Las crisis alarman, por eso, mejor si se gestionan con calma. La gestión de una crisis requiere inteligencia organizativa. Y que circule con claridad en cada momento la información que cada momento requiere. Lo del momento es importante, porque la crisis es un proceso, no es un hecho estático, evoluciona.
La epidemia de Covid-19 es una crisis colectiva y su gestión requiere inteligencia organizativa colectiva. Esa información pertinente en cada momento es necesario que circule por el cuerpo social que sufre la crisis. En España, en 2020, ese cuerpo social lo componen 47 millones de personas.
Y aquí es donde aparece TVE en este relato, porque TVE es la televisión pública de esos 47 millones de personas.
Pensemos en una de esas personas. Imaginemos que está enamorada de montar en bici y que tiene la rótula astillada. Le piden que deje un tiempo de montar en bici. Pero no quiere, claro, se enfada un poco, montar en bici “le da la vida”. Y la rodilla, la verdad, no le duele mucho. Una mañana se entera de que a su vecino le han tenido que operar por lo mismo y que tiene seis meses de rehabilitación. Esa tarde, lo de quedarse en casa sin montar en bici ya no le parece tan mal a nuestra persona-enamorada-de-montar-en-bici. A medida que va digiriendo informaciones sobre el asunto, su conducta cambia. Porque la información no es sólo un dato, es un elemento que modela el ambiente vital.
La crisis es un proceso, ¿se acuerdan? Y esta crisis es un proceso de millones de personas que reciben mensajes de otros tantos millones de personas. Y en medio de esos muchos tantos está TVE, que, como tantos otros medios, está intentando hablar con esos 47 millones de personas. Pero ella tiene algo particular: ciertas obligaciones que, desde 2010 y por ley en España, ya sólo le exigimos a ella, a la pública.
Sería interesante detenerse a considerar por qué sólo se lo exigimos a ella, pero, estando en medio de esta crisis y con lo poco que dura la atención de una persona que lee un artículo en una pantalla, dejamos para otro día lo de la Ley 7/2010, de 31 de marzo, General de la Comunicación Audiovisual y su repercusión sobre el servicio público televisivo.
Decíamos que TVE tiene la obligación de comunicarse con 47 millones a la vez con inteligencia organizativa colectiva.
Sólo alguien ingenuo podría pensar que esos 47 millones digieren información de la misma forma y con la misma cadencia. Quienes han estudiado o reflexionado alguna vez sobre cómo funciona la comunicación saben que para que alguien te escuche es conveniente que tú escuches también y que te adaptes a su situación, a su lenguaje, a sus códigos.
Las firmantes de este artículo hemos participado en varias investigaciones sobre la televisión pública en los últimos años desde 2006. Parte de esos proyectos ha consistido en explorar la idea que la ciudadanía tiene sobre la televisión pública. Una de las personas que participó en un grupo de discusión decía: “para los sucesos grandes de España, como las elecciones o tal … utilizo más la primera pero, ya para las noticias diarias, matinales, suelo ser más de otros canales”. Otras personas se referían a esa misma idea con otras expresiones: “cuando pasa algo” o “si es algo serio”, entonces, “les digo, poned la uno”.
Amy Mitchell, en un estudio del Pew Research Center confirmó en 2018 que las cadenas públicas en la mayor parte de Europa mantienen ese rol de medios de referencia informativa para la ciudadanía. En Reino Unido, en la primera semana de medidas de control de movilidad social por la crisis de la Covid-19 (23 al 29 de marzo 2020), el primer informe de OFCOM sobre fuentes informativas utilizadas por la población para informarse sobre esta crisis, el 82% señala a la BBC como preferencia. En Estados Unidos, donde la televisión pública tradicional ha ocupado un espacio marginal dentro del conjunto de medios, según un informe de Gallup (2019) sobre la tendencia entre 1998 y 2019, los informativos de cadenas privadas como ABC, CBS, CNN o Fox News están perdiendo dramáticamente la confianza del público mientras que la cadena pública de televisión no sólo se mantiene estable en un nivel de confiabilidad del 59% sino que ya supera a esas otras cadenas.
Esta crisis de la Covid-19 bien puede considerarse uno de “los sucesos grandes de España”. Un estado de alarma decretado el 14 de marzo ha reordenado las prioridades de nuestra vida como sociedad. Este nuevo orden es poco amigable, poco deseable, impone restricciones estrictas a nuestras vidas, incomoda, irrita, exaspera, cansa, arruina, genera malhumor, unido al hecho de que la epidemia enferma y mata a mucha gente. La prevención y la cura generan a su vez nuevos males: desde la rabia de quienes se tienen que quedar en casa al estrés y la impotencia de quienes atienden a enfermos a los que no pueden salvar.
Estamos eligiendo entre lo que no nos gusta y lo que no nos gusta nada, pero nada de nada.
