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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

¿Segunda transición...?

Murió el dictador. Pero desde bastante antes se venía palpando/pactando una transición hacia un régimen más aceptable para la Unión Europea. Pero, ¿cómo conciliar los ganadores dentro (pero perdedores fuera) con los ganadores fuera (pero perdedores dentro)?

Dos vías se abrían que permitían una transición sin riesgos serios para la continuidad (disfrazada de cambio) del sistema franquista. La primera: el Estado de las autonomías que permitía (diecisiete gobiernos, parlamentos, administraciones, etcétera, autonómicos) colocar a todos... Siempre y cuando se hiciese “gradual y prudentemente”... Mezclar ambas élites vía elecciones municipales, luego regionales, luego generales, etcétera.

Paralelamente, había que “deshalconizar” a diestra y siniestra. A diestra, evitando (gracias a la llamada “operación lucero”) una nueva jura de Santa Gadea, a la que altos mandos militares querían someter al rey; y posibilitando que Alianza Popular reclutara/domesticara/depurara al franquismo radical. En cuanto a los otros poderes fácticos (Iglesia, patronal y otros), tranquilos, porque en lo esencial todo iba a cambiar para que todo siguiera igual.

¿Y a siniestra? Aquí también hubo que depurar: aceptada la “píldora” del PCE (a cambio de mucho sacrificio por parte de este último) fueron muchos los partidos a los que no se les reconoció legalidad o/y posibilidades reales de existencia (al menos, existencia parlamentaria). Luego había que reconducir lo que quedaba: pedir al PCE que sacrificara casi todo para evitar un golpe reaccionario o un conflicto civil (aún recuerdo cuando Ignacio Gallego, en su lecho de muerte, me pidió “dile a Alfonso Guerra que nunca, nunca, permita que en España se repita un treinta y seis”); y domesticar también al PSOE. Recordarán ustedes que este era bicéfalo, con una cabeza dispuesta a “colaborar” (tal y como le exigieron la socialdemocracia alemana y la embajada norteamericana en Madrid) y otra cabeza segundona, menos dispuesta a obedecer. Habréis reconocido, supongo, a Felipe González y a Alfonso Guerra.

El camino fue expedito: a González, colaboracionista, toda la ayuda mediática posible (ya el grupo PRISA...); a Guerra, el resistente (al menos por entonces), poco a poco el aislamiento y el ostracismo.

El resultado es conocido: No es que el PSOE fuera un dóberman, pero tampoco tenía vocación de chihuahua (nivel este último al que, por cierto, hoy ha caído). Pero fue castrado y lo fue gracias a la ayuda de esa capa dirigente del Partido Socialista, burguesa de izquierdas, hijos de vástagos muchos de altísimos cargos franquistas que, tras haber flirteado con el PC o con la extrema izquierda (FELIPE, ORT, PT, etcétera) terminaron integrando/dirigiendo al PSOE tras haber arrinconado a los sindicalistas... Los que no “tocaron obispo”, es decir, cargos en la Administración, la banca, etcétera, e hicieron carrera como “intelectuales gauche divine” en las universidades y en los medios de comunicación. Se había pasado de la izquierda a la “progresía”.

Décadas después, es decir hoy, un sistema bipartidista, en el que tanto monta, monta tanto el PP como el PSOE, agoniza, pero se resiste, lógicamente, a morir. Y así, actualmente, el PP sostiene en sus brazos al PSOE (ambos son esenciales para permanencia del bipartidismo), ha creado Ciudadanos, o sea, un “Podemos de derechas”, para intentar recoger , en detrimento del “Podemos auténtico”, algo del voto de protesta.

Y luego está Podemos. ¿Qué hacer con él? Pues, con muy poca imaginación (total, para qué innovar, dado lo bien que le salió a la casta la primera transición), sencillamente repetir la “operación PSOE” de la transición postfranquista. En Podemos también podemos hallar la diferencia entre “resistentes ” (“el hombre de Vallecas”) y “colaboracionistas”, cuya diferencia reside en que los últimos creen en una evolución desde dentro del sistema, mientras que los primeros temen que toda evolución del sistema no puede ser “abandonada” a los factores internos, sino que debe ser impulsada “desde el pueblo”...

Y en gran parte, ese antagonismo o diferenciación coincide también con criterios de clase; más exactamente, con diferentes orígenes de clase, que diferencian la gente de a pie de aquella acostumbrada a ir en carruaje.

Claro, que hay honrosas excepciones, pero ese esquema es básicamente válido. El problema de este intento de “domesticar” una segunda transición a través de una “domesticación” de Podemos reside en que el actual número uno es Iglesias. Es decir, es un resistente, y no un colaboracionista como Felipe González.