Las negociaciones entre Rusia y Ucrania parecen estar en fase de serias dificultades. No es la excepción. La mayoría de procesos negociadores en el mundo atraviesan graves obstáculos, como muestra el anuario “Negociaciones de paz 2021. Análisis de tendencias y escenarios” de la Escola de Cultura de Pau de la UAB, que analiza los 37 procesos de paz activos en 2021. Una vez iniciada la violencia armada -en el caso de Ucrania, una vez iniciada la invasión militar de Rusia contra Ucrania-, es sumamente difícil transitar hacia una salida.
El 56% de los 32 conflictos armados de 2021 eran abordados con negociaciones de paz (18 casos), mientras que el 44% restante no contaban ese año con negociaciones formales, incluyendo cinco conflictos armados de alta intensidad ese año (conflictos en la región de Tigré en Etiopía, norte de Mozambique, región Lago Chad, región Sahel Occidental y en el este de RDC con el grupo ADF), según datos de la Escola de Cultura de Pau. Otros procesos de negociación abordaban situaciones de tensión sociopolítica. Un 89% de los procesos en 2021 contaban con apoyo de terceras partes, en su mayoría afrontaban graves dificultades -incluso en algunos casos regresiones- y en los casos en que se dieron avances limitados, estos se registraron en contextos más amplios de fragilidad, inseguridad y obstáculos. La realidad también muestra otro dato fundamental: rara vez los conflictos armados terminan por victoria militar de una de las partes, y desenlaces de este tipo en el pasado como el caso de Sri Lanka tuvieron resultados devastadores para la población, la economía y el territorio.
Pese a las graves dificultades en las negociaciones entre Rusia y Ucrania, un escenario de victoria militar por una de las partes parece poco probable aun si ambas participan en ella con posiciones e intereses que consideran existenciales. Por parte de Ucrania, la defensa legítima frente a una invasión militar contraria a derecho internacional, bajo cuyo paraguas el ejército ruso está cometiendo graves violaciones de derechos humanos que constituyen crímenes de guerra, y que amenaza a su soberanía. Por su parte, Rusia con la imposición por la vía militar de sus objetivos de una “zona de influencia” y el desafío a la hegemonía occidental en sus múltiples dimensiones. Muchos otros elementos entran también en esa pugna.
Pese a los fracasos militares de Rusia en su guerra contra Ucrania, ampliamente analizados por especialistas del ámbito de la seguridad militar, y el desplazamiento de la dinámica bélica a áreas más delimitadas del este y sur de Ucrania, no parece que Rusia vaya a permitirse salir derrotada militarmente. Podría estar dispuesta a prolongar las hostilidades -sin la más mínima atención, como hasta ahora, al gravísimo coste humanitario, económico, social que ello tiene para la población de Ucrania, incluida la del Donbás, y para su propia ciudadanía-. También podría tratar de maximizar su posición militar dentro de esa fase más delimitada y reducida territorialmente, al menos hasta alcanzar una salida que considere aceptable en ese marco de guerra con tintes existenciales y a cualquier precio. No obstante, aunque la Rusia que saldrá de esta guerra podrá jactarse ante otros autócratas de su política militar de hechos consumados, la destrucción que ha sembrado no está exenta de factura y le puede estallar de múltiples maneras, presentes y futuras. Ucrania, por su parte, expresa confianza en una posible victoria militar, de la mano de factores como la propia determinación a la resistencia frente a la ocupación militar y el apoyo armamentístico de gobiernos occidentales. No obstante, resulta muy incierto que la victoria militar vaya a ser un escenario probable con Rusia al otro lado, pese al impacto de las sanciones económicas y el retroceso militar parcial de Rusia.
Las negociaciones no se han roto y seguramente no lleguen a romperse del todo en el futuro, pero sí puede estar dándose una fase en que Rusia y Ucrania consideren que se han reducido los incentivos para la negociación sustantiva, mientras ambas tratan de fortalecer sus posiciones en el territorio y mientras la invasión y las hostilidades continúan generando destrucción masiva.
