En lo que va de año ya hemos perdido 225.000 hectáreas de bosque amazónico, casi tres veces más que otros años. El 80% de las tierras deforestadas en se dedican a ganado o a cultivo de soja para pienso. El 41% de la ternera que comemos en Europa procede de Brasil, así como gran parte de la soja para animales. Es decir, aunque nos duela reconocerlo, muchos hemos tenido un pedacito de Amazonas deforestado en nuestros estómagos y frigoríficos.
Una historia similar ocurre ahora mismo en Bolivia y en el Cerrado (sabana tropical brasileña): se permite la quema de bosques para dar paso a la agricultura, y el fuego se descontrola en mitad de la estación más seca. Bolivia ya ha perdido cerca de un millón de hectáreas a lo largo de este año.
Recién llegado al poder, Bolsonaro, el actual presidente de Brasil, cedió las competencias sobre bosques al Ministerio de Agricultura, eliminando la Agencia para Asuntos Indígenas y reduciendo las capacidades del Ministerio de Medio Ambiente. La deforestación fue subiendo progresivamente en el país este año, hasta duplicar las cifras del año pasado. Oficialmente se han contabilizado más de 70 mil fuegos la mitad de ellos en la región amazónica.
La movilización a escala global durante esta última semana en redes sociales no tiene precedentes. Más allá de controversias sobre fotos y números, lo que se pone de manifiesto es el interés y la urgencia que ha sentido la ciudadanía. Cada décima de segundo alguien firma una campaña de las muchas que están ahora circulando sobre la Amazonía.
Cada vez somos más conscientes del papel clave de los bosques como reguladores de esta emergencia climática en la que nos encontramos y como sumideros del CO2 que generamos. Sin embargo, ya el último informe especial del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) publicado este mes de agosto, recuerda que el 37% de las emisiones globales provienen hoy en día de los cambios de uso de suelo y del sistema de producción alimentario. En definitiva, se deforesta buscando aumentar la producción agraria para alimentarnos, y así se provoca que los bosques pasen de ser la solución más eficaz para el calentamiento global a un agravante. De acuerdo al IPCC, que es la principal institución científica en la materia, nuestra dieta es decisiva para lograr un verdadero desarrollo sostenible.
Esta situación no solo ocurre en América Latina: la Cuenca del Congo, el segundo bosque tropical mayor del planeta, tiene ahora mismo centenares de incendios simultáneos de los que nadie habla. El motivo principal es de nuevo la ampliación de la frontera agrícola para monocultivos que son exportados en su mayoría a China, y la producción de leña y carbón para cocinar. No olvidemos que, hoy en día, casi 3.000 millones de personas en el mundo cocinan aún con leña.
También ha ardido Siberia. Los incendios de este mes de julio han arrasado el equivalente a la superficie de Bélgica, lo que está acelerando el derretimiento del ártico y del permafrost. Así de nuevo se libera más CO2 a la atmósfera avanzando en el calentamiento global, por encima de cualquiera de los escenarios imaginados por el IPCC. Precisamente Siberia, una región ya bastante deforestada por la sobreexplotación maderera de China desde hace más de una década.
El otro gran sumidero de CO2 son los océanos, que ya han superado su capacidad de carga. El exceso de gases que han sido capaz de capturar provoca que las aguas se vuelvan más ácidas, y que desaparezcan muchas especies, incluidos los corales. Los corales son el hogar del 25 % de la vida marina y alimentan a millones de personas.
A fin de cuentas, el ser humano es una pequeña parte de un equilibrio frágil e inestable. El resto de elementos del ecosistema ponen de su parte para compensar nuestros excesos, pero ya hemos sobrepasado varios límites.
La pregunta que surge de inmediato ante tanta información: ¿qué puedo hacer yo, además de apoyar con una firma una campaña que luche contra la deforestación?
Todos y cada uno de nosotros y nosotras somos la parte más importante de la ecuación, ya que mucho de lo que está ocurriendo tiene un motivo comercial detrás. Nuestra demanda como consumidores es la que mueve a las empresas y a las políticas. Nuestras decisiones de consumo (y no consumo) son actos políticos. Evitar la carne ahora no es algo de ecologistas: es la decisión más efectiva para conservar la Amazonía.
Abrir el grifo en vez de beber agua embotellada, o evitar envases de un solo uso, son decisiones que mueven el mercado y afectan positivamente a los océanos. Preguntarnos de dónde viene lo que compramos,productos kilométricos o apostar por productos locales son acciones que pueden incidir directamente en el entorno natural en el que vivimos.
Llevemos toda esta impotencia por querer parar lo que sucede con los incendios a nuestro carro de la compra. Ésta es la última llamada de la Tierra desde el Amazonas. No hay transporte posterior a un planeta mejor. Ni los bosques ni los océanos nos necesitan, pero nosotros sí los necesitamos a ellos. Respondamos desde hoy votando con un consumo diferente y consciente.