Es una crisis. Y la receta para afrontarla implica la conducta armonizada de millones de personas. TVE está contribuyendo a que ese esfuerzo colectivo pueda ser más eficaz y a que los millones de personas que tienen que mantener sus conductas bajo un régimen extraordinario de contención dispongan de una información útil, clara, suficiente y acompasada con las fases del proceso que están viviendo. Es preciso que los contenidos sirvan como información y medicina a un mismo tiempo. Por eso, TVE además requiere ser amena.
Parece una frivolidad: que la información tenga que ser amena. Sin embargo, hace ya unos años que los trabajos de la investigadora Irene Costera Meijer de la Universidad de Ámsterdam señalaron que el periodismo de calidad no estaba reñido con el periodismo con gancho para el público; y que no se trataba sólo de un asunto de información y datos, y tampoco del tipo de contenido y las emociones que genere en la audiencia. Se trata de generar un determinado ambiente vital.
Desde nuestro punto de vista, TVE ha puesto en marcha una programación extraordinaria para el confinamiento y una orientación particular en sus Telediarios que contribuye a generar ese ambiente vital necesario para gestionar esta crisis con inteligencia organizativa.
Ha abierto programas como “Muévete en casa” un espacio diario para animar a cuidar la forma física; 'Diarios de la cuarentena', una sitcom semanal para considerar con humor las tensiones y fricciones de la vida encerrada en casa; “Aprendemos en casa” un programa educativo diario para estudiantes de 6 a 16 años. Programas como España directo´ ha ampliado su horario y se ha reorientado a la información de servicio. Esa reorientación está presente también en el informativo estrella de la cadena, el Telediario: todos los días, especialistas en diversas materias protagonizan noticias dirigidas a la gestión de las dificultades cotidianas sobrevenidas: crisis emocionales, cuidado alimentario, rutinas para sobrellevar el aislamiento. Y doctores, científicos, transportistas, deportistas de élite, personal de limpieza son consultados para que ofrezcan aclaraciones, descripciones y consejos. Esto concuerda con lo que el público demanda a sus medios, según los resultados de nuestra investigación: que se les represente y se les trate como ciudadanos, y no como clientes o votantes.
En medio de la alarma, TVE ha desplegado estrategias de calma lúcida. Algo meritorio, cuando ella misma está en crisis.
RTVE tiene pendiente ser por fin dotada de independencia. Pendiente está activar el concurso público meritocrático para designar su gobierno.
Nos parece justo en medio de este estado de alarma, reconocer el sentido de servicio público que impregna a los trabajadores de TVE y distingue a la cadena, que está presentando la diversidad de perspectivas políticas y de condiciones sociales que recorren a ese cuerpo de 47 millones de personas.
Pero participar no es sólo aparecer en los contenidos, participar también es poder intervenir en las decisiones. Participar es contar con una televisión independiente de otros poderes del estado y abierta a la sociedad civil.
También el estudio de Amy Mitchell nos dicen que España es uno de los países europeos con más desconfianza general hacia las noticias de televisión, y también que un alto porcentaje de personas considera que la información que ofrecen los medios es muy importante para la sociedad. Estos datos dibujan un conflicto: que las mismas personas que piensan que es muy importante lo que la televisión dice no logran creer en lo que la televisión dice.
Nuestra investigación revela otro conflicto similar: se considera muy importante disponer de una televisión pública pero se valora más el papel que podría tener que el papel que realmente le dejan realizar. La quieren, sí, pero no así.
Y ahí entra en (in)acción la responsabilidad política: los partidos en el Parlamento han llegado a reconocer la reforma que requiere RTVE pero, nunca de momento, ni siquiera cuando han podido, la han llevado a cabo.
Nuestros trabajos nos indican que el público reconoce ciertos periodos en los que ese control del gobierno sobre la televisión pública ha sido menor. Y también que aprecia un sometimiento parecido de las cadenas privadas a intereses comerciales y políticos. Entendemos que esos vaivenes son los que hacen que España puntúe bajo en la confianza en las noticias.
Hoy, en la alarma, la lucidez informativa con calma contribuye a gestionar la crisis que atravesamos. Mañana, en la calma, será preciso mantener pulsado el botón de alarma para que el Parlamento no se duerma en garantizar la independencia a una radio televisión que pertenece a la ciudadanía. Desde dentro de TVE ya han apretado ese botón algunas veces, lo hicieron por ejemplo con la campaña de los Viernes negros.
En 2017, el PP, el PSOE, Unidos Podemos, Ciudadanos y el PNV aprobaron en pleno del Parlamento por 345 votos a favor, ninguno en contra y una abstención, la proposición de ley para reformar RTVE. La reforma está sin cumplir. La calma por el Covid19 llegará. El dedo sobre el botón de alarma por la independencia y la participación en nuestros medios públicos seguirá apretando.