Si no tenemos claro qué es el racismo, ¿cómo pretendemos erradicarlo?

Psicóloga, consultora y activista por los derechos de las mujeres gitanas —
24 de mayo de 2023 22:53 h

0

El pasado domingo 21 de mayo, el jugador de fútbol Vinícius Junior recibió insultos racistas  durante un partido. A partir de ahí, pudimos observar una serie de reacciones diplomáticas, jurídicas, políticas y, especialmente, sociales. Todo el mundo se apresuraba a no parecer racista, a exponer su receta, a exigir respuestas inmediatas. Las notificaciones en los teléfonos y las parrillas televisivas debatían con más o menos acierto sobre si España (no se sabe bien si a nivel identitario, geopolítico, romántico o todo a la vez) es racista. Muchas personas se preguntaban si eran suficientes las medidas implementadas como sanción, si era adecuada la actuación de la Fiscalía, si el racismo se circunscribe al fútbol. Incluso se han llegado a escuchar voces que han planteado los posibles obstáculos para erradicar los delitos de odio racistas en el fútbol, como, por ejemplo, los supuestos límites de la vía penal o la falta de protocolos claros. 

Todos los argumentos presentados en este debate público parten de una premisa implícita que pareciera darse por sentada: “Ya se sabe lo que es el racismo, los españoles no lo son y es una cosa de niños malos característica sólo de la extrema derecha”. Sin embargo, justamente son la falta de coherencia y  claridad del debate, así como su desorden, los principales síntomas sobre la falta de conocimiento acerca de su naturaleza, fuentes, relaciones causales, espacios de expresión y tipologías. Entonces, si no tenemos claro qué es exactamente el racismo, cuáles son sus dimensiones y cómo opera, ¿cómo vamos a remangarnos para erradicarlo, más allá de la guerra de tuits y las fotos con color?

Lo primero que hace falta, por tanto, es la formación antirracista de todas las personas que sostienen las instituciones públicas en puestos de responsabilidad. De ellas emanan las leyes, los estereotipos a la hora de archivar denuncias, los protocolos e, incluso, la idea de decirle a la víctima: “Este espacio es demasiado racista para ti, ¿desearías abandonar el juego?”. En tono salvador, para más chiste.

El racismo es un proceso psicosocial cimentado en estereotipos y prejuicios generados desde las instituciones públicas. No es una cuestión individual sino política, estructural y anclada en la historia identitaria y económica de las relaciones intergrupales, donde la etnia, el fenotipo, el origen nacional e incluso la religión se entremezclan en una amalgama difícil de separar. Tan anclada a veces en la historia que cabe preguntarse sobre la posibilidad de resolver estos conflictos. Las causas pueden ser diferentes. Por ejemplo, podemos situarnos en el origen de las relaciones coloniales con países africanos y latinoamericanos o podemos enfocarnos en aquellos elementos que han permitido desde la Europa medieval construir las bases de La Gran Redada en España o, incluso, el genocidio nazi contra la propia población europea. Efectivamente, las causas van a determinar los efectos. No es igual que te equiparen a un mono a que sólo se reconozca tu derecho a servir o que el 99% de la juventud no pueda acceder estudios superiores por motivos étnicos. Como no es igual que esto pase en un estadio de fútbol con miles de personas a que ocurra en la privacidad de un hogar ajeno, en los pasillos de un laberinto burocrático o en el aula de un instituto. 

En adición a todo ello, los insultos racistas que ha soportado Vinícius, los que ha soportado cualquier personas gitana en el autobús o los que se lanzan ¡desde una tribuna política son formas de racismo hostil y manifiesto en boca de personas a quienes consideramos malas moralmente o de extrema derecha (si estamos en campaña electoral). Sin embargo, esas formas de racismo no existirían sin las formas sutiles y benevolentes del mismo que además, suelen provenir de personas que se consideran igualitarias y buenas y que incluso llegan a autodenominarse feministas, progitanas, anticoloniales, veganas, animalistas… todo lo bueno que termine en -ista, definitivamente. Pueden referirse sutilmente al antirracismo como un cuento innecesario ya que sólo el grupo dominante debe tomar las decisiones para salvar a personas subalternas, o pueden reconocer públicamente la existencia del racismo los días señaladitos, eligiendo notas de color en sus fotos. También pueden compartir los elementos negativos entre subalternidades bajo la etiqueta de la participación igualitaria, por ejemplo, mientras el reparto de privilegios se mantiene exclusivo dentro de los miembros del grupo dominante. Esto es lo realmente peligroso del racismo porque borra sus huellas, lo hace indetectable, puede que incluso llegue a ser aceptado por las propias personas subalternas como única forma de participación disponible y destroza la dignidad de las personas que sufren sus efectos. Mención aparte, este tipo de actitudes silenciosas sostienen el racismo hostil, abierto y manifiesto que supone un dolor colectivo comparable al físico.

No obstante, ¿por qué, si tantas personas ejercen conductas racistas al unísono, se resisten a ser identificadas como tal? Lo que sí podemos afirmar es que la ciencia histórica ya ha demostrado que la creación de la identidad española nace en la exclusión de musulmanes y judíos, así como el intento de exterminio y sojuzgamiento del pueblo gitano, pasando por el expolio de los recursos naturales y la fuerza de trabajo en otros países. Quizás por ello, la Igualdad en España, cuando se mira al espejo, encuentra un reflejo de Racismo, y sufre entonces un brote psicótico. Puede que en ello se base en parte la fragilidad identitaria de nuestro estado nación. Una fragilidad que necesita silenciar las subalternidades creadas por ella misma. A veces te dicen que es agresivo denunciar el racismo y que habría que buscar una manera más complaciente, a poder ser reconociendo el poder salvador del grupo dominante y sin explicitar su culpa colectiva. A veces te dicen que es imposible ser racista si eres buena persona o si tienes buenas intenciones. Otras veces, directamente te piden que no señales el racismo, especialmente su perspectiva de género. Pero, siempre, lo que se busca es no mirar de frente esa fragilidad paya y blanca que castiga para disciplinar subalternidades, que busca sólo que les entretengas o añadas color a su visión monótona para fortalecer su autopercepción igualitaria al mínimo coste.

Decía Vinícius Junior en un tuit que efectivamente, España es racista mucho antes de que él llegara y se apoyaba en el amor espiritual para mantener esta lucha al lado de personas comprometidas. Quizás quiera decir que sólo un milagro erradicará el racismo, pero en cualquier caso, lo que sí es cierto es que sólo con amor, propósito, escucha y empatía podremos al menos situarnos en la senda que nos permita encontrarnos en esos brazos abiertos y acogedores que Vinícius representaba.