Urge intensificar los esfuerzos para que el proceso negociador no derive hacia ese 44% de conflictos en el mundo sin negociación, y sobre todo para que, dentro de ese otro 56% de conflictos con negociaciones activas, se fortalezcan las condiciones para avanzar aun en medio de muchas dificultades hacia cierto acercamiento que permita el fin de las hostilidades, la retirada de fuerzas de Rusia y ciertos elementos de compromiso entre las partes en torno a los temas en la agenda. Hay procesos en que nada está acordado hasta que todo esté acordado. Hay otros que resultan en acuerdos parciales, delimitados, sobre aquellas áreas en que sí es posible alcanzar acuerdos que puedan implementarse.
¿Y qué podemos reclamar a nuestros gobiernos en Europa, incluido el Gobierno español y la UE? Que no abandonen la vía negociadora e incrementen los esfuerzos en este ámbito, con acción directa e indirecta en apoyo al diálogo. Resulta obvio que la UE no puede ser actor directo facilitador en este conflicto en tanto está militarmente involucrada en el apoyo a Ucrania y es parte en la dimensión de conflicto geopolítico entre Rusia y actores de poder de Occidente. No obstante, el espectro de apoyo directo e indirecto a un proceso negociador es amplísimo. En el caso del proceso entre Rusia y Ucrania, podría ser útil incrementar la acción diplomática discreta encaminada a sumar apoyos gubernamentales internacionales al proceso; explorar maneras de fortalecer la arquitectura de terceras partes del proceso; promover vías complementarias de diálogo internacional que exploren posibilidades de retomar elementos de las fallidas conversaciones internacionales de diciembre a febrero; visibilizar incentivos para la consecución de acuerdos y de salidas al conflicto, como progresivos levantamientos de sanciones; apoyar la participación de mujeres y la integración de una perspectiva de género en las negociaciones así como en todos los espacios de decisión en que se comience a prenegociar y abordar la reconstrucción postbélica; incrementar el apoyo económico a actores no gubernamentales locales e internacionales involucrados en diversos niveles y dimensiones en el apoyo a acuerdos humanitarios y acuerdos en los otros ámbitos del proceso.
Abandonar la guerra a la guerra o sostener una guerra sin fin contra Rusia serían escenarios nefastos, en tanto que ¿cuál sería el plan de salida de ellos? ¿y a qué coste humano y material? Los esfuerzos internacionales en el ámbito civil para tratar de resolver la violencia armada por la vía negociadora, aun si pueden no desembocar en resultados a corto plazo y aun si afrontan numerosas dificultades, son irrenunciables. Son intentos de salvaguardar vidas y de contribuir a fortalecer las condiciones para, cuando sea posible, alcanzar acuerdos aceptables que pongan fin a las hostilidades y favorezcan la protección de civiles. Desde una perspectiva de cultura de paz, el “silencio de las armas” es insuficiente y el foco debe estar en promover por vías de diálogo inclusivo bases y elementos para la seguridad humana con participación ciudadana y para evitar el reinicio futuro de la violencia armada. Es un camino que afronta las resistencias de actores de poder militar, económico o político, como el de Rusia en su invasión contra Ucrania, y de tantos actores estatales y no estatales empecinados en su poder a costa de las vidas de otros. Por eso, a la luz de Ucrania y de la treintena de conflictos armados actuales y tantos otros que precedieron, necesitamos políticas públicas de paz, con prevención de conflictos y apoyo al diálogo, y ancladas en las necesidades básicas de las poblaciones, el derecho internacional y el multilateralismo. No es algo abstracto o simbólico. Requiere de presupuestos tangibles, enfoques transversales y específicos, arquitecturas organizativas, capacidades, participación y rendición de cuentas.