relaciones paterno filiales se fueron resquebrajando, el factor humano debe seguir pesando en el actual rey.

A quien ha habido que echar, es a su propio padre. Parece una tragedia griega, bien es cierto que impulsada, en este caso, por ese gen Borbón que viene de Isabel II y pasa por Alfonso XIII, con especial virulencia.

Pero un padre es un padre, único. Y ahora viene la soledad. Una soledad absoluta en ese inmenso territorio de los Montes de El Pardo donde los reyes gozaban de la caza, incluido Juan Carlos I, y de la que no puede gozar Felipe VI porque no le gusta y además estaría mal visto.

En esta tremenda soledad, al Rey sin corte al estilo borbónico, no le queda otra que buscar apoyo.

Es un jefe de estado constitucional, pero no elegido, como es obvio por su naturaleza real. Esto es algo que a las nuevas generaciones cada vez les suena más extraño, y mucho más en un ambiente de continuadas noticias terribles sobre su progenitor.

Recuperar la reputación de la Corona es tarea ardua. Seguramente Felipe VI está pensando ya en cómo va a dejar la sucesión a su hija. Hoy no se contempla un debate serio sobre República o Monarquía, allí donde tiene sentido ese debate, en Las Cortes. Pero, ¿y mañana?

Hace unos días, justo antes de marcharse de vacaciones, el presidente Sánchez, que tiene en su partido su propio lobby republicano, le echó un capote para distraer al toro que le embestía.

“No se juzga a las instituciones, se juzga a las personas... El PSOE se siente plenamente comprometido con el pacto constitucional en todos sus términos y extremos... La monarquía parlamentaria es un elemento de ese pacto, no todo el pacto. Todo el pacto es la Constitución y no se puede trocear y seleccionar a capricho. Somos leales a la Constitución; a toda, de principio a fin. Y la defenderemos a las duras y a las maduras.”

El ruido y la furia de esa política autoritaria que hoy representa Vox y que, en el periodo de Alfonso XIII, representó el dictador Miguel Primo de Rivera, parece querer fagocitar a la derecha. Pablo Casado, seguramente mal asesorado, permite portavocías de Vox en su propio partido como la de la marquesa de Casa Fuerte, Cayetana Álvarez de Toledo.

En ese panorama, el rey que ni puede ni debe hacer caso a los cantos de sirena del autoritarismo joseantoniano de Vox, mantendrá el apoyo de éste y del desnortado PP, pero le queda buscar espacios de consenso con el del capote.

Y, sobre todo, regenerar la reputación. Tarea ardua y compleja. Esa reputación pasa por realizar esfuerzos serios en terrenos difíciles, llámese Catalunya, llámese Euskadi, llámese izquierda.

Un sabio jesuita aragonés del siglo XVII, Baltasar Gracián, reflexionaba al respecto: “Conseguir y conservar la reputación. Es el usufructo de la fama. Cuesta mucho, porque nace de las eminencias, que son tan raras quanto comunes las medianías. Conseguida, se conserva con facilidad. Obliga mucho y obra más. Es especie de magestad quando llega a ser veneración, por la sublimidad de su causa y de su esfera; pero la reputación substancial es la que valió siempre.”