Un sueño que no se escapa es la historia de cientos de españoles que fueron fusilados por el simple hecho ser demócratas. Fusilados a manos del golpista contra la democracia, del que luego ejerció de dictador durante cuarenta años. Franco, por más señas.
A partir de la historia que narra la bala en el cráneo del tiro de gracia, se producen verdades que están deseando ser contadas, como es el caso de la familia Lapeña, que ha estado 50 años llevando flores a una fosa que estaba vacía; o las familias Gil y González Moreno, cuyos padres fueron reclutados por el bando nacional, sin que ese fuera su deseo, y sin que, desde 1936, 1937 y 1938 sus familias volvieran a saber nada de ellos.
No será hasta décadas después cuando sus nietos descubran que sus abuelos habían sido llevados al Valle de los Caídos sin el permiso, ni siquiera la información, de este secuestro; llevados junto a su verdugo.
El franquismo, además de un plan totalitario, fue un modo de adquirir la posesión. Esta evidencia se manifiesta en que aún en 2018, casi 34.000 víctimas se encuentran en el interior de las criptas, sin que las familias puedan hasta hoy recuperar a sus seres queridos y no olvidados.
Estamos viviendo un hecho histórico, este sí, en la historia de España, cuando este próximo lunes se pueda acceder a los columbarios. Una reparación que comenzó hace dos años, en el momento en que conocimos que una sentencia ordenaba o autorizaba lo obvio: el derecho constitucional de las familias a la digna sepultura, conforme sus creencias o su religión. Sin embargo, el cumplimiento de la sentencia ha estado obstaculizado, según nos informa Patrimonio Nacional, por la persona del Prior en el Valle -ya saben, el que dijo que el Senado venga a mi, que yo no voy al Senado-, y no ha sido posible hasta que hemos comprendido que se trataba, en parte, de un problema de la Iglesia.
La clave se encontraba dentro de la Iglesia y esta solución humanitaria ha sido posible gracias a otra Iglesia, la del arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, y la del presidente de la conferencia episcopal, Ricardo Blázquez, persona fundamental también en los diálogos para el final de la banda terrorista ETA.
La sentencia de la familia Lapeña, gentes de Calatayud (Zaragoza), sienta un precedente jurídico, humano, cargado de dignidad y trabajo, que se traduce en el reconocimiento del derecho a exhumar los restos de dos familias más, la familia Gil y la familia González Moreno. Este será sin duda el camino de algo, un camino humanitario que comenzó con un auto judicial, al que después se sumaron todos los partidos políticos en el Senado de España. Un camino que culminará con el reencuentro de las familias, que gracias a su ejemplo de esfuerzo y valentía lograrán presentarnos a sus abuelos. Todo ello, sin un ápice de revanchismo.
En democracia ha habido datadas tres entradas en el Valle -llamémoslo Cuelgamuros, como nos pide Sánchez Albornoz, superviviente de aquel campo. La primera en 1980, en la que en un proceso iniciado por el Ayuntamiento de Lodosa (Navarra), se logró recuperar a 133 olvidados.
La segunda, en 1990, cuando se desplazaron unos restos cadavéricos del bando nacional de la capilla del Santísimo a la más próxima, la capilla Virgen del Pilar, sin el consentimiento ni información de las familias. Fue por motivo de unas filtraciones de agua en la sacristía.
La tercera, en 2010, para la realización del informe de la comisión de expertos. La cuarta vez será el próximo lunes, a partir de una sentencia judicial, una ley y una resolución del Ministerio de la Presidencia; es decir, del Estado de Derecho al completo, representado por los tres poderes: judicial, legislativo y ejecutivo y, además, con el conjunto de la sociedad española como testigos.
Durante décadas se dejó de hablar de los que no existían porque no habían sido contados, la primavera de 2018 será recordada como la ocasión en que España cumplió con sus deberes en Derechos Humanos y supondrá estar a la altura de sus ciudadanos, a la altura de la dignidad y la memoria de las familias. Sólo quieren enterrar a los suyos donde ellos desean, llevar flores a sus abuelos y cerrar así una herida sangrante en lo más profundo del corazón, una herida que no se quiere abrir, sólo se quiere cerrar de una vez.
No estamos pidiendo ningún favor, sino que nos dejen llorar en paz.