Todos los 11 de septiembre

10 de septiembre de 2021 22:13 h

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Se cumplen 20 años del 11S. En un clima de renovada tensión con epicentro mundial en Afganistán. La torpe salida de las tropas norteamericanas despierta temores de revueltas de las ultraderechas que removió el mandato de Donald Trump. Todos recordamos lo que hacíamos aquel día. Fue un día clave para originar y extender el miedo. A las 15.00 hora española, 9.00 en Nueva York,  Ana Blanco en el Telediario de TVE comenzó a relatar con enorme sobriedad cómo un avión había impactado en una de las Torres Gemelas. Y luego otro, en la segunda. Y cómo caían ambas, símbolo del moderno Manhattan, prácticamente desintegradas. Atónitos, contemplamos ya en directo la secuencia de un día que cambió la historia por las repercusiones que tuvo.

Ha habido muchos otros 11S. El 11 de septiembre se ha ido convirtiendo en una fecha de las de pararse y mirar y no perderse en la memoria. Cada cual atraviesa los años deteniéndose apenas en el día en el que nació y en los que lo hicieron los seres queridos, o en los que aquellos murieron. Encuentros, despedidas, compromisos señalados. Cuando se hunde el mundo y cuando renace. Y pasan los años sin saber cuál será la fecha en la que otros te recordarán porque te fuiste. Uno atraviesa los días sin saber que algunos se fijarán de forma indeleble. Y eso ha ocurrido con los 11S. Al final parece que somos muchos quienes tenemos el nuestro, los nuestros.

Repartidos en parcelas, más agrias que dulces, con más repercusión o más íntimas, todos los 11S dejaron señal. El primero fue el de Chile en 1973. Amanecía un futuro a estrenar con grandes destellos de promesas. Los libros me habían detenido en el caos que padecía América Latina. Bolivia, Panamá, Uruguay, Argentina en ciernes, Cuba siempre, vivían en dictaduras, igual que España. En el resto, la democracia era muy precaria. Chile era la esperanza: el socialista Salvador Allende y sus reformas que hicieron imposibles. Duele amanecer con la esperanza rota por los tiros que cercenan los sueños. Un botarate –como suelen serlo todos los golpistas- acabó con ellos. Vivimos apasionadamente la peripecia, el final de toda confianza en una solución. Los muertos, los torturados, los despojados, los desaparecidos. Las manos cortadas del asesinado Víctor Jara solo porque cantaba con candente ingenuidad. Al amor explotado de Amanda, por la paradoja mil veces repetida: “Mi padre fue peón de hacienda y yo un revolucionario, mis hijos pusieron tienda, y mi nieto es funcionario”. El dolor mortal de Pablo Neruda que me había descubierto que cualquier noche se pueden escribir los versos más tristes. Al querer fuera del amor. El Neruda, hombre, que también se rompió con el tiempo.

Y, sí, el de 11 de Septiembre de 2001, marcó la fecha para siempre. Las dos torres del país líder mundial se derrumbaron como si fueran de arena, como en un nebulosa. Habíamos contemplado, en la realidad y en el cine, desde su restaurante en la cumbre, el Empire State, maravillados por el esplendoroso Nueva York que se abría a los pies, osada y vibrante línea del cielo, paisaje urbano del siglo XX. Y de las enhiestas torres soberanas ya no quedaba nada. Ni los muertos que nunca vimos.

Eran ya malos tiempos y venían peores. Ceguera fanática para estallar vidas y para ser usada como excusa de un cambio social. Merma de derechos civiles, militarismo, ascensión y desborde del capitalismo, la guerra, la tortura, las invasiones que no encuentran lo que dicen buscar porque no es lo que nos cuentan lo que buscan, la trampa financiera que nos ahoga. Y un marcado signo de declive. A mi padre le quedaban exactamente 5 días de vida y ni siquiera llegó a enterarse del acontecimiento que tanto hubiéramos comentado. Desapareció su imprescindible presencia, demostrando que la vida sigue de todos modos.

Un 11 de septiembre, en 1984, la que murió fue mi madre. Tan pronto. Y, un día, mucho después, descubrí sus secretos anhelos, su dolor, sus esperanzas y sus sueños, apenas en signos, a través de unos recortes de periódicos guardados en primorosa carpeta, que hilvanaron mejor los recuerdos. Instalando la certeza de cuánto más debió hablarse. El cordón umbilical que une a las mujeres.  

Catalunya ha ido viviendo unos 11 de septiembre cambiantes. Recorriendo el camino de la ilusión a la desesperanza. Apenas recobrada formalmente la democracia en España, Catalunya volvió a celebrar su Diada en un ambiente de fiesta y triunfo. Después, con la política nacional condicionando, se vive la pugna propia y la que enfrenta Catalunya y el Estado. Diadas exultantes con el independentismo por bandera y con el nacionalismo español enfrente. Y luego el referéndum, y la represión, y la cárcel, y los juicios y condenas. Graves delitos que no comparte la justicia europea, tensión. Cacerías de lazos amarillos que piden la liberación de los presos y se convierten en cruzada del españolismo más radical. Tanto oportunismo oportunamente nacido para la oportunidad. Elitistas reservas espirituales. Y siempre la misma pugna que desfonda fuerzas. Ahora en tierras de vuelos. Y firmeza. Y dolor.

En este nuevo 11 de septiembre, el mundo es aún peor. Los errores suelen pagarse tarde o temprano. La respuesta al de 2001 en Nueva York estalla ahora en desastre en Afganistán. La involución cabalga al galope por todos los flancos. La sociedad no aprende de sus errores, de sus pandemias. No se aprende ni de los aniversarios con las lecciones que traen, como esté 11S. Menos mal que el calendario es un convencionalismo. El futuro se llena de doces, treces, catorces y mucho otros días; más onces, incluso. Nunca son todos. Lo vivido sirve para poner el pie, si es en sólido, y utilizarlo de impulso. Para saber desbrozar del camino lo útil de lo fútil. A través de cualquier día de cualquier mes componer de continuo la Ítaca eterna. Sorber de la vida la felicidad mientras se abre a nuestros pasos, sobre las grandes frustraciones y los dolorosos desgarros. No queda más. Ni menos. La melodía de la vida continúa.