El ciclo se repite. Alguna agencia de Naciones Unidas o una organización no gubernamental da la señal de alerta. Una nueva hambruna. Muertes masivas en algún lugar del mundo a causa del hambre.
Si hay suerte la noticia alcanza algún medio de comunicación, incluso alguna portada si la alerta va acompañada de dramáticas imágenes. La máquina de la emergencia pisa el acelerador. Alguna agencia de desarrollo, nacional o multilateral, puede que anuncie nuevos fondos. Las ONG redoblan sus estrategias de captación de fondos. Enviarán alimentos, médicos, logistas ... si hay suerte hasta agrónomos o semillas. Si no la hay, se limitarán a enviar excedentes de comida de allí donde sobra.
Hace poco más de una semana ACNUR lanzó una de esas alarmas. 20 millones de personas bajo la amenaza del hambre en el cuerno de África. 20.000.000 de personas como tú y como yo, sólo que en Etiopía, Somalia, Nigeria, Sudán del Sur y Yemen. Desde Naciones Unidas y ONG ya avisan de que faltan fondos y que los llamamientos en este tipo de emergencias se quedan normalmente “entre un 3 y un 20% de lo que se necesita”. Si la ayuda no llega, las muertes serán inevitables. Y las previsiones son peores que en la crisis de 2011, en la que murieron más de un cuarto de millón de personas en esta misma región africana.
Ese ciclo recurrente de estallidos de hambruna y ayuda de emergencia, que casi siempre es totalmente insuficiente, poco puede hacer sin embargo para resolver realmente el problema. El Hambre. Un tema complejo, incluso de cuantificar. 25.000 personas mueren cada día de hambre según las estimaciones más optimistas. Las menos optimistas llegan hasta las 100.000 personas ... al día. Cada día.
En nuestro imaginario sus causas aparecen recurrentes: la sequía, la guerra, o incluso la pobreza (como si se tratase de un fenómeno natural). El paisaje es africano, rural, seco, sin recursos, sin capacidades. Las protagonistas mujeres y sus niños, gente mayor, abuelas y sus nietos. Un imaginario, el del hambre, que nos dice mucho de lo que pensamos de las causas del problema.
La realidad es, sin embargo, mucho más compleja. Las causas del hambre hay que buscarlas en las causas de la sequía, las causas de la guerra, las causas de la pobreza.
Si hablamos de sequía, debemos abordar necesariamente las responsabilidades tras el cambio climático. Pero también los usos de las tierras, en ocasiones sobreexplotadas no para satisfacer las necesidades de la población local, sino la voracidad de inversores y las demandas del comercio global.
Podemos buscar las causas de la falta de tierras fértiles en manos de las poblaciones afectadas por esas hambrunas, para producir alimentos que eviten esas hambrunas, en los patrones de consumo de un Norte, no geográfico, sino económico. Tomates producidos en Etiopía y consumidos en Doha. Soja inundando las tierras y expulsando campesinas, con hambre, en Argentina o Paraguay. Aceite de palma africana plantada en medio mundo empobrecido para producir los productos más insospechados.
La falta de tierras en manos de las campesinas para alimentar a sus familias provoca hambre. La falta de tierras provocada por algo llamado landgrabing, acaparamiento de tierras. Fondos de inversión, empresas extranjeras comprando y acaparando tierras fértiles bajo una única lógica, la del beneficio económico, la del capital. El capitalismo en su máximo esplendor.
Hablando de capitalismo llegamos a eso que llaman la financiarización, proceso que lleva, entre muchas otras dinámicas, a jugar en los mercados financieros a futuros de alimentos. Precios que nada tienen que ver con costes de producción. Precios que se fijan en las bolsas de Chicago, Londres o Hannover. Precios sobre los que especular para ganar millones. Precios que no pueden pagar las que tienen necesidad de alimentarse y alimentar a sus familias. Especulación alimentaria contra Soberanía Alimentaria.
Y cómo no, la deuda. La deuda pública que FMI, Banco Mundial y acreedores en general utilizan como palanca para imponer políticas de liberalización comercial (¡abajo las barreras al comercio! ¡Dejad que los productos europeos y norteamericanos inunden los mercados de los países con hambre!). El libre mercado que algunos presentan como respuesta y que ha acabado de hundir la seguridad alimentaria en muchos países. La liberalización como dogma que ha arrancado de raíz la poca soberanía alimentaria que dejó en los países empobrecidos la herencia colonial. La deuda como palanca para imponer la privatización de empresas públicas agrícolas y almacenes de grano, o para eliminar subsidios a agricultores o al consumo de productos básicos. Una deuda que, igual que el hambre, repunta en los países africanos. Tras la crisis de los años 80 y 90, la deuda vuelve a preocupar en África. De hecho vuelve a crecer en la mayoría de los países empobrecidos. El pago de la deuda en los países en desarrollo ha crecido casi un 50% en los últimos dos años.
O la ayuda como propia causa del hambre. La ayuda alimentaria, aprovechando excedentes en los países ricos para inundar de comida gratis a los países empobrecidos ... robándole el poco negocio a campesinas y comerciantes locales. La ayuda como dependencia. La ayuda como deuda. La ayuda como palanca para el acaparamiento de tierras. La ayuda que se fuga a paraísos fiscales. La ayuda que no es ayuda, que es anticooperación porque, entre otras cosas, profundiza este sistema capitalista financiarizado, jugando con las reglas de los mercados financieros.
Estas y otras causas del hambre que poco tienen que ver con desastres naturales. Fenómenos que causan guerras y pobreza, que causan hambre. Ya es hora que cuando pensamos en hambre, y en hacerle frente, pensemos en hombres con corbata, parqués de mercados financieros, rascacielos en Washington o Madrid, empresas multinacionales … Cuando pensamos en hambre deberíamos pensar en el capitalismo, y no quedarnos en las sequías.