Conservo muchos recuerdos de los años que viví en Ceuta. Muchos. Uno de ellos es el de los vendedores ambulantes que pregonaban por las calles sus manojos de pescado en salazón, magnífico para tomarlo con unas cañas. A la peninsular que yo era siempre le pareció una declaración de principios de la idiosincrasia de la ciudad la forma en la que los pregonaban, con una cadencia común, en las calles de casas enjalbegadas de Haddú o en el mismo centro de la ciudad. Eran un tipo de pescado muy común en el estrecho, los peces voladores, los que muchas veces veías saltar en bandada junto a las amuras del barco que te devolvía a tu casa. Los vendedores gritaban: “Los que volaban, los que volaban”. Abascal se ha convertido en uno de ellos. Con la misma sorna deberían pregonarle a él por las esquinas porque el vuelo que alcanzó ganando las pasadas elecciones en Ceuta se le ha amojamado por la vía de no comprender ni por qué había obtenido esos votos ni cómo debía defenderlos.
Abascal ha metido la pata hasta la ingle en una plaza en la que toreó las elecciones con soltura. Creo que ni siquiera él es consciente de hasta qué punto se ha enciscado. Ceuta nunca ha sido un sitio fácil porque siempre ha tenido una idiosincrasia propia que merecía hacer el esfuerzo de comprenderla. Cuando yo llegué, a finales de los ochenta, Ceuta ya era un lugar pequeño, estrangulado entre el mar y la frontera con un país hostil a su propia existencia, pero que contenía en su interior una pluralidad y un ensayo de convivencia que no se daba aún en ningún otro lugar de España. La ciudad de las cuatro culturas la llamaban y eso exactamente era y es. Fueron los primeros en enseñarme que era posible vivir con la llamada del muecín al rezo resonando en un altavoz adosado a tu fachada, cuidando los menús de las comidas de empresa porque había hebreos y musulmanes entre los trabajadores y compartiendo escalera de la radio con los olores especiados de la cocina que la asociación hindú preparaba para sus miembros y que te trasladaban con ellos a otros mundos. Así se vivía en Ceuta y así se vive. Creo incluso que ahora con más consciencia de la irremisibilidad de un logro así.
Abascal, el que volaba y se estrelló, no ha sido capaz de darse cuenta de que en Ceuta lo patriótico es defender la españolidad de los españoles que nacieron y viven en esa tierra. Con palotes se lo explico a él y a sus acólitos de allí, que no se enteran: Ceuta es el reverso absoluto de lo que ellos ven en Cataluña. En Ceuta lo que duele es el olvido de España, la espalda vuelta, el poco caso de sus líderes y el orgullo de la reivindicación de una españolidad que desde hace décadas les quiere arrebatar a embestidas un reino que, sin razones jurídico-políticas que alegar, quiere salirse con la suya, cueste lo que cueste. Para esgrimir su bandera de defensa de España y los españoles, el partido de ultraderecha debería haberse constituido en defensor de los ceutíes por su españolidad y es ahí donde surge el estigma de un partido con claros problemas por su defensa de la discriminación por motivo de etnia o religión o clase social. Abascal y los suyos son patriotas de raza caucásica y de cerrado y sacristía y por eso confunden el defender la españolidad de Ceuta con insultar a cerca de la mitad de los españoles que la habitan y, más allá de eso, con poner en peligro el equilibrio tejido en años de ensayos y errores, de aceptaciones y aperturas, de realidad y futuro.
Conocí a Juan Vivas cuando era director de una empresa municipal en una Ceuta en la que las fronteras no sufrían embates y, de facto, aparecían casi sin deslinde en algunas zonas del monte García Aldave, en las que no era difícil meterse en Marruecos por despiste. He hablado con él después. Siempre ha sido plenamente consciente del lugar en el que vive y gobierna. La pluralidad de un lugar de 18 kilómetros cuadrados (montes y playas incluidos) en el que desde hace siglos conviven las grandes religiones monoteístas más la hindú, incluye la complejidad del que ha sabido ser del PP y conservador pero integrar en sus gobiernos a caballas de otras religiones. Ese talante es el que le ha permitido ser apreciado entre casi todos los sectores. Ese que hizo que el Psoe le apoyara los presupuestos para evitarle el chantaje de Vox. “Ni por encima de mi pescuezo gobernaría con Vox, es un partido que no debería tener cabida en Ceuta”, dijo en 2019 Vivas y llevaba toda la razón.
El vuelo de las banderas de Vox es un vuelo engañoso y es un vuelo perverso. La bandera española de Ceuta -orgullosa de haber optado por España cuando la separación de la corona de Portugal de la que procedía se llevó a efecto- es la bandera de la voluntariedad con la que todos sus habitantes se sienten españoles. Todos, Abascal. Todos, incluyendo a los que profesan distintas religiones o pertenecen a otras etnias. Contra esa intrínseca realidad se ha estrellado la intolerancia y el odio de Vox.
Espero que los dirigentes nacionales del PP no caigan en el mismo error porque naufragarán o acabarán en salazón por las calles de una ciudad que resbala sobre el Mediterráneo y el Atlántico y que fue la mitológica Ogigia en la que Ulises amó y penó a la ninfa Calipso o que vigilan el estrecho desde ese Monte Hacho, columna en la que el mismo Hércules asentó su décimo esfuerzo y que, tendría que recordar el ignaro Abascal, es una de las que aparece en ese escudo de España que tanto afirma defender. Esas mismas, y eso le interesa seguro, que condujeron a esas dos caprichosas barras que cruzan el símbolo del dólar.
El esfuerzo de Juan Vivas debería ser un ejemplo para su partido. Todos debemos respaldarlo. Es el esfuerzo por la convivencia, por el reconocimiento, por el futuro en común. Por eso es tan importante el embate de esa votación en Ceuta, por eso es absurdo quedarse en la chorrada de si te gusta o no la figura de la persona non grata (y espero que se entere Begoña Villacís), por eso es de extrema relevancia que Génova aprenda de sus gentes allí y que se de cuenta de que esas enseñanzas son necesarias para el futuro de todo el país.
Para que cuanto antes los intolerantes, los xenófobos, los discriminadores, los patriotas de pacotilla, los mentirosos que se refugian en esas siglas vean cortadas sus alas y roto su vuelo.
Para que sean “los que volaban”.