Pasados unos días, es más fácil hablar del 26J y de Unidos Podemos. Debería ser más fácil también ser más rigurosos, más estratégicos y más autocríticos. No para cargarnos de mochilas de “yo ya lo dije” o instalarnos semanas en los interrogantes, sino para mirar adelante. Hay mucho que hacer.
Comenzaré diciendo que hay que salir ya a la ofensiva y evitar así un error que sería pensar que los adversarios de Unidos Podemos y sus confluencias nos van a dar respiro. Ahora mismo ya pretenden instalar un relato de los resultados que dice: “Unidos Podemos ha fracasado, los Ayuntamientos del cambio han recibido un serio correctivo pues no saben gestionar y Podemos está en crisis de dirección y liderazgo”. Estemos atentos. Saben por qué lo hacen: la sociología electoral conoce de la importancia de situar en el tablero político cuales son las fuerzas “ganadoras” o “perdedoras” de cada contienda, para disputar favorable o desfavorablemente las siguientes citas electorales. Y éstas no van a tardar 4 años.
La realidad es muy otra. En 2 años, un espacio político inexistente en el Estado español disputa hoy la hegemonía política a la derecha desde una plataforma de más de 5 millones de votos y 71 diputados, y ha logrado que los que se sienten damnificados por el neoliberalismo y la quiebra de la construcción europea que soñaron los padres fundadores tengan aquí una expresión política desde las ideas de libertad, igualdad y fraternidad y no de las que nos trae la ola neofascista y xenófoba que infecta tantos países de nuestro entorno. No hay precedentes. Ni en Europa ni, por supuesto, en nuestro país. No hay más que comparar los intentos infructuosos de configurar ese espacio desde la Transición hasta hoy o, más simple, mirar tan sólo al panorama no tan lejano de 2011. Ese logro tiene esencialmente un nombre propio: Pablo iglesias.
Quien mire la fotografía del 26 J con hipermetropía y en exclusiva, podrá doctorarse en sociología pero no hará política. En realidad, el cambio político en nuestro país ya ha llegado y es irreversible y anterior a este junio. Tiene una fecha: 15 M y esa no va a desaparecer de la historia ni su impacto dejará de ser imperecedero entre nosotros. Ese país nuevo se asienta en una España real: joven, formada, urbana y dinámica que corresponde al siglo XXI, y deja atrás la España y, por cierto, la izquierda –toda la izquierda– que se ancle o quede mirando al siglo XX. Los cambios en nuestro país son más de fondo e irreversibles que un acierto o tropiezo electoral puntual. Es ahí donde Unidos Podemos y las confluencias hunden sus raíces. Porque es el sujeto político que más se parece al país que ya viene. Unidos Podemos y las confluencias son fuertes donde hay futuro y menos fuertes (aunque, atención, avanzando) donde resiste el pasado. Cualquier sociólogo sabe que esa es una condición necesaria, aunque no suficiente (ahí entra la política y el político) para cualquier triunfo electoral futuro en éste país. Lo demás es tiempo.
Alguien pensará: análisis autocomplaciente. En absoluto. Porque creo fundamental bucear en los datos del 20D y el 26J con rigor. Hasta tanto no tengamos el postelectoral del CIS y otros estudios serios, voy a atreverme a recordar cuestiones elementales y apuntar hipótesis fundadas.
En primer lugar, se habla de la “pérdida” de 1.100.000 votos desde el 26J. No lo comparto. Para hablar en esos términos habría que suponer que los 6.100.000 de votantes de Podemos e IU el 20D no contenían ciudadanos “refractarios” a la suma. No era así. Lo sabíamos y no prestamos suficiente atención en la campaña a ese dato.
Hay que ver al respecto las tablas de trasferencias del CIS de enero y del CiS de mayo, así como las del preelectoral del CiS y otras más de las que disponíamos, que nos indicaban transferencias de Podemos a IU; de Podemos e IU al PSOE; y fidelidades de voto de IU que no superaban el 60% en ningún caso.
Veamos al respecto el punto de partida, antes de coaligarnos, en el CIS de abril, muy en particular la pregunta 12 –incluso otros estudios–, el dato posterior o la encuesta de GAd3 y las proyecciones de Kiko Llaneras, por citar algunas.
Lo mismo el CIS preelectoral de primeros de junio –ver en particular las preguntas 5 a 13–. Explican muchas cosas de lo que acabo de afirmar. En nuestro mejor momento, tuvimos 5.800.000 votos. Y sí, estábamos en torno al 24 % siempre que los votos no se movieran en el último minuto y que el PP no pasara de 7 millones de votantes… Con posterioridad a las elecciones los análisis de Ivan Redondo o Jaime Miquel han incidido en lo mismo. Y vendrán más.
Entonces, no es sólo el debate teórico de si los espacios políticos suman y en qué porcentaje. Es que los espacios tanto de Podemos como de IU habían perdido parte de esos votos al llegar ya al 26J. Quedamos deslumbrados por el “pacto del botellín”. Ese acuerdo, como diré, es decisivo y fue fundamental para meternos en campaña, pero no podía deslumbrar a una parte de los votantes de IU y Podemos. Y algo tendrá que ver y muy fundamental, lo que es un hecho contrastado: la menor participación electoral en las zonas urbanas del país. Unidos Podemos y las confluencias, necesariamente habían de resentirse.
Sostengo que podemos hablar de tres desafecciones que, sumadas, no serían menores a 600.000 votos y, además, un voto abstencionista que rondará en torno a 500.000 votantes: y ya tenemos el verdadero 1.100.000 de diferencia entre el 20D y el 26J. Son, no obstante, dos realidades y dos problemáticas diferentes. Y haríamos mal en ponerlas en un mismo saco. Veamos.
