La parodia de referéndum en el este de Ucrania no solo no tiene validez jurídica a escala internacional, sino que también ha sido un fraude a la opinión pública y al sentido común. Según la Comisión Electoral Central Rusa, votaron casi 5 millones de personas en los cuatro territorios (Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia). Veamos algunos datos para ver si esta cifra es creíble o no.
Según el censo oficial del Gobierno de Ucrania, hay 9 millones de habitantes en dichas regiones, de los que 7,6 millones son personas mayores de 18 años, las potenciales votantes, de las que solo una parte de ellas están bajo control ruso, no su totalidad. Se estima que el ruso es la lengua materna de 4,1 millones de los mayores de edad, en teoría los más propensos a votar a favor de una anexión a Rusia. Pero la guerra ha provocado el desplazamiento interno de casi 4 millones de personas del este de Ucrania, una zona algo más amplia de la de los cuatro territorios señalados, y según el Ministerio de Situaciones de Emergencia de Rusia, más de 1,5 millones de refugiados ucranianos han llegado a Rusia desde el inicio de la guerra.
Aunque bastantes personas hayan regresado a sus hogares, en especial las desplazadas, es difícil que la población que actualmente reside en estas cuatro regiones sea superior a los 3 millones, por lo que es imposible que hayan votado cinco millones, y casi todas a favor de la anexión. Los números no cuadran, y el simple hecho de que las votaciones se hayan hecho sin sobre, con vigilancia de soldados y pudiendo votar en el propio domicilio, es suficiente para cuestionar totalmente los resultados.
Dejando a un lado las cifras, el discurso pronunciado por Putin al firmar los tratados de adhesión de estos territorios a Rusia, contiene algunas claves interesantes de analizar. La primera es su alusión al artículo 1 de la Carta de Naciones Unidas para justificar la adhesión, siguiendo el “principio de igualdad de derechos y autodeterminación de los pueblos”. Resulta, sin embargo, que el artículo 1 no hace mención alguna al derecho de autodeterminación, que sí es mencionado en otros artículos, pero refiriéndose a los territorios por descolonizar, algo que se clarificó ampliamente en la resolución 2625 de la Asamblea General de Naciones Unidas, de 1970, que textualmente dice que “todo intento encaminado a romper total o parcialmente la unidad nacional y la integridad territorial de un país o la unidad política de estados soberanos e independientes, es incompatible con los propósitos y principios de la Carta”. La integridad territorial es algo sagrado en las relaciones internacionales y en la doctrina de Naciones Unidas, por lo que el argumento de Putin no se sostiene. Además, en diciembre de 1991 se celebró en Ucrania un referéndum sobre la independencia, donde todas las regiones votaron a favor, incluidos los cuatro territorios ahora anexados, con más del 80% de los votos positivos.
Putin continúa arguyendo que Ucrania es, en realidad, parte de la gran Rusia, que existe una afinidad histórica con los territorios anexados, un destino común en la historia milenaria y una transmisión generacional de conexiones espirituales. En su opinión, eso le da derecho a apropiarse esta zona, revertiendo lo que considera un grave error histórico, la desmembración de la URSS, que para Putin es una obra intencionada de Occidente, en su interés por debilitar y romper Rusia y “condenar a nuestros pueblos a la pobreza y la extinción”, y ello debido a la “insaciabilidad y determinación de Occidente para preservar su dominio sin restricciones” y convertir a Rusia en una colonia. Es, ciertamente, un pensamiento paranoico, aunque parte de una realidad histórica incontestable, que fue la insensata dejadez de Europa Occidental y de la OTAN en dejar hundir la nueva Rusia surgida en los años noventa. Este error, no obstante, no justifica el discurso habitual de Putin de culpar a los países occidentales por igual, los “llamados países civilizados”, de cualquier mal existente en Rusia y en el mundo, en especial por haber impuesto un “orden basado en unas reglas” que no comparte, y al que acusa de imponer una “hegemonía con rasgos pronunciados de totalitarismo, despotismo y apartheid”, además de ser “bárbaros y salvajes”, amén de racistas y saqueadores. Como puede observarse, la demonización en su discurso es extrema y, por ello, es importante que, desde aquí, no entremos en una rusofobia, pues sería seguirle el juego en esta confrontación extrema.
Otro elemento importante de su discurso para justificar la anexión, aunque parezca extravagante y fuera de lugar, es el peso que da a la “ideología de género”, en una arenga a la homofobia y al sexismo, al uso populista de nuestra época, al preguntar si “queremos meter en las cabezas de nuestros hijos las ideas de que existen otros géneros junto con hombres y mujeres y ofrecerles cirugía de reasignación de género”, ya que en Occidente practicamos “perversiones que conducen a la degradación y la extinción”, en una “renuncia completa a lo que significa ser humano, el derrocamiento de la fe y los valores tradicionales: el satanismo puro”. Por tanto, señala Putin, “debemos protegernos contra la esclavitud y los experimentos monstruosos que están diseñados para paralizar sus mentes y almas”. Putin, pues, más que un estadista político quiere ser el gran predicador de lo que él mismo llama la “gloriosa elección espiritual” del pueblo ruso. Falto de argumentos jurídicos y políticos de peso para justificar la invasión a Ucrania, incluso de tipo militar, apela a lo etéreo, incorpóreo y oculto, lo que entiende es la cultura profunda de su pueblo, convertida, gracias a su clarividencia, en la nueva “reserva espiritual”. La invasión de Ucrania, en suma, para Putin es ya una “guerra santa”, y cualquier intento de buscar una solución y un apaño en el futuro, más vale que no pierda de vista esta dimensión, pues hay elementos no racionales que tendrán que tenerse muy en cuenta.