Primum vivere, deinde philosophari. Es decir, primero vivir, luego filosofar. Es una de las citas de los clásicos –también atribuida a Hobbes– más recurridas para explicar de qué va la filosofía.
La crisis del COVID-19 nos pone en una situación incierta y, por eso, más difícil. Exige lo mejor de nosotros. Y en esas estamos y a esas estamos orientados. Primum vivere: hay que superar el trance de la mejor y más indemne forma posible, con cabeza. Pero luego, deinde philosophari. No pospongamos más afrontar algunas de las realidades, profundas, que subyacen en el asunto. Por ejemplo, las características existenciales y biológicas (también antropológicas) que nos definen y lo demasiado alejadas que están de ellas algunas dinámicas sociales, económicas y, sobre todo, ético-políticas.
Afrontar una crisis de bienes primarios es afrontar una crisis radical. Ortega y Gasset se refería al “ser” del individuo como realidad radical. La crisis amenaza de raíz lo que más apreciamos y necesitamos: la vida concreta, la bios. La salud es lo primero y lo último porque es condición de posibilidad de todo, de absolutamente todo. Término polisémico, es deber de cada cual cuidar la salud en sus muchas facetas. Como humanos disponemos, sin embargo, de formidables elementos cognitivos y emocionales para poder convivir con esta realidad, con nuestra condición vulnerable. Avances biosanitarios, mayor conocimiento de las dinámicas emocionales y una diversidad de expresiones culturales, que profundizan en nuestras potencialidades, nos ayudan en la empresa.
¿Y de la filosofía, qué cabe esperar? La filosofía que, como el resto de disciplinas, la desarrollan personas de carne y hueso sujetas a las mismas condiciones de finitud y contingencia, se mueve fundamentalmente en el espacio de las preguntas. Hegel, del que conmemoramos este año su 250 aniversario, la comparaba con el mochuelo de Minerva, que alza el vuelo al anochecer. Es decir, cuando la acción ha pasado. Tomarse las cosas con filosofía significa ahora dejar trabajar a los profesionales, seguir las diligencias oficiales recibidas, que como ciudadanos debemos co-asumir, y considerar el asunto como lo que es: la emergencia de un problema radical.
A partir de ahí, advendrán tiempos que no sabremos por dónde discurrirán. La crisis es global porque es, una vez más, radical. Afecta a la especie en su conjunto. Sin excepción. Conviene no perderlo de vista, pues hacerlo sería demasiado temerario por nuestra parte, como especie. Pensando, sobre todo, en lo que tiene que ver con la cuestión de la vulnerabilidad.
Se hablará de todas las cosas buenas que como sociedades hemos sabido hacer, de las que no tanto, de aquellas que cabría incentivar, pero sería del todo incomprensible que no pusiéramos la realidad de la vulnerabilidad, y la interdependencia que supone, como categoría regia a partir de la cual reorganizar nuestras vidas. Para lo bueno (capacidad de empatizar, de reconocer sensibilidades, de abrirse y conectar con la alteridad), y para lo que es menos, que tiene que ver precisamente con la finitud y contingencia. Pretender desterrar la vulnerabilidad que encarnamos es no querer aceptar lo que en primera y última instancia somos: seres necesitados. Estemos donde estemos, hagamos lo que hagamos. Es la primordial realidad, la más democrática y transversal.
De hecho, la categoría que da razón de ser a la democracia es la vulnerabilidad. En nuestro ser, humano, la vulnerabilidad va de la mano de otra realidad: somos y vivimos en relación. Lo que le pasa al otro nos afecta, y viceversa. Por eso Stuart Mill sigue teniendo razón: cuanta más felicidad (ausencia de dolor, puntualiza) haya, mejor para todos. No hay verdadera felicidad si esta no está lo más extendida posible. Lo mismo que para la salud. Algo que debería hacer más urgente que tanto economía y política se orienten a la consecución de una real transversalización de lo común. Es decir, más y mejor justicia social.
Como especie disponemos de grandes capacidades a nuestro favor: profundicemos en el conocimiento, generemos más contextos de empatía y fortalezcamos lazos de bondad. Está en nuestras manos. Virtudes y actitudes que hacen más llevadera nuestra fragilidad y la compensan. No tiene ningún sentido que dediquemos tanto tiempo a complicarnos aun más la vida, habida cuenta nuestro condicionado lugar en el cosmos.