La desafección de IU (voto “identitario” a IU y voto útil “anticoletas” de “nueva generación” en el otoño de 2015 y rastreable en las circunscripciones de mayor voto a IU el 2DD) no es menor de 250.000 votantes y puede que ronde los 350.000, según hemos visto. Prácticamente todos los sondeos lo apuntaban casi sin excepción. Tiene su explicación política obvia: no es posible pasar del desamor a la pasión en tan poco tiempo. Lo pueden hacer los líderes, los votantes no. Y menos los de IU.
Desde dentro de IU, un excoordinador no ayudó nada en absoluto. Después no basta con “compensarlo” en mítines que son vistos como esperpento. Cayo Lara tampoco ayudó, con su sentencia de “me va a costar votar en estas elecciones”. Y los sindicatos… ¡Ay!, los sindicatos… Esas cosas cuentan, y la inteligencia innata de los ciudadanos es mucha y, en consecuencia, han dado su voto al PSOE y se han refugiado, también, en la abstención. Eso explicaría en gran parte los crecimientos socialistas en Castilla La Mancha, Aragón, Canarias, Madrid, Galicia, Asturias. La campaña soez e insultante de Susana Díaz en Andalucía apelando a un PSOE primitivo le privó, por el contrario, de esos votos. Lo paga con su primera derrota sin paliativos.
Que Podemos también tenía su votante desafecto sólo hay que remitirse a los mismo datos del CIS que hemos citado –ver ahora las preguntas número 15 y 15 R decodificada y 16 de simpatía–. Y cómo estaba en abril de 2016, así como otros datos de encuestas de enero a mayo. No son menos de 300.000. Y ahondar en estas desafecciones es tarea importante que excede este artículo y que conozco menos. Las confluencias también aportan desafección aunque menor y son muy diferenciadas (el comportamiento del voto CUP el 20D a En Comú Podem ha sido diferente ahora; los debates enquistados y poco amables de En Marea; la incorporación algo forzada de EUPV a A la Valenciana, etc).
Esas desafecciones no nos indican que sean votos perdidos, como no debemos dar por ganados para siempre los que ahora tenemos. Esa cultura con relación al voto y al ciudadano hay que erradicarla. Va a depender esencialmente de qué hagamos y, cada vez más importante, de cómo lo hagamos.
Y finalmente, hay en torno a medio millón de votantes muy nuestros, diríamos, a los que no hemos logrado convencer de la importancia del “desempate”, de la trascendencia del 26J .Teníamos 5.600.000 dispuestos a votar a Unidos Podemos más las confluencias tres días antes de las elecciones, y superábamos al PSOE en más de 200.000 votos. Uno de cada 10 faltó a la cita con las urnas en tan sólo 3 días. Para mí, la explicación del miedo no es suficiente. El miedo había cambiado de bando… ¡Con todas las consecuencias!: la movilización extraordinaria del PP (metió en urnas 150.000 votos diarios en los tres últimos días de campaña). Pero ¿Por qué iban a tener miedo, precisamente, los nuestros?
Mientras los análisis cualitativos no digan lo contrario, soy de la opinión de que lo esencial fue otra cosa: que el momento histórico de ilusión, movilización y desborde sucedió el 20D y no el 26J –lo que Iván Redondo ha llamado con acierto que “el cambio suele castigar al cambio”... con una bajada en la participación–. Los momentos de alta condensación histórica suceden puntualmente y no permiten reválidas.
Y es claro que, también, nos faltó tiempo para asentar y desplegar todas las potenciales de un espacio superador de una coalición ciertamente improvisada. Y entre el 20D y el 26J se cometieron errores, no tanto de lo que hicimos pero si de cómo lo hicimos, de cómo lo explicamos y de cómo facilitamos el relato de los adversarios. Así que, cuestiones más que suficientes para dejarnos un 10% de los votos en casa. Por eso no soy fan de explicaciones fáciles del 26J: huelen a revancha y no están cargadas de futuro.
En otro orden de cosas doy por supuesto que la coalición Unidos Podemos, en sí misma, no fue el problema. Sin ella hoy lo lamentaríamos profundamente y el espacio político habría entrado en crisis. ¿Nos imaginamos a Podemos con 50 diputados, a IU con 4 diputados, y el bipartidismo redivivo? Así que, de nuevo, gracias Alberto, gracias Pablo. Y una campaña una vez más extraordinaria, tampoco lo ha sido. Pero ésta tuvo 2 fases y la segunda era imposible de contrarrestar en tiempo ni en contenidos.
Por todo ello, es grande nuestro resultado. Si políticamente es grande, estratégicamente es decisivo. Porque nadie, sustancialmente, ha ganado definitivamente lo que Unidos Podemos y las confluencias perdieron y, en cambio, hemos preservado el territorio desde el que reemprender la ofensiva. Pero eso sí, desde el aprendizaje. Eso en política y en estrategia es lo verdaderamente decisivo.
Se cierra un ciclo que empezó en las europeas de 2014. El fin de la etapa de “correr y atarse las zapatillas”. Somos parte de un bloque histórico de cambio que ya es presente. No es confluir menos que necesitamos, sino confluir más y mejor y en particular, con los que faltan que aún son millones de damnificados. Hagámonos útiles, porque tenemos una enorme responsabilidad ante nuestro pueblo. Construyamos un movimiento cívico y popular que contenga a los partidos pero que los trascienda. Recuperemos el país y las instituciones para su gente. Es nuestro anhelo y nuestro compromiso.
¡Claro que podemos!