Tengo grabada en mi memoria la mirada de los centenares de personas refugiadas sirias que he atendido en mi ejercicio profesional como abogado en procedimientos de asilo. He atendido a personas de muchas nacionalidades, todas presas de la misma ansiedad al verse detenidas en un aeropuerto sin saber qué sería de ellas en los próximos días, con el dolor de la lejanía de sus seres queridos, el trauma de un arriesgado viaje a lo desconocido y el recuerdo de las causas que les empujaron a abandonar sus lugares de origen. En el caso de las personas sirias lo que me conmocionó, y lo sigue haciendo aún hoy, es la facilidad de imaginarme en su situación, de pensar que perfectamente yo podría ser una de ellas mirándoles a la cara.
Recuerdo como si fuera ayer a un grupo de kurdos yazidíes, que eran sometidos a un test para comprobar su pertenencia real a esta religión; su idioma, sus creencias, todo tan alejado de mis experiencias, de mi entorno, y, sin embargo, con qué facilidad imaginar el terror ante la agresión terrorista de los fanáticos, la necesidad imperiosa de partir, de salvar a la familia, de buscar un refugio seguro.
Son muchas las opiniones sobre el conflicto sirio, las responsabilidades ante un drama que no cesa, pero, si hay algo que debería unirnos a todas las personas de buena fe, es la necesidad de atender a las personas desplazadas, de ofrecer protección y solidaridad, algo que no han hecho nuestros países con una insensibilidad que nos avergüenza. Aunque no es una novedad, la intensidad de la crisis en Siria sólo ha evidenciado lo que venía ocurriendo en los últimos años.
Esto es hacer justo lo contrario de quienes sólo se les ocurre la feliz idea de echar gasolina al fuego, de probar nuevas bombas, de apostar por la injerencia o alentar un discurso agresivo como hace Donald Trump, con una arrogancia violenta por sí misma. Si analizamos la región después de años de invasiones, sanciones económicas e injerencias de países occidentales, con los Estados Unidos a la cabeza, comprobamos cómo han crecido la inestabilidad, los desplazamientos de población, la intolerancia, el terrorismo y, en definitiva, el dolor de sus habitantes.
Pero que nadie se equivoque, rechazar el intervencionismo y la guerra no es equivalente a pasividad o indiferencia. Nuestra primera tarea es atender a las personas refugiadas con los instrumentos que tenemos a nuestro alcance: abrir las puertas a las personas refugiadas por canales seguros, cooperar con los organismos internacionales o directamente sobre el terreno. ¡Qué ningún hipócrita justifique bombardeos o sanciones que afectan a la población civil cuando la región es testigo del mayor y más prolongado drama de desplazamientos forzados desde la Segunda Guerra Mundial, en el caso de los palestinos víctimas de una limpieza étnica incalificable con la complicidad de los Estados Unidos y otros países occidentales! Es más, la actual situación en Siria, donde vivían muchos refugiados palestinos con una condición legal mejor que en otros países de su entorno, es un llamado de atención sobre su situación.
La guerra y la intervención exterior no son la solución, al contrario están en el origen del deterioro de la situación en la región.
La lucha por la paz ha sido un movimiento que ha marcado muchos cambios en nuestras sociedades. Una generación entera se forjó en el rechazo a la incorporación de España a la OTAN, en la defensa de la neutralidad de nuestro país. Sus huellas son todavía visibles en nuestra ciudad. En el distrito de Chamartín, donde ejerzo de concejal presidente, una de las primeras reivindicaciones del movimiento vecinal fue solicitarme la restitución de un monolito contra la guerra en la Plaza de Prosperidad que retiró sin justificación alguna el Gobierno anterior.
Como hemos destacado en el Foro sobre Violencias Urbanas, celebrado la semana pasada en Villaverde con representantes de numerosas ciudades del mundo, es necesario construir una cultura de paz, desde lo cotidiano y más rutinario de nuestras vidas. La lucha por la paz debe ser una seña de identidad de nuestras ciudades. Por todo ello, saludo la iniciativa de la conferencia por la paz y la solidaridad con Siria que se celebrará en Madrid los próximos días 29 y 30 de abril a la que amablemente nos han invitado sus organizadores en el Centro Cultural de Moncloa.