Este viernes terminó en Polonia la reunión del 29º Consejo Ministerial de la OSCE, la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, pero sin la presencia del ministro de Exteriores de Rusia, que solo estuvo presente su representante permanente en la organización. La ausencia de Lavrov se debió al rechazo del Gobierno polaco a la entrada del ministro ruso, algo insólito en unos momentos en que, precisamente porque Rusia invadió Ucrania, una organización como la OSCE debería ser una oportunidad para buscar salidas diplomáticas para esta guerra, impulsando vías de negociación, y no cerrar el paso al diálogo, obviamente, con la participación de Rusia. Se ha hecho todo lo contrario, además con aplausos, en un auténtico secuestro de las diplomacias de paz, ausentes, despreciadas o ahogadas desde el inicio de la guerra.
Aunque moleste a algunos sectores, debo dar la razón a las quejas de Moscú, donde los representantes de su Gobierno se han lamentado de la devaluación de las herramientas de la diplomacia, de la privatización y subyugación de la OSCE como plataforma de diálogo regional, a los intereses de la OTAN, que ha ido ampliando sus miembros con países fronterizos con Rusia, algo que va en contra de los compromisos tomados en 1999, en la Declaración de Estambul. Para Moscú, la OSCE ha perdido su eficacia, su espíritu y principio fundacional. Es más, Ucrania ha pedido que Rusia sea expulsada de la organización, algo totalmente erróneo, pues justamente debería interesar todo lo contrario, esto es, que Moscú cumpliera con los documentos fundamentales de esta organización, de la misma forma que es exigible que los demás países europeos hagan lo mismo, y que la OSCE cumpliera con su función de intermediaria, de puente de diálogo.
Antes de iniciarse la guerra de invasión, concretamente en diciembre, Moscú hizo unas propuestas que, de haberse atendido, seguramente habrían paralizado cualquier intento de ocupación. Los intentos de negociar con Estados Unidos, con la OTAN o con la OSCE no tuvieron éxito, porque no recibieron una respuesta con alternativas. Moscú también se queja de que la Unión Europea haya estado trabajando para crear estructuras y conferencias paralelas a la OSCE, como la Comunidad Política Europea. En suma, su percepción es que no se deja espacios para entablar unos diálogos que favorezcan el inicio de unas negociaciones.
Es evidente que Rusia es quien ha empezado esta guerra, y, por tanto, es la máxima responsable de cuanto sucede, pero no es menos cierto que tiene razón en los orígenes prebélicos del conflicto, y que se han perdido algunas oportunidades para alcanzar acuerdos. Una vez iniciada la guerra, y a medida que han ido transcurriendo los meses, la apuesta ya es de lograr los avances militares suficientes como para, después, estar en ventaja en una eventual mesa de negociación. Con esta lógica militarista y belicista, lo que se acumula son más muertos y destrucción, más odios y más dificultades para encontrar caminos de entendimiento.
En mi opinión, nunca ha existido un claro interés en lograr un alto el fuego, y menos en alcanzar un acuerdo. Pero vistos los mapas de situación militar de los últimos nueve meses, me parece imposible que se logre una total retirada de las tropas rusas en suelo ucraniano. No se trata de decir o pensar si esta situación gusta o no. Es la realidad, y sobre esta es que hay que decidir si se quiere abrir una negociación, en que ambos se verán en la obligación de ceder parte de sus exigencias o voluntades. La paz ya no vendrá hasta pasada una generación, pero sí debe conseguirse un alto el fuego y un acuerdo para finalizar con la guerra, y habrá que usar una gran imaginación y creatividad para encontrar una fórmula que sea aceptable para las partes, que podría incluir un proceso por etapas, gradual.
El presidente Biden ha manifestado que estaría dispuesto a conversar directamente con el presidente Putin si este tiene la firme voluntad de parar la guerra. Dado que la misma tiene un fuerte componente de confrontación directa entre las dos potencias, ambos mandatarios tienen la obligación, el deber, de reunirse cuanto antes y las veces que haga falta hasta encontrar un acuerdo. Ello requiere clarividencia, generosidad, osadía, firmeza, templanza y visión de futuro, entre otras virtudes, y no está claro que los dos mandatarios tengan la integridad moral y la sensibilidad política para ello. Entre otras cosas, deberán superar la enorme maquinaria de intereses armamentísticos que se ha puesto en marcha, y revertir el espíritu y la cultura belicista tan bien orquestada por todos lados. Sería muy recomendable que algunas presidencias de países europeos apostaran por esa vía de la diplomacia de paz y alentaran este tipo de encuentros, pues de lo contrario, y bajo una falsa apariencia de solidaridad, se estarán dando alas a la continuidad de la barbarie. La diplomacia de paz está secuestrada, y hay que liberarla, cuanto antes mejor.